¿Es ingenuidad o es impotencia? Es decir, realmente nos hemos sorprendido por los datos catastróficos de la Encuesta de Usos Lingüísticos —que nos alerta de una caída de mínimos del catalán al 32,6%—, o hemos decidido que fingimos estar sorprendidos, porque no somos capaces de saber cómo salvar la nación. Lo he escrito una manta de veces en este mismo espacio, y hoy es un buen día para el redoble: la lengua es el síntoma de la enfermedad, y la enfermedad es el proceso de destrucción de nuestra identidad nacional.

Si hace trescientos años que disparan contra el catalán de todas las maneras posibles, desde las legales hasta las represivas y/o violentas, es porque saben que el catalán es el alma de nuestra identidad, y que hace falta un proceso de sustitución lingüística, para conseguir culminar la colonización completa de la nación catalana. Tal como escribía Montserrat Dameson en el artículo de ayer, "Ya basta de coger los frentes en los que se manifiesta la sustitución lingüística como si fueran elementos aislados de su núcleo conflictivo: la ocupación española". La cuestión no es la lengua, sino la nación, de la misma manera que el catalán no es una cuestión individual, sino colectiva. Es decir, no se salvará con la buena fe de los catalanohablantes que se esfuerzan por militar en el idioma, sino por las estructuras de poder que lo garantizan. Podemos darle muchas vueltas al hámster y hacer manifiestos y declaraciones, e incluso podemos permitirnos la ineficacia fulminante de un conseller de política lingüística que está en el cargo para vestir santos, pero nada desmentirá la única verdad inapelable: el catalán está en proceso de degradación imparable, porque no tiene un Estado propio y sufre las embestidas de un Estado ajeno, que lo quiere convertir en una peculiaridad regional. Montserrat alertaba de que "estamos en el estadio previo a la ruptura de la transmisión generacional", el tercio que resiste, el último eslabón de una cadena a punto de la ruptura. Y en un mismo artículo, Jaume Clotet remachaba: "No somos la Dinamarca del sur, sino el Nápoles de poniente, con todo lo que eso comporta", mientras nos recuerda que la única opción para salvar el catalán es que se convierta en la única lengua oficial en Catalunya.

La lengua es el síntoma de la enfermedad, y la enfermedad es el proceso de destrucción de nuestra identidad nacional

¿La única lengua oficial? Por supuesto que tendría que ser esta la realidad política —amparada por una estructura de poder real— con el fin de revertir una caída a los infiernos que, en veinte años, nos ha dejado con el desolador panorama de un país donde su idioma solo lo habla habitualmente menos de un tercio de la población. Es decir, aquello que hemos conseguido salvar durante los trescientos años en que hemos sufrido prohibiciones violentas, agresiones legales, ataques furibundos, desprestigio, dictaduras y todo tipo de persecuciones, podríamos perderlo cuando, teóricamente, habían recuperado un poco de soberanía. Dicho sin ambages: la democracia española ha sido tan lesiva para el catalán como la dictadura. Es cierto que ahora no nos pegan por la calle, ni nos prohíben utilizar el idioma, pero nos enredan en una espesa telaraña de leyes colonizadoras que impiden que el catalán pueda sobrevivir con buena salud. Antes era Franco, y antes de Franco, el loco de Fernando VII, y antes de él, el Decreto de Nueva Planta y así un largo camino de agresiones que tenían como único objetivo la destrucción del catalán. Pero ahora tenemos los tribunales españoles, el Constitucional —que pronto validará el golpe de gracia contra la inmersión lingüística en las escuelas— la estafa del bilingüismo, los centenares de leyes que imponen el castellano, y toda la madeja espesa de trampas que ahogan el idioma.

¿Peligra el catalán? Absolutamente, hasta el punto que podría desaparecer como lengua masiva de uso, como ya está pasando. Pero no nos engañemos, lo que peligra de verdad es la identidad catalana. Podemos desaparecer como pueblo, y este es el propósito al que se ha dedicado España desde 1714. No quieren que se hable catalán, porque no quieren que nos sintamos catalanes, sino españoles, en un proceso de sustitución nacional que es un clásico de la colonización. Por eso todo gira en torno al poder. O tenemos el poder para decidir, legislar y proteger nuestro idioma, o no tendremos idioma. No olvidemos que los que quieren destruirlo trabajan cada día, con el poder de todo un Estado, para conseguirlo.