Con motivo de los 40 años de TV3, se le preguntó al economista Miquel Puig si el nivel de vida del catalán medio había mejorado desde entonces. Para responder a la pregunta, calculó el poder de compra de un trabajador representativo, un oficial de 2.ª del metal —categoría que existía y existe en el convenio colectivo— en 1984 y en 2024.
La conclusión, no entraré ahora en las cifras concretas que aporta, es que la alimentación se ha hecho mucho más asequible, al igual que la electricidad —supongo que por eso, en casa, mi padre siempre decía "apaga la luz"—, los coches y, sobre todo, los vuelos. Pero existe un gran fracaso, que cada vez va reconociendo más gente. A saber, para adquirir una vivienda de segunda mano y de 80 metros cuadrados en Barcelona, en 1984 era necesario dedicarle el salario íntegro de 5,5 años. Ahora, en cambio, ¡hay que dedicarle el de 15 años! Por si alguna vez se ha preguntado por qué ahora los jóvenes viajan mucho, pero comparten piso. Quizás nuestros padres no viajaban tanto porque era caro, pero podían comprarse una casa.
Puig argumenta que nuestros gobiernos y el mundo económico han puesto más énfasis en crear puestos de trabajo, entiendo que de baja calidad, hasta el punto de tener más de los necesarios, lo que se ha traducido en una enorme inmigración, que, junto con una gran cantidad de turistas, han presionado al alza los precios de las viviendas. Teóricamente —lo de la oferta y la demanda—, hay menos de los necesarios, y por este motivo suben los precios. Pero a esto hay que añadir la infrautilización de pisos vacíos para ampliar el parque público —lo que nos llevará a liberar suelo y a otra fiebre constructora— y a la imposibilidad de corregir las desigualdades que crea el mercado, a base, por ejemplo, de fondos buitre que hacen subir los precios, con parches como atacar el alquiler de temporada y turístico.
Si la gente tiene donde caerse muerta, hay paz social; si la gente está en la calle, no
En palabras de Puig, el de la vivienda es "el gran fracaso de la democracia española y el de la autonomía catalana". El domingo, decenas de miles de personas, la mayoría jóvenes, obviamente, se manifestaron en Madrid. Y han tardado demasiado. Ahora le toca el turno a Barcelona. Y, curiosamente, ahora los socialistas lo han convertido ya en una "prioridad absoluta", en palabras de Sánchez, de todos sus gobiernos. Lo mismo, el govern de Salvador Illa, que ha empezado a hacer anuncios y a aprobar planes.
Resaca de la manifestación al margen, la sensación es que la gente joven ha perdido la paciencia con este tema con derechas e izquierdas. Y eso que el diagnóstico está claro: "Sé que si no reaccionamos con contundencia, la sociedad española acabará dividida en dos clases. Y yo no quiero una España en la que haya propietarios ricos e inquilinos pobres", ha dicho Sánchez. La frase tiene fuerza, las medidas anunciadas no tanto: 200 millones de euros para el bono joven de alquiler, que a saber cómo llegan y con cuánta burocracia, y una revisión del reglamento sobre alquileres de temporada. En Sumar, que no manejan las políticas de vivienda, aprovechan para marcar distancias y piden "intervenir de una vez el mercado de la vivienda".
Hacen bien en intentar remediarlo. Si no, pronto entenderán por qué para el franquismo la vivienda fue toda una obsesión. Si la gente tiene donde caerse muerta, hay paz social. Si la gente está en la calle, no.