La campaña de las elecciones catalanas del 12-M, que empieza este viernes, será un visto y no visto, una campaña relámpago. La anticipación, la convocatoria forzada de los comicios firmada por el president Pere Aragonès, buscaba coger a Junts a contrapié, pero posiblemente no calibró lo bastante bien la variable de la amnistía. Lejos de cortocircuitar una eventual candidatura de Carles Puigdemont, la publicación de la ley en el B.O.E, a finales de mayo o principios de junio, posibilita no solo el retorno del president en el exilio, sino su candidatura "efectiva" a la presidencia de la Generalitat. Es decir, que Puigdemont pueda volver y, además, presidir el Govern si es que es investido por el Parlament. Sea como sea, Puigdemont ha superado con nota la corta, muy corta precampaña, al haberse situado en el centro de todas las declaraciones y actos preelectorales de sus oponentes.
Ante la evidencia, ERC ha hecho tres o cuatro cosas para enderezar el rumbo de unos pronósticos electorales poco halagadores. De entrada, buscar el cuerpo a cuerpo entre Aragonès y Puigdemont para mantener opciones de disputarle, cuando menos, la hegemonía del independentismo. No ha tenido éxito Aragonès al arrancarle un cara a cara al president en el exilio, que se lo ha denegado, a pesar de la disposición del candidato de ERC a hacerlo donde hiciera falta. Puigdemont no lo acepta porque busca polarizar la campaña entre él y el candidato del PSC, Salvador Illa, a quien, según asegura, ya ha atrapado en las encuestas.
A la vez, el comité de campaña ha hecho subir a Aragonès unos cuantos decibelios la intensidad del gesto y la retórica. En algunos momentos, como en el ataque frontal a Puigdemont por su "ausencia" en un debate de la Pimec, ha parecido que el presidente rufianeaba, en vez de pujolear, buscando el cuerpo a cuerpo con Puigdemont. O que volvía a la etapa del "Espanya ens roba" de su militancia en las JERC, las juventudes republicanas. Un traje y un estilo mitinero muy alejado, en todo caso, del talante tranquilo y ordenado que todo el mundo le reconoce a Aragonès y que ha bendecido esta semana el exconseller Andreu Mas-Colell, el cerebro de los recortes del gobierno de Artur Mas que tanto reprobó ERC.
En algunos momentos, ha parecido que Aragonès 'rufianeaba', en vez de 'pujolear', buscando el cuerpo a cuerpo con Puigdemont
La tercera cosa que ha hecho Aragonès es, posiblemente, la más interesante, porque encara, sin miedo, lo que puede ser el auténtico eje de la campaña: la cuestión del liderazgo. Contra la falta de carisma y épica del president-candidato de ERC, Aragonès ha optado por confrontar sus propuestas, su obra de gobierno, con el liderazgo de Puigdemont, a quien, como también hace Salvador Illa, dibuja como un candidato que solo habla de él mismo. El problema del mensaje, además de la dura realidad del exilio que ERC también sufre, es que la obra de gobierno de Aragonès, ante el vacío programático que atribuye a Junts, choca con la realidad del mal gobierno: el caos en las oposiciones, el desastre del informe PISA, el retroceso del catalán en la calle y en la escuela o las inversiones contra la sequía no ejecutadas. Una obra de gobierno más bien ligera, como un chaparrón primaveral, bienvenido, pero seguramente insuficiente para llenar las urnas de votos. El fracaso de los últimos presupuestos lo certifica.
Que Puigdemont avance en las encuestas a Aragonès es algo que se empieza a dar por descontado, no solo en boca del candidato de Junts, y que, dependerá, en parte, de cómo se desmadeje una campaña que será de vértigo. Una campaña de alto voltaje que requerirá mucha más flexibilidad y capacidad de respuesta al minuto a minuto cambiante de la conversación electoral que la que ofrecen, a priori, talantes tan ordenados y cartesianos, como los de Aragonès e Illa. He ahí donde entra en escena la épica, el gran relato que acompaña a los grandes líderes. Un atributo que —guste o no— disfrutan o pueden exhibir un Puigdemont o un Oriol Junqueras, pero no tanto un Aragonès o un Illa. Que ERC prepare un gran acto electoral en el exilio ginebrino con su secretaria general, Marta Rovira, además de Junqueras y Aragonès, da una idea de hasta qué punto, la épica también cuenta. Y suma.
Guste o no, la épica, el gran relato que acompaña a los grandes líderes, lo pueden exhibir un Puigdemont o un Junqueras, pero no tanto un Aragonès o un Illa
Es evidente que, por contraste con la campaña de ERC, la cúpula de Junts se lo juega todo a la carta del liderazgo de Puigdemont, a quien sus adversarios electorales, especialmente Illa, tildan de líder "mesiánico". No obstante, la visita de la cúpula de la patronal Foment del Treball, encabezada por su presidente, Josep Sánchez-Llibre a Perpinyà para celebrar una reunión de trabajo con Puigdemont, deshace en parte la caricatura. Los electores decidirán si el eje programa-liderazgo era la clave, el vector decisivo para decantar el resultado del 12-M, o no lo era. Sospecho, sin embargo, que estas son las últimas elecciones del procés y las primeras del postprocés, las que realmente pueden abrir una nueva etapa cuyo diseño está más abierto de lo que parece.
Y mientras tanto, y siempre, los clásicos. Como reza el conocido aforismo de Marshall McLuhan, tan caro a los viejos estudiantes de periodismo, el medio es el mensaje. En campaña electoral, el candidato es el mensaje. En el mercado del voto, quien mejor se las arregla en la dialéctica entre el quién lo dice y el qué dice, gana. Y es que, sin marco que lo aguante, el cuadro se cae: que esté vacío o lleno solo altera la velocidad. Al final, son las leyes de la física. Y la química.