Entendí en qué consiste la buena educación y el respeto un día como cualquier otro, en París. Como suele ocurrir éramos muchos, innumerables, dentro de aquel metro urgentísimo, arrastrados como íbamos dentro de esa reguera o acequia profunda que se estira y se va estirando por dentro de la oscuridad, que va mojando con bocanadas de gente la gran ciudad por sus raíces, que es por donde se nutren, y también se pudren, bosques, malas hierbas y la inteligencia de las flores. Recuerdo, de mis memorias del subsuelo como, de repente, me pegaron un codazo en el vientre para que dejara pasar, me aplastaron un pie, me empujaron al modo que solo sabe hacer el más brillante cosmopolitismo. Pardon añadió entonces una voz, con aquel exquisito grésillement del buen francés de los buenos modales. Con el francés de la buena educación y de la alta superioridad de la Sorbona y Nanterre, que siempre se guarda una respuesta.
Pardon me lanzó aquel delincuente metropolitano, como quien añade una rúbrica de arabescos a la firma de su puño y letra, como quien te sonríe después de hacerte aceptar una capitulación militar, un préstamo del banco, una ruptura amorosa. Porque no le basta con maltratarte primero y humillarte después, no, por favor. Esto sólo es el comienzo. Además, te hará saber que es intocable, un ser inevitable como las nubes que te pasan por encima, porque vive refugiado en esa eminencia de la buena educación. Y tú, como persona también bien educada, no te enojarás ni dejarás nunca de perdonarle porque te ha pedido perdón, porque la civilización entera te está mirando solo a ti. Y tú no tendrás tan mal corazón con alguien que se ha disculpado, ¿verdad? Ya que ha reconocido formalmente su error. De hecho, no hay nada peor ni más falso que la formalidad, ese conjunto de palabras mágicas que se utilizan para cualquier fin. Mi abogado, a menudo, me recuerda que la diferencia esencial entre un narcotraficante y un nazi asesino es la educación. Y más aún la buena educación. Porque el narcotraficante, casi siempre, en privado, admite el daño que ha hecho y sabe que lo que hizo no tiene excusa que valga, ni perdón. Es consciente de su culpa. Ha destruido la vida de muchas personas a cambio de dinero. El nazi, en cambio, suele ser una persona leída pero que no ha entendido nada esencial de la cultura, solo se ha quedado en la superficie, con la forma y concretamente con el formalismo. El nazi también ha destruido la vida de muchas personas pero, además, quiere tener razón o justificación. O al menos una excusa. Quiere que le perdonen, que no se lo tengan en cuenta, que no le critiquen porque, al fin y al cabo, es un ser educado, superior, que los demás, los inferiores, no pueden entender y, sobre todo, no pueden juzgar correctamente. A veces tiene dos o tres carreras. La buena educación de la clase superior, de las buenas escuelas, en ocasiones pretende ser el salvoconducto de los salvajes de buena familia y con estudios brillantes. Estoy pensando en Boris Johnson, pero hay muchos otros.
En el independentismo de hoy este clasismo se manifiesta también a propósito de la buena educación y en qué consiste realmente esa buena educación. Muchos ciudadanos que ahora se enfrentan a largas penas de cárcel, que siguieron a flautistas de Hamelín pensándose que estaban defendiendo los derechos colectivos de Catalunya. Y a quienes, encima, se les niega el derecho de insulto y de crítica hacia los dirigentes políticos. Mientras hay quien ha perdido un ojo o ha tenido que irse al exilio, mientras hay quien ha sido apaleado por la policía autonómica, parece que lo importante, según los medios de comunicación, sean solo los políticos que exigen respeto. Esa política que quiere volver del exilio y se presenta ante el juez. Ese político que decía apreteu mientras los Mossos sí apretaban. Esa otra política que ha sido suspendida de un determinado cargo. Esa otra política que ha sido insultada. La gente del pueblo ha dado mucho dinero, cargos y dignidades a nuestros políticos. Y también les ha dado una pequeña cantidad de trabajo que, por ahora, no han realizado, si es que tenemos en cuenta sus promesas electorales. No, a la gente del pueblo no le basta con que le pidan perdón y que, si todo va bien, algún día harán algo. De hecho, esta expresión del perdón solo significa que aún pretenden tener razón. O justificación. Y que todavía pretenden que les votemos con el único argumento de que los políticos rivales son mucho peores.