Ahora que el independentismo autonomista lucha por ocupar la posición de centralidad y explotar la economía clientelar de Convergència, resulta totalmente normal que las élites de la tribu empiecen a hacer las paces con Jordi Pujol. Hace justo una semana, el antiguo president sacaba la cabeza en La Vanguardia con un artículo ("Cuando el constitucional entendía el catalán") que, bajo la excusa de reivindicar la versión supuestamente abierta y tolerante del constitucionalismo de Paco Tomás y Valiente, contenía la clásica reivindicación de la identidad catalana del pujolismo dentro del anhelo de una España más plural. El artículo tenía el cromosoma Pujol en cada letra, y no sólo porque estuviera tan mal escrito como de costumbre, sino porque mantenía la sempiterna llama filosófica de defensa de cultura y lengua no como factores constitutivos (de estado), sino como herramientas de defensa contra la residualización urdida por Madrit.
El antropólogo Marc Roig ha explicado muy bien la posición totalmente marginal que ha tenido la política cultural en el pujolismo (leed Barcelona, cultura sense capital, Edicions de l’Abadia de Montserrat) y, a estas alturas de la película, da incluso pereza recordar el cinismo mayúsculo que cualquier reivindicación de la cultura y la lengua por parte del pujolismo y de sus herederos procesistas. De la lectura del artículo de Pujol resulta mucho más eficaz fijarse en la metódica política del expresident, quien no se esfuerza en disimular que, justo antes de la aprobación constitucional de la inmersión, él mismo optó por "reforzar las relaciones con las más altas instituciones del Estado. También con el Tribunal Constitucional”, y que incluso se reunió con un juez en activo como Tomás y Valiente. A saber, que para defender la inmersión ayudó a estabilizar España.
El artículo tenía el cromosoma Pujol en cada letra: mantenía la sempiterna llama filosófica de defensa de cultura y lengua no como factores constitutivos (de estado), sino como herramientas de defensa contra la residualización urdida por 'Madrit'
No hay que hacer una tesis sobre politología para ver cómo Esquerra ha patrimonializado las tesis del pujolismo letra a letra. Pujol no podría ser más claro: "Decidir sobre la lengua de la enseñanza en Catalunya sí que es una cuestión de estado, sí que afecta a las bases del vivir colectivo. Si se resuelve en el conjunto del Estado en la línea del 'sosetenello (sic) y no enmdenallo (sic)' o del 'a por ellos', Catalunya ya como identidad política irá situándose al margen”. Como veis, el paternalismo antropológico del pujolismo vuelve a revivir en toda su fuerza de chantaje emocional; la inmersión no se tiene que defender porque el catalán sea vehicular en las escuelas, ni porque la lengua conforme la base de una cultura normalizada, sino porque con el catalán normalizado (es decir, minorizado en una sociedad bilingüe) la paz social catalana se mantendrá intacta y así acabaremos evitando los bofetones.
Una de las cosas buenas de leer al antiguo Molt Honorable es que sus cabriolas y el consecuente cinismo son de una calidad mucho más alta que la del actual grupo de eunucos mentales que pueblan la Generalitat. Si releemos el fragmento de antes y todavía lo analizamos con más cuidado, Pujol (que es bastante consciente de que la inmersión nunca ha llegado a cumplirse) les está diciendo a los españoles que la respeten no porque sea una ilusión necesaria para la paz social del país, sino que ―en un giro freudiano maravilloso― la ficción es importante para que los catalanes sientan que viven en un pseudoestado normal donde se habla su lengua. Dicho de otra manera, Pujol pide a España que, como siempre, permita a los catalanes vivir sobre las mandangas con las que su pérfido nacionalismo entretuvo la parroquia para que la gente no se hiciera independentista. Haced como yo, amigos; no os metáis en política.
Evidentemente, las élites españolas y La Vanguardia siempre preferirán el cinismo pujolista que no los tuits del pobre Rufián exigiendo que las películas de Netflix se doblen al catalán como condición para aprobar unos presupuestos. En eso las entiendo perfectamente; puestos a tratar a los catalanes de idiotas, siempre será mejor contar con genios como Pujol o Maragall que con gansos como Aragonès o Puigneró. Hay que celebrar, pues, el retorno de Jordi Pujol, porque ―sin los aparatos del estado español que conformaban el aparente poder de su Generalitat― su chantaje y su triple moral son mucho más fáciles de ver. Sobra decir que, cuando se ven repetidos en la olla de aficionados que conforman actualmente la política catalana, no se puede sino sentir más respeto hacia el antiguo titán. Los cuatro duros que tenía en el norte son una nimiedad comparados con el actual robo moral.
Feliz retorno, president. Contento de verlo en forma.