El problema no es solo morirse. Morir, lo haremos todos. Algunos, sin embargo, cuando se van después de haber vivido tanto, dejan vacíos, o legados. Y son insustituibles. Los mejores maestros han transitado por caminos que saben que otros pisarán y, con suerte, mejorarán. Cuando figuras colosales como Joan Botam o Pius-Ramon Tragan se mueren, el vacío y el legado se magnifican. Y Catalunya pierde, sin duda, y hay que ver cómo puede ganar, si es capaz.
Tenían 97 y 95 años, y los dos eran catalanes y religiosos. Catalunya ha enterrado, en una semana, al padre Joan Botam i Casals y al padre Pius-Ramon Tragan. Les Borges Blanques y Esparraguera, los capuchinos y los benedictinos, han cursado dos bajas irreparables. Botam, el padre del ecumenismo en Catalunya, el capuchino incansable que quería la unidad de los cristianos y consideraba un escándalo tanta división. Tenía una voz de trueno suave y te miraba con agudeza. El año 1966, a raíz de la Caputxinada, intentaron expulsarlo de Catalunya, pero la Santa Sede lo evitó. Hombre pacifista y resistente, el padre Botam.
Autoridades mundiales, gente a la que hemos concedido premios, que han situado Catalunya como referente en sus ámbitos. Y ahora ya no están
El otro, el padre Pius de la abadía de Montserrat, un autorizado biblista, reconocidísimo por todo el mundo, rector durante años en Roma en el Ateneo Sant'Anselmo, un estudioso de papiros y papeles llamado en todas partes, ya fuera en foros de teología, exégesis bíblica, arqueología. Los dos estudiaron en Roma (donde pronunciaban sus nombres como Bòtam y Tràgan) y han ocupado varios cargos desde los que han defendido la lengua catalana como instrumento de cultura y divulgación. Autoridades mundiales, gente a la que hemos concedido premios, que han situado Catalunya como referente en sus ámbitos. Y ahora ya no están. Y no hay pequeños Joan Botams o pequeños padres Pius Tragans. Sí que existe, sin embargo, una ruta trazada, una manera de hacer y un sacrificio —ay, qué palabra antipática, hoy en día— que se puede replicar. Lo primero que hay que hacer es ver cómo conservar su memoria y transmitirla. No han sido importantes porque nos lo digan sus comunidades, los capuchinos y los benedictinos. Su fuerza nos viene a través de terceros. El poder de su vida nos lo muestra la repercusión de su muerte. Y aquel vacío delante de nosotros, no solo de erudición o conocimiento, sino de un esfuerzo por encontrar claves para entender los conflictos entre religiones, las contradicciones entre traducciones de textos sagrados, el porqué de todo. No hay que ser creyente para observar las disonancias entre religiones, o las dispares versiones bíblicas que pueden atizar el fuego de la controversia. Y un verso mal traducido, una palabra mal encarada, una versión contaminada, puede ser letal. Ellos, con aquella paciencia atávica, hicieron el camino un poco más fácil.