La audiencia de ElNacional.cat ha dispuesto durante la campaña gallega de una información rigurosa y documentada redactada por Martí Odriozola con la que algunos analistas gallegos hemos intentado aportar nuestro punto de vista sobre la realidad de un país que siempre es poliédrica y nunca exactamente lo que parece. De dicha información, así como de las encuestas conocidas, se podría concluir la indudable fortaleza del PP, pero también que la participación e implicación de la ciudadanía gallega se incrementaría, así como que existía a nivel de calle una pulsión de cambio encarnada en el nuevo BNG de Ana Pontón.
En este sentido, el hecho de que el PP ganase las elecciones con 40 sobre 75 diputados y un 47,3% de los votos (42 diputados y un 47.9 en 2020), frente al 31,57% y 25 diputados del BNG (19 diputados y el 23,8% en 2020) y el 14,04% y los 9 diputados del PSdeG (19,4% y 14 diputados en 2020), alcanzando el conjunto de votos populares (unos 700.000) algo más de dos mil votos menos que la suma de BNG, PSdeG y los 28 mil votos de Sumar (1,9%, 0 escaños) proyecta en muchos la idea de que la fortaleza del PP gallego es inexpugnable y que la muy notable subida del BNG responde solo a la dinámica de vasos comunicantes existente entre los electorados del BNG y PSdeG en las elecciones nacionales gallegas. Honestamente, pienso que la realidad es más compleja.
El PPdeG ganó en el mundo rural la mayoría absoluta
Frente a 2020, el PP ganó 70 mil votos, pero perdió seis décimas de peso porcentual. La participación subió con fuerza (del 58,84% de 23020 al 67,3% de 2024, excluyendo en ambos casos el censo de residentes ausentes, que ha participado solo en un 7% y cuyos resultados no se conocerán hasta el 26) y no solo en los ámbitos urbanos, que tradicionalmente participan menos en las nacionales gallegas que en las estatales y que en esta ocasión han participado en bastante mayor medida. También en el rural, donde la participación que ha subido con fuerza.
El PP asentó su mayoría absoluta en las sobrerrepresentadas circunscripciones de Lugo y Ourense, que eligen cada una 14 diputados (28 sobre los 75 totales; un 37,33% frente al 23,89% de la población gallega que representan ambas). Pero también, es verdad, en el hábitat rural de las circunscripciones coruñesa y pontevedresa.
Esa ha sido la constante del recuento del domingo. EL BNG consigue sus mejores resultados en el hábitat urbano, donde la suma de sus votos a los del PSdeG supera en general a los populares en los nueve principales municipios, salvo en Lugo. El PP empeora su resultado porcentual en general en dicho hábitat, pero lo compensa con un sustancial incremento de votos en términos absolutos en el rural. En muchos concellos entre 5.000 y 20.000 habitantes, el BNG es la fuerza más votada en la capital municipal e incluso en el segundo núcleo urbano, cuando existe, mientras en el hábitat rural el PP obtiene a veces porcentajes superiores al 70%. El factor de la coincidencia de dos caravanas (la de Feijóo en el medio rural y la de Rueda en las principales poblaciones) habría podido dinamizar este voto rural.
El PP consiguió superar las consecuencias de una campaña errática y, en ocasiones, un mensaje confuso, demostrando que su solidez estructural y capilaridad territorial son muy potentes. Tensionó, además, todos sus resortes, efectuando pagos de complementos salariales a trabajadores de la sanidad pública gallega pactados en negociación colectiva ya en 2023 48 horas antes de las elecciones, pagos de ayudas a personas mariscadoras en razón del grave descenso de la productividad del sector generada por diversas circunstancias (vertidos, excesos de agua dulce por precipitaciones y liberación del exceso de agua acumulado en saltos hidroeléctricos próximos a las rías…) y forzando al máximo su relato anti-BNG una vez que constataron que el riesgo de cambio era real. El BNG era ETA. Lo que pasó es que la ciudadanía de cambio ya no compró este relato. Pero es posible que varios miles del bloque conservador previamente bastante desactivados sí lo hayan hecho.
El BNG encarna la Galicia dinámica
El BNG consiguió el mejor resultado de su historia, obteniendo un tercio de los escaños del Parlamento gallego. Pero cualitativamente existen datos que incrementan su valor. Así, el BNG gana, en términos absolutos, con más del 36% de los votos en el municipio de Vigo (el más poblado de Galicia), ganando también en términos absolutos en el contorno de su ría (Cangas, Moaña, Redondela y Soutomaior). Obtiene más del 37% de votos en la capital de Galicia, Santiago de Compostela (que cuenta desde junio con alcaldesa soberanista, Goretti Sanmartín) y un 33,25% en A Coruña.
La encuesta elaborada por Sondaxe para el periódico coruñés La Voz de Galicia acertó sustancialmente en los resultados, pronosticando 39 diputados del PP (téngase en cuenta que el recuento exterior puede hacerle perder el 40 en beneficio del PSdeG, que está a 118 votos de obtenerlo la circunscripción ourensana). Pues bien, en dicha encuesta la preferencia por Ana Pontón como Presidenta era del 35,6% frente al 30,8% que preferían a Rueda. En todos los grupos de edad hasta 65 años ganaba esta preferencia-que supera el 50% en los segmentos de edad inferior a 45-, salvo en el segmento de más de 65 años (cuantitativamente importante en todo el País, pero singularmente en su hábitat rural).
El BNG, por otra parte, obtuvo 160 mil votos más que en 2010, mientras que Sumar y Podemos restaban 20 mil a los más de 51 mil obtenidos por Galicia en Común en 2020 y los socialistas 40.000 a los obtenidos entones. El PP, por su parte, obtuvo 70 mil votos más. Por ello no se pueden explicar exclusivamente los resultados del BNG en base a la citada teoría de los vasos comunicantes, ya que las pérdidas de los comunes y socialistas, de la izquierda estatal, solo sumaron 60 mil de los 160 mil. Y comparando resultados por concellos se intuyen, a falta de un estudio postelectoral riguroso, que una parte, quizás menor, de las pérdidas socialistas se dirigieron al PP y que en Ourense el diputado obtenido por el partido freaky del alcalde ourensano, Gonzalo Pérez Jácome se debe sustancialmente al trasvase de voto socialista.
Sin duda, el BNG logró activar a la Galicia más dinámica, a la Galicia del cambio
Ana Pontón convirtió el BNG en la casa común el soberanismo y el galleguismo político, cuidando desde 2020 al fundador del PNG-PG y portavoz de la Xunta tripartita (1987-1989) Pablo González Mariñas, al fundador del PSG-Esquerda Galega (eurodiputado del BNG entre 1999 y 2004) Camilo Nogueira y a la antigua diputada estatal de En Marea (2015-2019), Alexandra Fernández, elegida diputada del BNG en 2020 y 2024 y pieza muy importante de la progresión del BNG en el área de Vigo. En esta precampaña fue el turno de la vuelta a la Casa común de los líderes de Anova-Irmandade Nacionalista (que habían roto con el BNG en 2012 y se presentaron con En Marea y Galicia en Común desde entonces, incluso en 2020) Xosé Manuel Beiras, Martiño Noriega (alcalde de Santiago de Compostela entre 2015 y 2019) y Antón Sánchez, diputado de En Marea en el Parlamento de Galicia (2016-2020). Y, por fin, incorporando al líder del BNG entre 2002 y 20’09 y vicepresidente de la Xunta entre 2005 y 2009, Anxo Quintana a la campaña y al referente colectivo soberanista, asumiendo implícitamente, desde la crítica constructiva, el legado del Gobierno gallego de coalición BNG-PSdeG de aquellos años.
Después, Ana Pontón y su equipo (en el que destacaron por derecho propio el director de campaña Rubén Cela y el secretario de comunicación Xabier Campos) diseñaron una campaña de éxito con un mensaje claro y comprensible, que priorizaba la agenda gallega (sanidad, educación, universidad, Industria, empleo, vivienda, infraestructuras, tarifa eléctrica propia que compense el sacrificio ambiental de Galicia como país productor de energía, territorio y medio rural) y el bienestar, pero desde la reivindicación de un reforzado y bien financiado autogobierno que serviría de herramienta para dicho bienestar. Todo ello sin ocultar la identidad soberanista del BNG y su apuesta fundacional por el derecho a decidir de Galicia como nación y por la afirmación de la lengua y cultura gallegas. De este modo, Ana Pontón apeló al conjunto de la Galicia que aspiraba al cambio que, además, resultó ser fundamentalmente (sin que ello constituya mérito alguno, pero sí una señal para el futuro) la Galicia más urbana, joven, activa y dinámica.
Por ello aciertan los que dicen que algo ya cambió en Galicia el 18-F y que Ana Pontón y el BNG constituyen en este momento el referente de dicha ciudadanía de cambio. Lo que no les va a quitar, ciertamente, trabajo ni necesidad de acierto. Porque los 470.000 votos obtenidos por el BNG no le pertenecen, sino que le pertenecen a la ciudadanía. Como decía en ELNACIONAL.CAT en julio de 2020, después de las anteriores nacionales gallegas (https://www.elnacional.cat/es/opinion/xoan-anton-perez-lema-galicia-sitio-distinto_522858_102.html), el BNG tenía que pensar más en términos de país y de ciudadanía que basarse en lo que piensan o sienten sus incondicionales. Y lo ha hecho. Como siempre ha defendido Anxo Quintana, el BNG acertó al situarse “en el centro de su electorado”.
Queda pendiente, sin embargo, como decíamos en 2020, que los soberanistas obtengan el voto de esas docenas de miles de votantes del PP que ya no miran al BNG como si fuese un peligro y que sienten en clave de país. Si Ana Pontón y el BNG continúan el camino emprendido en los últimos ocho años, ello sucederá, probablemente, en las próximas elecciones gallegas. Y habrá cambio en la Xunta.