Agustí Forné es uno de los pocos hombres que me ha hecho llorar. Rebobinemos.

Un día, al principio de los 90, Tatxo Benet pidió a la dirección de TV3 que los castells los hiciéramos desde Esports. Y le hicieron caso. TV3 los tenía en el grupo de "fiestas populares" y Benet, que era jefe de Esports, pensó que se tenían que enseñar de otra manera.

Otro día, Tatxo Benet me llamó -yo era el jefe de realización de Esports- y me presentó a Agustí Forné -era el delegado de TV3 en Tarragona- y nos pidió que teníamos que transmitir castells como un acontecimiento deportivo.

Con Agustí empezamos a definir cómo se tenían que transmitir los castells, cuándo -yo- tenía que pinchar un plano general, cuándo -él- se tenía que callar. Con el tiempo la cosa ha mejorado y mucho, pero me gusta pensar que Agustí y yo pusimos las bases. Domingos de encuentros, de decirnos burradas por el intercomunicador, de comidas, de hasta la semana que viene. Agustí convenció a la Joves -la Choves, de hecho- para que me regalaran una camisa enmarcada que ha sido colgada en todos mis despachos. Soy fan de la Joves y siempre he creído que Agustí -ahora ya se puede decir-, también.

Me gusta pensar que Agustí y yo pusimos las bases

El 21 de noviembre del 93 -lo he tenido que mirar- habíamos quedado en Terrassa. "Chec, hoy todavía veremos una cosa que no se ha visto nunca". Era una mañana de domingo grisáceo, un poco de fresco, la plaza del ayuntamiento llena -nada exagerado. Agustí encima de una tarima con monitor, cascos e invitado. "Prepárate Gené". Los Minyons, los que no quieren ir al concurso de Tarragona, los que iban al CAR a prepararse, la colla sin tradición, quería plantar el 2 de 9 con folre y manilles. Otros lo habían probado, pero nunca se había podido hacer la aleta. Me parece que ni se habían puesto los dosos. Los Minyons hicieron de Minyons: serios, tranquilos, plantados. Agustí iba narrando: serio, tranquilo, plantado. Con aquel acento de Tarragona que contraponía al mío de Lleida. En cada piso, la narración se iba acelerando hasta que se hizo la aleta. Y el castell cayó: quién narices está para aguantar la torre si acabas de hacer aquello inimaginable. Agustí empezó a gritar: "lo han cargado, lo han cargado, lo han cargado, lo han cargado..." Por los altavoces de la unidad móvil me llegaba su voz. Me emocioné tanto que era incapaz de dar órdenes a los cámaras, de pedir la repetición, de decir nada. Tuve que abrir la puerta para respirar y para que nadie me viera los ojos enrojecidos. Agustí acababa de narrar el momento que cambió la historia de los castells y lo hizo de una manera que, cada vez que lo pienso, se me hace el mismo nudo en la garganta.

El mismo nudo que tengo ahora, cuando pienso que se ha ido del todo. P.S. Si queréis seguir la narración de aquella mañana grisácea, con un poco de fresco, "Chec, hoy todavía veremos una cosa que no se ha visto nunca", podéis pinchar aquí.