La campaña empezó con la finta de un Pedro Sánchez haciéndose el ofendido y presentando una falsa dimisión en diferido y ha acabado con Rodalies fallando sospechosamente, justamente el día en que la gente se tiene que desplazar para poder votar. El estado español, torpe y chapucero, nunca defrauda: ha tenido que meter baza al principio y al final de una campaña catalana, que, con unas fuerzas independentistas en baja forma, ha visto como el eje nacional perdía comba.

Faltaban cinco minutos para las 20 h y la Junta Electoral todavía no se había pronunciado sobre si los colegios tendrían que estar más rato abiertos o no, teniendo en cuenta el caos de los trenes y la imposibilidad de muchos ciudadanos de viajar allí donde estaban empadronados. Finalmente fue que no. Que circulen y que mala suerte para quien no haya podido llegar a tiempo. ¿Cuántos votos se dejaron de emitir por culpa de Renfe? Nunca lo sabremos.

Si le explicáramos todo este enredo a una persona venida de, pongamos por caso, Finlandia, sin decirle dónde ha sucedido, y le preguntáramos dónde cree que ha pasado, probablemente nos diría que en algún país tercermundista. Estos pucherazos no parecen dignos de un país democrático. Claro que, en los últimos tiempos, España ha demostrado sobradamente que esta palabra no la sabe declinar demasiado bien

Ahora bien, que España continúe haciendo de España —nada nuevo— no quita que los partidos independentistas entonen su propio mea culpa: ¿cómo han podido dilapidar la mayoría del 52 por ciento? Porque no es que la mayor parte de la ciudadanía hayamos dejado de ser independentistas, es que hemos dejado de creer en ellos y la decepción nos tiene que llevar a pensar que es necesario un nuevo ciclo, de liderazgos, de planteamientos. También de entidades sociales y soberanistas. Como decía Miquel Martí i Pol: haurem de fer foc nou.

Las sumas no suman para casi nadie y, cuando lo hacen, es de una manera muy ajustada, quizás demasiado insuficiente para gobernar con solvencia

El PSC, sin hacer demasiado ruido, ha mantenido su masa movilizada y, además, ha pasado la escoba, sobre todo, por casa de ERC. El PP se apunta a la ola europea de derechas y recoge las migajas de un Ciudadanos que, por fin, desaparece pero que deja el poso de una forma peligrosa de (des)hacer política. ERC quería hacer sombra al PSC, y Ciudadanos rascar al PP y los dos pierden hasta la camisa. Es lo que tiene querer ser marca blanca y bisagra de demasiada gente, que al final el votante vuelve al redil original y deja los inventos y los simulacros.

De los tres partidos independentistas con representación parlamentaria, el gran porrazo es para ERC (que pierde 13 diputados), seguida de la CUP (que se queda sin grupo parlamentario propio). Solo Junts mejora, pero no lo suficiente como para superar a los socialistas, ni tampoco para compensar la pérdida de escaños de sus exsocios de legislatura. La única figura que se mantiene en pie es la del president Carles Puigdemont. Veremos hasta dónde puede llegar la inercia de su carisma.

Otro tripartito, números en mano, sería posible. ¡Pero ojo! El PSC de ahora no es el de Maragall, y Salvador Illa puede hacer bueno a Montilla, que ya es decir. Tampoco lo tiene fácil ERC: si apuesta por el tripartito, puede acabar teniendo más escapes del votante independentista y si no lo hace y contribuye a forzar nuevos comicios, también recibirá castigo. La estrategia de convocar elecciones anticipadas no ha parecido la más acertada, tampoco para los Comuns, que pierden todavía más peso y se aferran al posible tripartito como un clavo ardiendo.

En definitiva, las sumas no suman para casi nadie y, cuando lo hacen, es de una manera muy ajustada, quizás demasiado insuficiente para gobernar con solvencia. Entran ahora en juego pactos, abstenciones, intercambio de cromos y otras tácticas. En todo caso, la política catalana anda por un terreno incierto, los votos socialistas no son todos progresistas, la derecha y la ultraderecha suben, la izquierda se tambalea y la independencia se atrasa, como los trenes. Más vale que se entiendan entre ellos, y entre unos y otros hagan el país gobernable. Si no, en la próxima estación bajaremos de este vagón y a tomar viento.