A no ser que se haya encerrado sin cobertura en uno de estos bunkeres que se han puesto de moda para hacer frente al apocalipsis, seguramente, en un momento u otro de la semana habrá visto las fotografías de la princesa Leonor en bikini. En una intervención radiofónica, pude escuchar los detalles que daba Pilar Eyre, una de las periodistas que mejor conoce las bambalinas de la Zarzuela pero a su vez es una de las plumas más libres del sector entre otras cosas porque no se ha prestado a la ignominia de cambiar silencio por exclusivas. Por eso, Eyre pudo explicar que cuando la Zarzuela sabe de la existencia de fotos comprometidas de la familia real opta por una de estas dos posibilidades: o presiona a quien haga falta para que las imágenes no se publiquen o bien hace que una revista del corazón en concreto, pongamos Hola, las compre a un precio desorbitado y las guarde en un cajón.

En el caso de las fotografías aparecidas esta semana en la revista Diez Minutos no ha pasado ni una cosa ni la otra. Es decir, la Zarzuela ha sido -como mínimo- permisiva con la publicación de las imágenes de la princesa Leonor. A la familia real, pues, ya le iba bien que la próxima reina de España apareciera en traje de baño de dos piezas disfrutando de un momento de recreo con sus compañeros de servicio militar, todo hombres, en una playa de Uruguay. Contrasta este tipo de autorización encubierta a la publicación de estas fotografías cuando hace solo unas semanas, la Casa Real movió, cielo, tierra y embajadas para frenar la aparición de imágenes en que se veía la misma Leonor de Borbón en actitud, parece, cariñosa con uno de estos soldados de su edad. La acción pasó en un centro comercial de Chile, es decir, en un recinto de una empresa privada de un país extranjero que, para más datos, es una república. A pesar de todo eso, las presiones diplomáticas al más alto nivel acabaron con una intervención de la policía chilena a la caza de las imágenes y de su filtrador.

La monarquía necesita presentar a la futura reina como una mujer normal para alimentar la siguiente generación de súbditos

¿Por qué las fotos de Leonor en un centro comercial no y las fotos de Leonor en bikini sí? Muy sencillo: por marketing puro. Pero no el marketing corriente para posicionar o mejorar la imagen de un producto, sino marketing al más alto nivel, el de la propia existencia. Y es que en este marketing, además de otros factores, a la monarquía le va su continuidad. Solo con el consentimiento de su público objetivo (la ciudadanía española) se puede perpetuar una institución que, intelectualmente, no se aguanta por ningún sitio. Después de más de tres mil años de la instauración de las primeras muestras de democracia en la antigua Grecia, es difícil de comprender que -ya cumplido el primer cuarto de siglo del siglo XXI- todavía ahora el jefe de estado de un país lo sea por el simple hecho y requisito que su padre lo es o lo fue. En el caso español, esta herencia genética es, además, machista, porque en España todavía hoy se aplica la ley sálica, es decir, que el trono lo heredará el primer hijo masculino del rey. Es por eso que el actual jefe de estado es Felipe de Borbón y no su hermana mayor, Elena de Borbón. Para más inri, gracias al hecho de que los reyes actuales solo han tenido descendencia femenina, no ha habido que tocar la Constitución y por lo tanto esta ley sálica, tan antigua como retrógrada, todavía se aplica hoy, a 2025 en un país de la Unión Europea.

Tal como explicó En Blau esta semana, el bikini que llevaba Leonor en estas fotos era de una tienda de la calle Laforja de Barcelona y su precio no llegaba a los 80 euros. Presentar a la futura reina de España como una joven cualquiera que se baña en una playa con un conjunto de baño no desmesuradamente caro, en pleno descanso de una formación militar, y rodeada de chicos de su edad con los que pasa un rato de esparcimiento, es lo qué le hace falta a la monarquía para alimentar la siguiente generación de súbditos que no solo aceptan el régimen monárquico sino que, como sus padres y abuelos, lo idealizan y, por lo tanto, lo sostienen. Como bien teorizó Charles Darwin, la perpetuación de la especie está basada, ante todo, en la capacidad de adaptación al medio. No hay que ser el más fuerte de la selva, con qué te sepas adaptar a ella podrás conseguir reproducirte generación tras generación. Y ahora lo qué toca es mostrar a una mujer, joven, empoderada y sobre todo con una capa de normalidad que la hace equiparable a sus conciudadanas. De hecho, su madre, Letizia Ortiz ya rompió la norma que dice que para poder ser reina tienes que tener ascendencia nobiliaria. Y quien rompió esta norma no fue ella sino la misma monarquía en pro de esta adaptabilidad al medio. Por lo tanto, ahora comeremos versión normalizada de Leonor hasta la sopa, que podría ser de estas que vienen con tetrabrik para no quedar demasiado elitista respecto del caldo que preparan los cocineros de la Zarzuela. Ya hace años que ha empezado la proyección pública de la princesa pero ahora se intensificará y se modulará para gustar a los de su generación que, por cierto, ya empiezan a votar. Ya no queda tanto para que aparezca en algún podcast protagonizado por mujeres de su edad que a pesar de su espíritu moderno y rompedor no tendrán más remedio que aceptar su presencia. Y el momento culminante de todo eso será cuando sea la estrella invitada a La Revuelta de David Broncano. Podría ir a El Hormiguero, pero el público de Pablo Motos ya viene monárquico de casa. Es al otro, el pretendidamente republicano, a quien hay que acabar de convencer de que la princesa Leonor es como una más. Y será así como, efectivamente, será como una más: como una reina más.