Los catalanes somos un pueblo con pasajes históricos violentos. No necesariamente somos los más violentos. Pero nuestra historia está llena de vivos ejemplos de la violenta manera de resolver nuestros problemas -especialmente en el conflicto político. De la Guerra Civil Catalana de 1462 a la Guerra Civil Española de 1936 los ejemplos se acumulan en nuestros libros de historia y nuestra memoria.
Sin embargo, hoy por arte de magia los catalanes nos vemos como los más pacifistas del mundo y de la historia. Mas elevó este carácter nacional a la esencia fundamental del independentismo contemporáneo. ¿Cómo se ha operado la transición de pasar de la revolución del verano de 1936 al pacifismo como rasgo identitario diferencial retroactivo de los catalanes?
Cuando un pueblo sufre martirialmente dos «horas zero» -calco del Stunde Null de la Alemania nazi derrotada en 1945—, las transformaciones son traumáticas y se necesita el paso de varias generaciones para revertir los efectos devastadores. He tratado ya el significado e impacto del 1714 hora cero y del 1939 hora cero. He tratado también el miedo con el que los catalanes viven la violencia como el temor omnipresente que quizás habría que pagar para la independencia. No me he ahorrado críticas al uso que hemos hecho de la historia con el fin de justificar un presente tan diferente de nuestro pasado. Con el fin de armonizar pasado y presente, hemos acabado sacrificando el pasado y viviendo el presente al día a día y con una memoria falsa. En este sentido, sólo así se puede acabar entendiendo la desnaturalización de todos nuestros episodios violentos en la historia y la profunda infantilización que sufrió en 1714 durante el tricentenario.
En el fondo, nos queremos pacifistas desde siempre para justificar que perdimos una guerra y fuimos franquistas, hasta el punto de que Franco se nos murió de viejo a la cama. De aquí los estragos que hemos acabado proyectando al proyecto independentista y la invención del llamado proceso.
La cultura y pensamiento de la posguerra europea contribuyeron ciertamente a la pacificación de Europa y a la consolidación de una cultura de la paz después de la mayor destrucción concebible en una guerra. La devastación del continente forzó el pacifismo sin que ello se convirtiera en un trauma de efectos retroactivos. Es decir, los europeos no tuvieron que reescribir su historia para hacerse pacifistas, ni tuvieron que estar justificando permanentemente ser los más pacifistas; al contrario, los europeos tienen que estar justificando siempre no ser ni haber sido pacifistas.
La gran diferencia entre ellos y nosotros es que su derrota no fue acompañada de una ocupación prolongada y la conversión de nación libre en colonia de régimen extractivo en el corazón de Europa. Alemania perdió la guerra, estuvo ocupada, se purgó relativamente y ha ido caminando para reinventarse asumiendo su pasado y librándose del yugo de la ocupación aliada. Todavía hoy. La gran diferencia es que Alemania es una nación libre que lidera el continente y Catalunya permanece colonia de España.
España tendría que aprender que Catalunya no es su mayor problema, sino que lo es considerar a Catalunya como un problema capaz de definir cuándo una democracia puede funcionar como tal y cuándo no
Nuestros traumas históricos son un insoportable corsé psicológico amplificado por una democracia española concebida con unos límites específicamente marcados para subyugar a Catalunya. España tendría que aprender que Catalunya no es su mayor problema, sino que lo es el hecho de que considere a Catalunya como un problema capaz de definir cuándo una democracia puede funcionar como tal y cuándo no. La herencia de Franco no es sólo nuestro pacifismo histórico impostado: abarca también las líneas rectoras de las grandes carencias democráticas de España.
Para hacer la independencia no nos hace falta la violencia. Pero todavía nos hace falta menos el pacifismo naïf. Situados hoy dentro de la Europa del pensamiento líquido de posguerra posmoderna, dentro de la Unión Europea, el riesgo irreal de la violencia tendría que ser nuestra preocupación más insignificante. Es la obsesión de los españoles y su gobierno para justificarse en sus ataques de estado contra los independentistas y para excluir el uso de los mecanismos democráticos—el referéndum—en la resolución de la cuestión de los catalanes. De la misma manera que los españoles tendrían que renunciar al uso de nuestra violencia inexistente, los catalanes tendríamos que renunciar al uso de nuestro pacifismo impostado. Ni nuestra historia, ni nuestro presente son culturalmente pacifistas. Si asumes el pacifismo buenista que hoy tenemos es asumir que puedes vivir en tiranía y que aceptas el legado del franquismo y el trauma castrador que nos representa. La ingeniería social nos ha querido hacer los más líquidos, posmodernos y cosmopolitas del mundo y sólo nos ha hecho más yermos y estériles en nuestra identidad y nuestra capacidad de resolver democráticamente nuestros conflictos políticos.
Nuestro independentismo es esencialmente pacífico porque es democrático. No puede ser de ninguna otra manera
Si niegas lo que eres, si profundizas en una castración franquista con el fin de ser el más democrático-liberal-tolerante-pacifista-naïf, creas un monstruo que siempre será de nación esclava y colonia explotada— y paradójicamente nada democrático, liberal o tolerante. El pensamiento de posguerra tenía que servir para evitar una nueva guerra, no para creernos lo que no somos. Espero y deseo que los alemanes no se crean que son pacifistas porque su invención todavía sería más aberrante que la catalana (afortunadamente, no se lo creen).
Nuestro independentismo es esencialmente pacífico porque es democrático. No puede ser de ninguna otra manera por el tiempo y el espacio de nuestro contexto. La negación de nuestros episodios de violencia ayer convierte el altísimo valor de utilizar la democracia en la resolución de un conflicto político en una caricatura condenada a un triste final. Tenemos que entender que Catalunya preserva una parte de su violencia histórica, que el carácter catalán históricamente ha tenido pasajes violentos. Entonces, podremos librarnos del último trauma franquista que arrastramos desde la hora cero de 1939; después podremos encarar la resolución de nuestro conflicto político de la secesión con mucho más éxito y efectividad. Eso nos vierte tanto al referéndum como a la unilateralidad y a la desobediencia. Es el punto de ruptura sin violencia que nos conectaría de lleno con nuestra historia de verdad.