Como todo el mundo ya sabe a estas alturas, en el barrio de El Raval alguien ha tenido la magnífica idea de poner unas bombillas de colores inclusivas en Navidad con la intención de celebrar estas fiestas sin ofender a nadie. Quieren que “todo el mundo se sienta incorporado”, porque se ve que celebrar la Navidad en Navidad es excluyente. Naturalmente, los vecinos de El Raval que, cristianos o no, celebraban la Navidad son los primeros excluidos, como lo son los miembros de la numerosa comunidad filipina que vive en el barrio, ya que los filipinos son un pueblo profundamente católico; un 80% de los filipinos se declaran católicos. Ni unos ni otros tendrán derecho a una decoración navideña en las calles de la ciudad, como sí tendrán ese derecho los vecinos de los demás barrios de Barcelona. Por lo tanto, serán doblemente excluidos; en su barrio y en su ciudad. Todos sabemos debido a qué comunidad y a qué religión no se va a poner una decoración navideña en El Raval, pero decirlo públicamente es un tema tabú. La prueba es que estas bombillas inclusivas no se ponen en otros barrios. Lo llaman “multiculturalidad”, pero en realidad es otra cosa que tiene mucho que ver con la intolerancia, la segregación y el miedo.
A pocos metros de El Raval, en la plaza de Sant Jaume, exactamente en la zona cero del poder institucional de nuestro país, el Ayuntamiento de Barcelona ha decidido no poner el pesebre en Navidad y sustituirlo por una estrella luminosa enorme de veinte puntas llamada “Origen”, en homenaje al big bang, que, como todos sabemos, es una fiesta muy arraigada en nuestra ciudad. "Feliz big bang", dicen los vecinos cuando se encuentran por la calle. "Ya ha llegado el big bang a El Corte Inglés", se oye por la radio. “¿Vendréis todos a comer por big bang?”, preguntan las abuelas mientras preparan la escudella. Puede parecer una broma, pero eso es exactamente lo que quiere una parte de la izquierda en esta batalla cultural que vivimos y sufrimos. No es solo un tema religioso, que podría ser discutible si fuera estrictamente el tema. Pero no es el caso. El tema de fondo es desnacionalizar Catalunya, eliminar lo antes posible su identidad y su diferencia, convertir nuestra lengua y nuestra cultura en residuales, disolvernos en la cultura castellana utilizando la multiculturalidad como coartada. Una estrella de veinte puntas y unas luces de colores inclusivas pueden estar en cualquier ciudad del mundo: en Buenos Aires, en Singapur, en Karachi, en Pretoria o en Brisbane. ¿Por qué? Porque no significan nada, carecen de identidad, no tienen alma, son decoraciones vacías. Son hermosas, pero no expresan nada. Un pesebre tradicional o unas luces de Navidad con los Reyes Magos o el tió solo pueden estar en Catalunya, y por eso deben eliminarse. Los siguientes serán los pastorets, que pronto serán prohibidos por no ser inclusivos ni paritarios. ¿Rovelló y Lluquet, se llaman? Fuera. Con el caganer lo tendrán más fácil, apelando a cuestiones sanitarias.
El tema de fondo es desnacionalizar Catalunya, convertir nuestra lengua y nuestra cultura en residuales, disolvernos en la cultura castellana utilizando la multiculturalidad como coartada
Pero esto no es todo. Porque es aún peor. Aplicando estas políticas, sus impulsores no se dan cuenta de que abren las puertas y legitiman la creación de guetos en nuestro país, lugares donde se actúa de forma diferente en función del grado de multiculturalidad. Por ejemplo, poniendo anuncios del Ayuntamiento de Barcelona en árabe o urdu. ¿Es que los migrantes de origen árabe o paquistaní son ciudadanos de segunda o ignorantes incapaces de entender el catalán? El mensaje perverso de fondo es: los autóctonos nos adaptamos a los recién llegados, y no al revés. No hace falta integrarse mucho, que ya nos integramos los autóctonos a sus necesidades. Ya os hablamos en árabe y ya eliminamos las luces de Navidad para que os sintáis como en casa, pero en nuestra casa. El mundo al revés. Son anécdotas, pero a la larga es una bomba de relojería y una grave irresponsabilidad.
No es ninguna teoría conspirativa ni ninguna caricatura. Ya lo vemos en muchos sitios de Europa. Estos días, la policía berlinesa recomienda a los ciudadanos judíos o gays, y por supuesto a los judíos gays, que disimulen su identidad religiosa o su orientación sexual cuando circulen por los barrios de mayoría árabe o musulmana. La guerra de Gaza ha desatado una ola de antisemitismo violento en Occidente que se ha ampliado a otros colectivos. La idea, como en El Raval, es no ofender ni provocar a nadie, pero en realidad es la pérdida de control de una parte de la ciudad. En vez de actuar para deshacer estos guetos y hacer valer la libertad como valor supremo, la policía recomienda no provocar a los fanáticos musulmanes. ¡Bravo! Hay muchos casos más. En Suecia, años y años mirando hacia otro lado han comportado que hoy existan más de 60 zonas, en las que viven más de medio millón de personas, donde la policía recomienda no entrar (y ellos mismos lo hacen en contadas ocasiones). Se conocen con el nombre de "utsatt område" o "no-go zones" y en ellas impera otra ley, que no es la sueca, precisamente. Son sociedades paralelas donde grupos criminales ejercen el control social y la justicia, normalmente a través de la sharia, donde las mujeres son las más perjudicadas. He aquí el problema que debe afrontarse de forma contundente desde el principio, antes de que arraigue. Y poner bombillas inclusivas para no ofender a nadie es empezar a legitimar la segregación social.