En Madrid querían pasar página del 1 de octubre con la complicidad de los partidos del procés y no parece que lo hayan conseguido. La represión española ha liquidado la mayoría absoluta del independentismo siete años después del 155. El régimen autonómico se ha convertido en una incineradora de políticos jóvenes y experimentados, pero España continúa bloqueada sin poder ir hacia adelante ni atrás. Se ha destruido el ecosistema político catalán con la excusa de una judicatura colonial, anclada en los preceptos del franquismo y del terrorismo de ETA.
El proyecto de Oriol Junqueras, de pacificar Catalunya a cambio de reformar el Estado, ha fracasado. La alternativa de volver a la sociovergència del siglo XX tampoco parece que acabe de tener salida. El PSC ha ganado, pero gobernar España y Catalunya a la vez, sin matar moscas a cañonazos, se ha vuelto más complejo que en tiempos de Pasqual Maragall. Los socialistas difícilmente podrán utilizar a ERC y a los partidos de la vieja CiU para distanciarse de Vox y del PP. El españolismo descubrirá poco a poco que está más atrapado entre Europa y Catalunya de lo que se cree y que su política de bravata es casi tan estéril como la del procés.
De momento, Carles Puigdemont y Oriol Junqueras todavía son los mejores políticos del país, y Madrid no tiene un sustituto para Pedro Sánchez, que también está amortizado pero mantiene al PSOE cohesionado, gracias a la situación de Catalunya. Con todos sus errores, todas sus mentiras, y todas las presiones que han recibido, Junqueras y Puigdemont continúan siendo irreemplazables, tanto en los despachos como en sus partidos. Ninguno de sus herederos, rivales o predecesores ha demostrado nada que sirva para jubilarlos, ni para darles ninguna lección. Solo Sílvia Orriols puede competir en carisma con ellos.
El pueblo catalán se tendrá que reinventar, y ya no podrá hacerlo, ni queriendo, dentro de la democracia española
Naturalmente, habrá nuevos intentos de saquear los espacios en declive que se crearon con el procés, pero como se ha visto en estas elecciones, el oportunismo solo funciona en tiempos de vacas gordas. La democracia española es como un coche que tiene las ruedas pinchadas, y lo único que los políticos pueden hacer es sacarle el lustre en un arcén de carretera. Mientras Puigdemont esté en circulación, dudo de que Madrid consiga pasar página del 1 de octubre. Si se le da una salida a través de cualquier títere, el gen convergente morirá a media remontada y la tensión subirá deprisa, como pasó en tiempos del president Montilla, pero sin tanta poesía.
Los símbolos son difíciles de matar, solo se pueden superar con símbolos más inspiradores (como hizo Jordi Pujol después de una guerra y de una dictadura), o con una violencia persistente. El peligro, para Catalunya, es que la caída del espejismo autonómico malogre el interés de los catalanes por la política. Si el país no se despolitiza o cae en posiciones ideológicas dogmáticas, la situación mejorará. Como se ve en el mapa electoral, el Estado procura mantenernos atados a las tragedias del siglo XX, pero la Catalunya diseñada por el franquismo solo ha podido dar la victoria al PSC con la ayuda de una la abstención masiva y consciente, ejercida a regañadientes.
El sueño húmedo de Inés Arrimadas, de expulsar a los catalanes del juego electoral español sin matarlos, ha triunfado. Sería absurdo pensar que esto no tendrá consecuencias a medio plazo en el ámbito económico y social, y más tarde en el político. El pueblo catalán se tendrá que reinventar, y ya no podrá hacerlo, ni queriendo, dentro de la democracia española. La inmigración tiende a votar partidos estatales, por un sentido práctico lógico, pero no se siente espiritualmente española como los españoles originales, que se van muriendo despacio, sin haber hecho aportaciones memorables al país ni dejar demasiado rastro artístico.
Catalunya tiene una crisis existencial porque creía que podría hacer las paces con su historia moderando la catalanidad. En este sentido, el procés sí que se ha acabado y lo que vendrá, si se continúan haciendo experimentos, no será nada divertido de vivir. De momento, el PSC tendrá que gestionar la destrucción del país, el exceso de población y el expolio perpetrado por las necesidades del gran Madrid, tres problemas que están perfectamente relacionados, como se verá cada vez más. Mientras tanto, el pueblo catalán puede empezar a recuperar fuerzas, y coger distancia con unas instituciones que ya hicieron su función y que actualmente solo sirven para narcotizarlo y matar su creatividad.