Una de las cosas que he notado últimamente es que cuando hace un poco de fresco, necesito un pañuelo de cuello, cosa que cuando era más joven no necesité nunca. Los niños y la gente joven siempre tienen calor y pueden enseñar la piel sin pasar frío. Eso se debe en parte a su metabolismo, más elevado en los cuerpos jóvenes, y a la existencia de un tejido adiposo muy concreto, denominado tejido adiposo marrón, que se encuentra en localizaciones subcutáneas muy concretas, en la zona clavicular y en la nuca, en la zona del esternón y otras zonas más próximas a los órganos internos. Este tejido adiposo no tiene nada que ver con la acumulación de grasa blanca y tiene una función fisiológica muy concreta: producir calor y mantener la temperatura cuando hace frío y con cambios en la dieta. Pensemos que los bebés, por ejemplo, tienen mucha más superficie que volumen y se enfriarían muy rápidamente sin el alto metabolismo de este tejido protector. Aparte de ir desapareciendo con la edad, también con la obesidad, el tejido adiposo blanco (con la función de acumular grasas) va sustituyendo este tejido adiposo marrón, que tiene la función de quemar grasas y producir energía, de manera que este último acaba prácticamente desapareciendo. La vitalidad y distribución de este tejido adiposo marrón que también presenta ligeras diferencias entre sexos biológicos, se puede detectar fácilmente con una cámara termográfica de infrarrojos, que detecta con mucha sensibilidad las diferencias en grados de las diferentes zonas corporales. De hecho, se puede utilizar para diagnosticar enfermedades en que hay zonas corporales con un metabolismo más acelerado, como el cáncer de mama, o con calor generado por procesos inflamatorios como la artritis reumatoide.
Pues bien, un artículo recién publicado propone una nueva aplicación, utilizar la termografía facial para predecir el nivel de envejecimiento y también para diagnosticar enfermedades metabólicas. Se sabe que la temperatura corporal va disminuyendo con la edad, pero no lo hace uniformemente. Los autores hipotetizan que es probable que la pérdida de temperatura facial siga un patrón diferencial según la edad y el sexo biológico. Para llevar a cabo este estudio, han analizado termográficamente más de 2.800 caras de chinos que pertenecen a la población han, aproximadamente mitad hombres y mitad mujeres, y distribuidos entre los 21 y los 88 años, y generan un programa (ThermoFace) usando aproximaciones estadísticas y de inteligencia artificial para correlacionar las diferentes medidas termográficas faciales con la edad. Para tomar las medidas, dividen la imagen del rostro en 897 triángulos para medir cada triángulo y elaborar la imagen termográfica. El análisis encuentra en los dos sexos biológicos una pérdida de temperatura con la edad, particularmente en la nariz, mejillas y cejas; este descenso es detectable en mujeres de 50 años y en hombres, a partir de los 60 años. En conjunto, hay correlación entre la edad predicha y la edad cronológica, con una desviación media de 5,8 años.
Quizás en el futuro, combinarán la imagen termográfica del rostro con los datos de análisis de sangre y datos genéticos para diagnosticar con precisión enfermedades metabólicas, o predecir si nuestro cuerpo está envejeciendo más rápido que nuestra edad cronológica
Con una cohorte más pequeña, hacen análisis metabólicos, transcriptómicos, de dieta y bienestar personal, para identificar posibles correlaciones de la termografía facial con estas características. Por ejemplo, encuentran que la sobreexpresión de determinados genes relacionados con la malaria correlacionan con temperatura más baja en la frente y la barbilla, y temperatura más alta en el apéndice nasal, mientras que la sobreexpresión de genes relacionados con la reparación del DNA correlacionan con mayor temperatura en la frente y menor en las narinas. Curiosamente, encuentran correlaciones específicas de temperatura en determinadas zonas del rostro con el hecho de dormir correctamente (número de horas e intensidad del sueño) o el hecho de consumir yogur de forma periódica. No saben exactamente el porqué de estas correlaciones inesperadas.
Después de la comparativa de resultados con programas de predicción de envejecimiento por análisis faciales 3D, los autores llegan a una interesante conclusión y es que aunque el envejecimiento se puede predecir mejor con programas específicos de reconocimiento facial 3D (que analizan hasta 7.200 puntos faciales), la termografía facial correlaciona mucho mejor con enfermedades metabólicas concretas importantes, como la diabetes, enfermedades hepáticas hipertensión o hígado graso (relacionadas con el envejecimiento), lo cual tiene lógica si pensamos que la temperatura depende del metabolismo. Muy concretamente, la zona periocular (que está muy vascularizada) sobresale como zona facial relevante que, combinada con datos de otras zonas, permitiría una predicción relativamente esmerada de enfermedades metabólicas y, con menor precisión, de la edad de los pacientes.
Un dato no menor y que merece consideración es que la mejora de la calidad del sueño rejuvenecía el rostro con respecto a los datos termográficos, como también lo hacía el ejercicio (saltar con una cuerda un mínimo de 800 veces y más de 10 minutos cada día durante unas semanas). Pero ojo, lo que nos dicen realmente los datos es que la termografía de la cara de estos individuos, después de cambiar sus hábitos, se aproximaba más a una termografía metabólica "normal", pero ya hemos dicho que el envejecimiento no siempre correlaciona directamente con la temperatura facial, y dos semanas de un poco de ejercicio no revierten toda una vida de excesos o de estrés crónico.
En conclusión, la termografía facial detecta el metabolismo de diferentes zonas de la cara, que correlacionan más directamente con el estado metabólico y, más indirectamente, con el envejecimiento corporal. Pero recordemos que las emociones cambian la producción de calor (nos sonrojamos de vergüenza, placer o ira, con una producción intensa de calor en ciertas zonas faciales), que el ejercicio físico sostenido, la ropa que llevamos o la temperatura exterior también modifican la temperatura facial en algunas zonas, por lo tanto, prudencia. No hace falta que vayamos todos a hacernos una foto termográfica. Una foto térmica de nuestro rostro dice "muchas cosas" y es verdad que es barata, pero la relación con el envejecimiento, aunque sugerente, todavía es muy indirecta. Queda mucho por estudiar y analizar en diferentes poblaciones humanas, además de desarrollar medidas termográficas para combinarlas con otros datos de manera mucho más dirigida y precisa, antes de implementar la termografía facial como método generalizado de diagnóstico. De momento, es una curiosidad intelectual que merece más investigación, pero quizás en el futuro, combinarán la imagen termográfica del rostro con los datos de análisis de sangre y datos genéticos para diagnosticar con precisión enfermedades metabólicas, o predecir si nuestro cuerpo está envejeciendo más rápido que nuestra edad cronológica.