Al arrancar el año, no hablaré de economía, ni tampoco me referiré al espectáculo "Bona gent" de Quim Masferrer, ni a la preciosa canción "Alenar" de Maria del Mar Bonet (1977), que dice "tres puertas tengo en mi casa, abiertas a todos los vientos: la que está abierta para ti, la otra para la buena gente". Va de buena gente, que te encuentras a mucha por la vida cotidiana, pero aplicado a una experiencia personal reciente.

No es fácil resumir qué es lo que exactamente caracteriza a la buena gente. Las personas que reciben este calificativo presentan múltiples atributos, tanto con respecto a su comportamiento como a su forma de ser, la forma en que gestiona situaciones que se generan cuando entra en contacto con otra gente. El sentido común nos hace pensar en algunos de sus atributos: sencillez, empatía con los sentimientos de los demás, respeto en el trato personal y a las distintas opiniones, humildad, reconocimiento de las limitaciones propias, afecto hacia los demás, especialmente a los que más lo necesitan, disposición a ayudar, no creación de conflictos innecesarios, generosidad, entre otros.

El concepto de buena gente contrasta un poco con otro concepto muy usado en economía, el autointerés, que se utiliza para justificar, por ejemplo, que las empresas se mueven por los beneficios propios y que las personas toman decisiones y se comportan de modo que puedan mejorar su bienestar. El autointerés no debe confundirse con el egoísmo. El primero busca el beneficio propio, pero de forma que no ignora ni perjudica a los demás; el segundo busca el beneficio propio sin considerar que su comportamiento pueda perjudicar a los demás.

Vamos a la experiencia personal reciente: un grupo de senderistas (seis parejas y cuatro personas sin pareja), que no se conocen entre sí, comparten durante siete días a inicios de enero un programa preestablecido de excursiones de montaña, con guía, transporte en minibús (nos lleva al origen y nos recoge al final de la excursión) y residencia en el mismo hotel. Desayuno y cena, juntos, a la misma hora y en el mismo lugar; comida en la montaña, cada uno por su cuenta.

Al terminar el viaje, satisfacción por haberlo compartido con desconocidos iniciales que ahora ya no lo son tanto: buena gente hace buen viaje

Se puede decir que estamos ante un "grupo de interés", no monetario, como los que conocemos de asociaciones empresariales o de afectados por las hipotecas, sino un grupo de interés en la montaña y en el senderismo. Todos los que se meten en el grupo desea disfrutar de los paisajes, adentrarse en ellos, conocerlos de cerca, pisarlos, observando y amando la naturaleza. Como amantes de la cosa, todo se hace con el máximo respeto por el entorno. Compartir este amor, esta admiración y respeto por la montaña, de entrada, es muy compatible con que en el grupo te encuentres a buena gente.

Este grupo comparte más cosas. La primera, la propensión al esfuerzo. Caminar horas (en llano, cuesta arriba o cuesta abajo) conlleva un sacrificio físico que todos los miembros están dispuestos a realizar. La segunda es que, al ir en grupo, aunque los niveles de dificultad de lo que te vas a encontrar están predeterminados y todo el mundo los conoce, en las excursiones se avanza en bloque, con mínimas desviaciones individuales permitidas, que siempre tienen en común el arranque en grupo, el descanso en grupo y la llegada al destino en grupo. Ello requiere que cada miembro deba adaptarse al ritmo global: los que irían más rápido deben ralentizar el paso, los que van más despacio deben espabilarse para no condicionar demasiado el ritmo grupal.

La convivencia diaria con el grupo es de más de 14 horas diarias, de modo que te encuentras individualmente con todo el mundo casi permanentemente, ya sea caminando, ya sea haciendo una parada, ya sea sentados en la mesa, ya sea escuchando al guía, ya sea en el minibús. Hablas, conoces, escuchas...

Al terminar el viaje, satisfacción compartida por lo que experimentamos desde el punto de vista senderista y de lo que descubrimos en términos de naturaleza, paisajes, historia del lugar, etcétera. Pero también satisfacción por haberlo compartido con desconocidos iniciales que ahora ya no lo son tanto. Una de las personas del grupo lo resumió en una valoración que me ha inspirado este artículo: "buena gente hace buen viaje". Y eso no es mérito de nadie en particular, se genera en la dinámica grupal, del mismo modo que puede haber experiencias parecidas en las que esta sintonía no se genere.

Podemos encontrarnos con "buena gente" en todas partes. En la montaña es relativamente fácil, debido a la sintonía de entrada por el amor por la naturaleza, como lo que he indicado. Pero, personalmente, podría poner otros ejemplos, que van en la misma línea de amor por algo y el esfuerzo; por ejemplo, la coral en la que canto. Aquel concepto económico denominado autointerés de las personas se amplía para incorporar cosas adicionales: compartir, reír juntos, perseguir en grupo un objetivo, convivir en el esfuerzo, escuchar a los demás, ayudarlos si puedes... De hecho, más que comportarse buscando el autointerés personal, que existe, también se busca compartir gustos y retos. Y cuando eso se da, diría que es más fácil encontrarse con buena gente.