La figura política de Josep Lluís Trapero (adjetivo política porque no hablamos de una persona que haya ejercido ni publicitado su tarea como un alto mando policial más) resulta una de las piezas más apasionantes y delirantes del procés. Como ya he escrito un montón de veces, se da la surrealista gracia que él fue el único alto funcionario restituido por aquello que tal día nombramos el "Govern efectivo", resultado de las elecciones del 2017, unos comicios en que los partidos independentistas habían prometido devolver al poder al president y los consellers derrocados por el 155, así como todos los organizadores del 1-O, exiliados incluidos. El pacto con los ciudadanos, como siempre, se incumplió flagrantemente... menos en el caso del major; la cabriola en cuestión fue un triple mortal, porque el jefe de los Mossos había asegurado a la judicatura enemiga la intención de detener personalmente a Carles Puigdemont.
Durante todo este tiempo, la figura de Trapero ha sido un fenómeno digno de estudio; una administración independentista tenía como policía jefe a alguien que, de proclamarse la independencia de nuevo a través de un hipotético segundo referéndum, había declarado que los Mossos estarían al lado de la ley (a saber, a favor de España y contra los sediciosos). De hecho, si en esta decadencia del postprocés alguien se ha ganado el derecho a decir "ho tornarem a fer" (o, más en concreto, "lo volvería a hacer") es nuestro major emérito, un hombre que, todavía hoy declara —honestamente, a mi entender— que no sabe exactamente por qué los jueces españoles tenían tantas ganas de meterlo en la trena. De hecho, gracias a la gran defensa de Olga Tubau, España acabó haciendo las paces con un subordinado que, a pesar de su pasividad con las porras del día 1-O, siempre había sido fiel a los mandamientos constitucionales.
Cabe decir que Trapero ha sido un auténtico genio político en el arte de intentar satisfacer a todo el mundo. Hace tiempo, y qué tiempos aquellos, lo vimos entonando Paraules d'amor en la espantosa casa estival de Pilar Rahola, en el mismo sofá que el president Puigdemont y de toda a una serie de celebrities del independentismo cadaquesense. Después de los atentados en la Rambla de Barcelona y de la posterior muerte y detención de los jóvenes yihadistas catalanes del Estado Islámico, Trapero consiguió encarnar uno de los pocos instantes en que los catalanes tuvieron auténtica moral de Estado; el major envió a los Mossos a liquidar a los responsables de la carnicería, y los catalanes nos dimos cuenta de que nuestra policía puede equipararse al resto de cuerpos del mundo (un Estado no lo es sin disfrutar matar, pues si no está dispuesto a utilizar la violencia quiere decir que no se ama a sí mismo). Trapero, hace falta agradecérselo, ayudó a normalizar la violencia.
El cinismo del antiguo major es tan mayúsculo como el de Aragonès, Artadi y todos los políticos catalanes que ayudaron a Rajoy a implementar el 155 en Catalunya. Cuando menos, la gracia de nuestro policía es que nunca ha escondido su condición de catalán que quiere vivir y ejercer el poder en el autonomismo
Consciente de que la cúpula del independentismo político jugaba al farol, Trapero se cubrió las espaldas poniendo a los Mossos a disposición del TSJC y de la Fiscalía española, como él mismo contó a la jueza Carmen Lamela. Eso no fue obstáculo para que las togas más voxistas consideraran que su posición durante el referéndum y la DUI había sido blanda (traducido al cristiano; los Mossos no habían repartido bastante leña ni habían crucificado a Carles Puigdemont). Es en este punto cuando, Tubau mediante, el antiguo major se sacó el as de la manga del plan de detención del Molt Honorable, su antiguo compañero de parranda, un movimiento que ahora parece incomodar mucho al independentismo, pero con el cual tanto Esquerra como Junts convivieron durante años con la máxima normalidad. De aquí que la cabriola de su restitución, insisto, certificara el aterrizaje indepe en el autonomismo.
Entiendo que el antiguo major, después de haber sobrevivido a tanta cabriola, se tuviera a sí mismo como una pieza intocable de la política española. Superando la dialéctica del héroe griego, había podido ser un puntal del independentismo, después ser una especie de traidor y, finalmente, su retorno al cuerpo de Mossos podía incomodar a algún espíritu enemigo demasiado exaltado; pero su compromiso total con la Constitución (su "lo volvería a hacer", en definitiva) garantizaba que en Catalunya la policía del país tendría como la más alta misión evitar una insurrección independentista. Ahora que Catalunya vive cómodamente en la sumisión, es lógico que el conseller Joan Ignasi Elena se lo haya sacado del encima, y no para hacer el cuerpo más plural, feminista, y toda cuanta polla en vinagre, sino porque Trapero es el político procesista que, en el fondo, ha mostrado más su doble moral sin necesidad de martirizarse.
El cinismo del antiguo major es tan mayúsculo como el de Aragonès, Artadi y todos los políticos catalanes que ayudaron a Rajoy a implementar el 155 en Catalunya. Cuando menos, la gracia de nuestro policía es que nunca ha escondido su condición de catalán que quiere vivir y ejercer el poder en el autonomismo. Visto el espíritu cínico catedralicio de los políticos que dicen defender el independentismo mientras se dedican a repartirse las migajas del país, la posición de Trapero incluso resulta entrañable. Que el major no sufra por su futuro laboral, pues tanto el procesismo como Madrit le abrirán las puertas del mundo privado para que los asesore en el arte de mantener sus chiringuitos bien protegidos. El Govern, por otra parte, tuvo la genialidad de echarlo el mismo día que anunciaba el toque de queda de este nuevo remake pandémico, con lo cual todo quedó en un admirable silencio administrativo.
España y la Catalunya autonomista han perdido a un servidor público ejemplar, un hombre que ha sabido servir lo mismo para un barrido que para un fregado. Que lo compensen con el dinero que merece, que la minuta de los penalistas va al alza y Josep Lluís merece una vida un poco más tranquila. En la Audiencia Nacional y en la Zarzuela te echarán de menos, major. No me extraña que les hicieras una última visita de cortesía.