Estamos dispuestos a claudicar como especie: de la soberbia de otros momentos de nuestra historia, quizá exagerados, pero no por ello menos comprensibles, a la situación actual. De tanto en tanto caemos por el precipicio de la falta de autoestima, y no de forma individual, que sin eso no se entiende el incremento de suicidios ni la masa creciente de depresiones y ansiedad; también de manera colectiva, porque la humanidad parece dispuesta a inmolarse entre lo bestial y lo digital. Se trata de una curiosa carrera hacia ninguna parte en la que solo podemos perder.
Me manifiesto de forma tan pesimista al leer la ley de bienestar animal que acaba de entrar en vigor y cuya eficacia ha de extenderse a toda España, al margen del mayor rigor que puedan añadir las legislaciones autonómicas en la materia. Pesimismo al constatar que es más difícil tener perro que un hijo, que se incurre en mayor responsabilidad por ciertas actitudes respecto a un perro que a un hijo y sobre todo porque la eutanasia, que con tanta alegría hemos aprobado para poder ejercerla sobre humanos, va a ser mucho más difícil de practicar con los animales porque incluso hay inconvenientes para el caso de que sufran.
El veganismo y la nueva tendencia que postula la no reproducción humana son el epítome de una cadena autodestructiva
La ley nace de la desconfianza, aunque la inmensa mayoría las personas que tenemos mascotas las cuidamos y queremos. Ya ni siquiera sé si será legal en el futuro ese nombre, porque parece que llamarlas así las cosifica, algo inaceptable en este tiempo de humanización de las bestias, pero entiéndase por mascotas aquellos animales que tenemos en nuestra compañía, casi como uno más de la familia y en algunos casos como la única familia, en personas dolientes, abandonadas, enfermas y solas. Podemos comer cordero, pero no un cordero mascota, y se escucha a menudo que los animales se comportan mejor que muchas personas. Todo eso es quizás compartible, a despecho de aceptar las psicopatías humanas y el hecho cierto de que los animales no tienen sentido ético y que, por tanto, tampoco podemos dar valor positivo a lo que no podrían hacer de otra manera. Es la libertad lo que hace distinto y gigante al ser humano, una libertad que se cultiva como concepto en acciones como esta mía de ahora de escribir, porque es el humano el único ser vivo capaz de crear un lenguaje doblemente articulado.
Pero el legislador ha dimitido de la grandeza de su especie y el tiempo que humaniza al animal, desde Walt Disney para acá, no ha hecho más que empezar. El veganismo y la nueva tendencia que postula la no reproducción humana son el epítome de una cadena autodestructiva, porque en el sentido contrario el humano resulta cada vez más concebido como un mero eslabón, otro, de la cadena evolutiva, que merece el mismo respeto, quizá menos, que el resto, porque entre una parte de la población se ha impuesto la idea de que resulta ser un virus para el planeta, un depredador condenable, cuyos progresos no son tales. Así lo afirma ya ChatGPT corroborando la sospecha de que su sesgo es nuestro sesgo.
Cuando la ignorancia legisla, solo puede cometer errores, incluso copiando lo que hacen otros países, frente a los que adopta una actitud provinciana, mientras ante la ciudadanía lo vende de manera adanista. En este caso, la ley desprecia las situaciones sobre las que impone normas: ¿quién deja atado a la puerta del supermercado a su perro? En general, la anciana para la que salir a la calle es una aventura y su mascota, la mayor fuente de seguridad. Pues nada, hágala subir y bajar dos veces, una de ellas, sola. También puede que lo haga el ama de casa que necesariamente sigue existiendo en cada mujer que hace malabares con los diversos papeles del auca que le toca desempeñar, uno de ellos, cuidar de la mascota familiar. Y sí, también crecientemente hombres, pero me niego a pensar que en general lo hagan por otra razón que la necesidad y usando el menor tiempo posible. Es verdad que un perro necesita más cuidados que un gato, pero ¿alguien cree que todo perro es igual y que bien educado no puede sobrevivir como los felinos en una casa un fin de semana? ¿O no recuerda el legislador que la responsabilidad del propietario es la misma haya o no seguro y que allá él?
Por fortuna, una parte de la ley carece de la reglamentación necesaria para su aplicación en este tiempo alargado de investiduras y también se advierte que algunas actividades tan necesarias como el control cinegético de especies (llámese "caza" en lenguaje vulgar) ha quedado al margen de dicha regulación. Pero es igual, la ley se suma a esa curiosa tendencia antiantropológica que tan de moda está y que, sumada al crecimiento imparable del transhumanismo, apunta como ya han advertido científicos de muy diverso pelaje, pero de indudable rigor y solvencia, a la eventual extinción de la humanidad.