Cada vez que llega una nueva estación, el cambio de armario. Guardar en cajas los bikinis y las camisetas de tirantes que significan cosas y huelen todavía a mar. Para llenar el armario con vestidos que no recordabas y cazadoras que llevan entradas de cine antiguas en los bolsillos. Siempre soy de las primeras en cambiar la ropa de la temporada. Tengo estrés anticipatorio al pensar que si no lo hago este fin de semana, quizás más adelante no tendré tiempo y moriré congelada. O quizás es el deseo de dejar un verano fantástico en la parte de arriba y poder avistar la futura temporada. Porque no nos engañamos, el año, en septiembre, está prácticamente over. Entonces, todavía sudando y vestida de blanco (aunque este otoño se lleve el total white) veo mi armario lleno de vestidos negros y me asusto. No sé qué me pondré porque no sé qué pasará. Pero estas faldas me recuerdan de lo que huyo, por eso las meto en la bolsa para dárselas a alguien que las disfrute.

Los armarios están llenos de piezas experimentadas que recuerdan esa cena, esa frase, un periodo que no existe y que está pasado de moda. Hay camisas blancas que resisten las añadas, y siguen en esa percha esperando la invitación perfecta. Como aquel vino perfecto que abrirás cuando te suban el sueldo y que se avinagrará antes de que puedas degustarlo. Ponte y bebe lo que quieras y harás que ese día aparentemente normal cuente en tu apretada agenda. Camisetas que por mucho que las laves llevan su aroma. Lo peor es que las sigues esnifando como si fueran una droga. Como dice Mercè Rodoreda en Espejo roto "Hija, hay gente que con un recuerdo tiene para toda la vida". Es una de las frases que humedecen mis ojos casi tanto como los jerséis de mi cómoda con perfume de Heno de Pravia y de bolas de lavanda de mi abuela. Sí, aunque sea sumiller, me perturban más estas notas que ninguna magdalena de Proust.

Compraré cosas nuevas porque necesito tener otras historias frescas, sabrosas, modernas y golosas en forma de tela, y vestir ilusiones de color borgoña en formato sólido. El cambio de zapatos simboliza si queremos caminar, correr, estar sexis o cómodas.

Los cambios de armario y de minibar solo requieren tiempo, tener uno de esos días del ciclo que te sientes decidida y muchas bolsas al lado

Reconocer los zapatos bellos pero incómodos y decidir que lo estilizada que te hacen no compensa tu cara de mala leche por el dolor de espalda, significa que te has hecho mayor. Que no es, ni mucho menos, que hayas madurado. Dice Marie Kondo que la ropa que en dos temporadas no te has puesto ya no la volverás a llevar nunca más. Seguramente tiene razón, aunque recordemos que nos ha relajado (más que ningún Orfidal) saber que después del tercer hijo, ella también deja cosas amontonadas a presión entre las puertas del armario. Estas piezas de colores que creemos que volverán a ponerse de moda, y que justo cuando ocurra, las habremos regalado a una amiga ese mismo fin de semana. O los tejanos de cuando estabas tan delgada que es mejor que dejen de ocupar un lugar mental en tu cerebro cada vez que los ves recriminándote la dimensión de tus caderas. Ojalá que con el armario donde tenemos los digestivos y los destilados hiciéramos lo mismo y fuéramos coherentes para, al menos dos veces al año, reconocer las cremas de güisqui caducadas, el cristal del licor lleno de polvo y las botellas que ya no compartirás porque ya se han oxigenado. Los cambios de armario y de minibar solo requieren tiempo, tener uno de esos días del ciclo en que te sientes decidida y muchas bolsas al lado. La aceptación y qué tiempo hará ya se verán con el calendario de Adviento.

¡Qué bonito este vestido! Es de Dolce & Gabbana, me preguntan por redes. Como hizo Eva Longoria recientemente en redes, contando que un vestido que llevó en una red carpet valía 50 euros. "No es el vestido, es la percha" dijo en Instagram. Pero no me atrevo a explicar que mi vestido favorito lo compré en una tienda de chinos en Marbella. "Sé valiente, valiente, valiente" de la película El Círculo Polar. Yo me lo repito, esperando a que desaparezcan los fantasmas de mi armario. Finalmente, cojo una manta para cubrirme esta noche sin estornudar. Porque la alergia a los ácaros también se supera con lo que queda de las segundas rebajas.