El siempre excelente Sense ficció de TV3 programó el pasado martes un documental dedicado al Palau de la Música coincidiendo con los diez años del estallido del caso Millet. Encargado por la propia institución, es lógico que este Palau de la Música Catalana (Resurrecció) haya centrado la narrativa del guión en explicar cómo la crisis del desfalco perpetrado por el antiguo capataz de la casa ha sido aprovechada como revulsivo para transformar la gestión económica y artística de la entidad. Cierto es, hoy es objetivable que la Fundación del ente se ha dotado de herramientas de eficacia y transparencia que en la actualidad harían imposible la repetición de un fraude similar, y también debe constar en acta que, bajo la dirección de Joan Oller, el Palau ha dedicado más esfuerzos a sus coros y escuelas de canto y que, gracias al talento programador de Víctor García de Gomar, la entidad ha ganado una musculatura artística que hoy no tiene rival en Barcelona.
Pero la resurrección, se hable de Mahler o de la vida misma, siempre pide una cierta catarsis y, en este sentido, resulta comprobable que el caso Palau (que quizás deberíamos empezar a llamar caso Convergència) todavía es un hecho histórico que cuesta digerir. Primero, todavía hoy resulta muy sorprendente que el caso estallase debido a la denuncia de un anónimo y que Millet y Montull pudieran ejercitarse en su labor crematística sin que ni una sola alma de la entidad denunciara el dispendio contable ni su correlato político. De hecho, no fue hasta hace un par de años, y en ajustadísima votación, que el Consorci decidió acusar a Convergència de financiarse irregularmente a través del ente. Todo ello se suma al hecho de que no puede haber ni una sola alma cándida en Catalunya que crea que el meollo del Palau sólo fue tramado por el tesorero convergente Daniel Osácar.
Manque nos pese y a pesar de que la responsabilidad de delitos del Palau hayan recaído exclusivamente en Millet, Montull y familia, diría que los verdaderos responsables del tema todavía campan libres por sus butacas
Siempre me ha sorprendido que un caso tan bestial como el del Palau haya producido escasísima literatura periodística (si exceptuamos los excelentes y demasiado poco comentados libros Fèlix Millet, El gran impostor de Jordi Panyella i Música Celestial: del mal llamado Caso Millet o Caso Palau de Manuel Trallero), de la misma forma que es muy sintomático el silencio que ha provocado el caso en el mundo cultural. ¿Qué han dicho artistas y gestores del país sobre el tema Miller? ¿No creéis curioso que, por poner un solo ejemplo, ni un solo dramaturgo del país haya escrito una obra sobre el tema del Palau? De hecho, hasta hace poco tiempo todavía era habitual encontrarse algún que otro maître à penser de la tribu defendiendo, copa de cava en mano y croqueta en boca, que Millet había podido forrarse a costa del Orfeó pero que, en el fondo, su gestión había sido modélica.
Yo celebro muy mucho la resurrección del Palau y la inyección de moral que esta nueva etapa a regalado a músicos y cantantes del país. Pero, si me permitís la metáfora pedante y baratilla, el caso Millet todavía guarda mucha más sintonía con la música de John Cage que no con la deliciosamente ruidosa fanfarria final del Auferstehung de Klopstock que corona la Resurrección. En realidad, manque nos pese y a pesar de que la responsabilidad de delitos del Palau hayan recaído exclusivamente en Millet, Montull y familia, diría que los verdaderos responsables del tema todavía campan libres por sus butacas. No son pocos y, os lo aseguro, escuchan las sinfonías la mar de tranquilos.