Ha sido una calurosa semana de intensidades extremas en el Vaticano. Los italianos dicen "autunno caldo" en recuerdo a 1969, cuando no solo hacía calor, sino que una serie de huelgas laborales los sacudieron como sociedad. El Sínodo de los católicos en Roma ha empezado con ebullición temática: ya han bailado a la primera semana chispas con temas eternamente pendientes, como la bendición de las parejas homosexuales o el acceso de la mujer al sacerdocio, donde parece que Bergoglio quiere reabrir temáticas que se habían sellado de manera contundente. Además, el papa ha publicado su nueva encíclica sobre la emergencia (ya no dice cambio, sino emergencia) climática. Un texto llamado Laudate Deum, más breve que el anterior Laudato Si y que concluye que no se ha hecho lo suficiente para evitar el desastre ecológico. El papa cita cumbres par el clima, pero dice que "los acuerdos han tenido un bajo nivel de implementación porque no se establecieron mecanismos adecuados de control, de revisión periódica y de sanción de los incumplimientos".

Mientras todo eso pasaba en la Roma tórrida, Catalunya ha estado presente en la plaza de san Pere, con peregrinos montserratinos celebrando 800 años de la cofradía de Montserrat, donde han sido acompañados por la consellera Vilagrà, que ha inaugurado también una exposición sobre la Moreneta. Con esta idea de abrir el Sínodo de Obispos a más participantes, el papa ha roto un protocolo que además se ha visto visualmente afectado. Si hasta ahora la típica imagen del papa Francisco en la emblemática Aula Pablo VI, donde se celebran las audiencias, correspondía a un escenario muy ancho y a sillas fijas tipo teatro donde los fieles se sentaban, ahora la foto es más parecida a una boda o a una convención política norteamericana, donde la disposición del mobiliario se reparte en mesillas redondas y el ambiente es más festivo e invita a hablar. El papa es lo que quiere. Más fiesta, y más conversación. Más fiesta porque ya está harto de lo que Sabina diría la cofradía del reproche, y más conversación porque ve que o escucha a los creyentes, como las marcas tienen que escuchar a los consumidores, o la Iglesia perderá comba y relevancia. Uno de los primeros acuerdos y planes de acción es reformar la formación en los seminarios donde se forman los futuros sacerdotes: más asignaturas y espíritu participativo, más herramientas para formarse entendiendo que el mosén no es el rey del mambo, sino un líder que acompaña a una comunidad, que ni está solo, ni puede pretender vivir como si así fuera.

Es complicado, pero no inviable, hablar de Dios cuando la sociedad no lo reconoce, o lo reconoce de manera energética y posmoderna

Un Sínodo es un encuentro de personas (tradicionalmente solo obispos, ahora con más representación también de laicos y mujeres) de diferentes sensibilidades y que tienen una concepción diferente de la camiseta. Sienten los colores del catolicismo, pero los acentos son discordantes. En estas mesas de boda hay personas mezcladas que nunca en la vida habrían coincidido si no fuera por voluntad papal. Son gente que tendrá que exponerse a la crítica interna, pero que también tendrán que ver como esta Iglesia que se quiere poner al día sin perder lo que es tiene que convivir con nuevas formas de espiritualidad, que el filósofo Francesc Torralba define como parainstitucionales, nómadas, sincréticas, panteístas, ateas, neognósticas, pelagianas, oceánicas, pseudoorientales o, incluso, como acósmicas y naturalistas. La fórmula es conocida: espiritualidad sí, religión no; una espiritualidad sin Dios, sin iglesia, sin dogmas, sin jerarquía, sin embargo, espiritualidad, sin embargo. Es complicado, pero no inviable, hablar de Dios cuando la sociedad no lo reconoce, o lo reconoce de manera energética y posmoderna.

El Sínodo romano de momento está saliendo del anodino funcionamiento de años pasados. Cuando la gente habla, emerge la disidencia, y las instituciones religiosas tienen que saber convivir. El catolicismo está haciendo un buen ejercicio, a pesar de saber que habrá heridas e incomprensiones.