Ser un Borbón debe ser muy cansado. Arrastrar un árbol genealógico del cual cuelgan reyes, hijos reconocidos, hijos bastardos, hermanos con hijos reconocidos y bastardos, y una hilera inacabable de familiares y familiares bastardos tiene que ser agotador si, como buen Borbón, quieres mantener el espíritu de un apellido que te permite vivir de cojones fingiendo que trabajas mucho sin hacer nada. Y eso tiene un mérito envidiable para quien, como yo, soy hijo de un charnego del Xino y de una catalana de ocho apellidos catalanes nacida en Francia y que se crió en el Poble Sec. Mi abuelo Evaristo, descargador de muelle y vendedor de seguros de entierro, era un gallego que no creía en meigas, pero consideraba el esperanto el idioma de un futuro que veía con tanta clarividencia que me regaló un nicho el día de mi 20.º cumpleaños.

Yo no querría ser un Borbón, ni me querrían. Mido 1 metro 70 centímetros, y no daría la talla para salir en las fotografías institucionales a menos que me confundieran con una menina macho ya mayorcita. ¿Existen los meninos? No lo sé, pero no querría ser un Borbón porque no tengo aquello que tienen las familias acostumbradas a andar por el mundo como hacía Jesucristo sobre las aguas del río Jordano. Y es que los Borbones tienen el don de parecer lo que parecen sin serlo, gente campechana con alma de miembro del Club de Bilderberg, un grupo de elegidos entre los cuales hay algún parvenu rico de cagar, norma fundamental para ser aceptado, y mucha sangre azul con una larga agenda de contactos. Y los Borbones tienen en la agenda un montón de teléfonos de nuevos ricos árabes, dueños del petróleo y de todo aquello que se mueve gracias a las comisiones en negro.

Borbón más campechano es Juan Carlos, emérito por méritos propios y padre de Felipe VI, reyes sin méritos relevantes para serlo si no es para ser la punta de la pirámide de una sociedad fundamentada en el hoy por ti, mañana por mí. El sistema de poder piramidal español con la monarquía como motor ha hecho que España sea el país que ha pasado de una dictadura a una democracia siendo más fiel al axioma lampedusiano: "es necesario que todo cambie para que no cambie nada". Un axioma que se ha cumplido gracias al esfuerzo de unos Borbones que se saben intocables mientras se los necesite, y como se saben indispensables, van polinizando el mundo de borboncitos que se expanden por discotecas, fiestas y actos benéficos convertidos en vendedores de contactos. Razón de más, para expresar mi admiración por una familia que simboliza el instinto de supervivencia de los elegidos por Dios.

El sistema de poder piramidal español con la monarquía como motor ha hecho que España sea el país que ha pasado de una dictadura a una democracia siendo más fiel al axioma lampedusiano: "es necesario que todo cambie para que no cambie nada"

Cuando José María Aznar, el Pablo Motos de la política, mandaba en España imitando las maneras de otro acomplejado llamado George Bush Jr., decían que su sueño era ser el presidente de la República Española más Borbón de la historia. Y como buen acomplejado con ambiciones de poder, decían que Aznar y sus ambiciones monárquicas incomodaban al Rey Juan Carlos. Con el tiempo, el bueno de José María aprendió que en España se prospera más como súbdito ciego y mudo de los Borbones, que como republicano por un día. Desde que Aznar dejó el poder bastante bien le van las cosas, y sin Juan Carlos al frente del negocio familiar, y con un nuevo Rey que tiene más de Legionario de Crist que de Borbón amigo de Bárbara Rey, todo hace pensar que prefiere divertirse en el backstage de la caverna ultra y vivir cómodamente de los beneficios de la FAES y de los 90.000 euros que cobra por conferencia, que alimentar sus sueños de Cid Campeador con ganas de birlarle la corona a Alfonso VI. Incluso los reyes del Cava catalán saben que en España es mejor ser vasallo que un caudillo en peligro de desahogarse en pocas horas.

Una de las últimas noticias protagonizadas por el Rey emérito es enternecedora. Si ya es duro vivir exiliado en Abu Dabi con el tiempo suficiente para comprobar que no tienes nada que hacer excepto preparar la próxima mariscada en Sanxenxo, resulta que nuestro rey en el exilio está preocupado por el futuro económico de Elena y Cristina, unas hijas sin oficio pero con mucho beneficio que no acaban de ser bienvenidas en el Palacio de la Zarzuela. Y como buen padre, ha montado una fundación en Abu Dabi para gestionar su fortuna libre de impuestos para que las niñas la disfruten exentas de obligaciones con los lacayos españoles en un futuro no demasiado lejano. La fundación se llama Sumer, de Su Majestad el Rey, y se quiere aprovechar de la opacidad fiscal de los Emiratos Árabes.

Aquí, sin cultura de pongos reales, los Borbones solo son útiles para mantener a una casta de lameculos que necesitan la monarquía para justificar su existencia

Al hacerse pública la noticia, a los españoles del amistoso Robespierre les ha quedado cara de Borbón envejecido, que es aquella expresión de bobo con la que los Borbones suelen pedir disculpas mientras ya tienen otro elefante en la mirilla de la escopeta. Es una expresión difícil de imitar porque viene de genética, de tantas y tantas generaciones acostumbradas a hacer lo que les da la gana con el beneplácito de los miembros de una Corte acostumbrada a utilizar la genuflexión para hacer crecer sus finanzas.

Un escándalo como el del Rey emérito habría hecho caer la monarquía en cualquier país con vergüenza democrática. En Gran Bretaña, los Windsor sirven, cuando menos, para agrandar las arcas públicas con la venta de merchandising kitsch. Aquí, sin cultura de pongos reales, los Borbones solo son útiles para mantener a una casta de lameculos que necesitan la monarquía para justificar su existencia, cronistas reales y angelicales incluidos, fingiendo que los Borbones son unos glamurosos salvapatrias. Y es un hecho digno de admiración que los Borbones hayan hecho este país a su imagen y semejanza moral.