"Su paciencia consigo mismo es infinita"
Bertolt Brecht

Algún viento me había llegado de que llegado el lunes 9, Sánchez iba a tener un nuevo disgusto. No reparé mucho. Son demasiados los que con cornetas y timbales anuncian el golpe de gracia que no llega nunca. Lo cierto es que aquello a lo que se referían sonó en Madrid como un explosivo que, deteriorado o mojado, deja escapar un "puffff" tan alejado del estallido esperado que mueve a la lástima, por la carga de ruido y destrucción perdida. Algo así pasó con la rueda de prensa de Puigdemont, que se fue por el sumidero de los fuegos de artificio malogrados.

Y no es que lo que se expuso en ella no resultara interesante, incluso un reto provocador. La idea de hacer votar a los diputados si Sánchez debe someterse a su voto de confianza es acerada. Es obvio que el presidente del Gobierno, único con potestad para hacerlo, no va a solicitar ni loco la confianza de la cámara. ¡No le costó ni nada conseguir la confianza inicial de la investidura para poder seguir en la Moncloa! No, por nada del mundo, ni por un ataque de orgullo, que ya es decir, daría ese paso. Es un paso tan peligroso que ni la supuesta baraka se lo asegura. Pero claro, si una mayoría votara que sí, que sea necesario que revalide la confianza sería tanto como afirmar que una mayoría no considera que la tenga y eso, en términos políticos, es suficientemente revelador. Así que no era tan baladí lo explicado desde Bruselas. Ni eso ni la falta de confianza en alguien que siempre cede pero casi nunca paga, modo en el que no resulta excesivamente costoso ceder y coger tu trozo de tarta.

Lo que sucede es que en Madrid, en el núcleo político del Estado, la salsa es tan espesa que para cortarla hace falta ya algo verdaderamente afilado, no basta con cuchillos lanzados a la diana para poner en apuros al mismísimo hijo de Guillermo Tell. No. Aquí las normas que rigen son más bien la de los duelos, no a primera sangre sino a muerte. Solo puede quedar uno. Así que todo lo que no sea apoyar al gobierno a ojos ciegos, con toda la artillería, con toda la fe, como un solo hombre o bien lo que no sirva para derribar a Sánchez, para obligarle a irse, para ponerlo entre la espada y la pared, para obligar a los suyos a abrir los ojos; todo lo que no se centre en alguno de esos fines, es un vacío en la nada del cero de la inexistencia.

Puigdemont podría, en efecto, servir para una cosa y para la contraria. Podría darle la estabilidad buscada a Sánchez o podría dejar que se desmoronara como un azucarillo entre sus manos. No hace ni una cosa ni la otra. En realidad, como ha aplicado varias veces dosis homeopáticas de ambas posibilidades —de pactar al final, pero también de tumbarle los decretos o hasta la amnistía— lo que sucede es que tanto gobierno como oposición y antisanchistas ya se han ido acostumbrando de modo que una nueva dosis, un poco más grande pero ínfima aún, no les produce ningún miedo. Tienen el ejemplo ayer mismo de dosis controlada, la alianza de Junts con PP, PNV, ERC y Vox para tumbar ese 7% de impuesto ideológico a las eléctricas que tan querido le es a Podemos, Sumar y Bildu y a los socialistas por mero arrastre. Los del PSOE les han hecho la envolvente y han desconvocado la comisión y así sigue el juego.

Todo lo que no sea apoyar al gobierno a ojos ciegos, con toda la artillería o lo que no sirva para derribar a Sánchez, es un vacío en la nada del cero de la inexistencia

Todos creen que el lobo no llegará. Los del PSOE por prepotencia, porque creen que a su César nada malo le puede suceder, porque confían en que al final bastará con ceder cualquier cosa que luego no puedan cumplir y lograrán sus presupuestos; porque afirman que es un mero farol de Puigdemont para poder exprimirles un poco más, porque, en fin, qué locura pensar que Sánchez vaya a hacer nada que ponga en riesgo a Sánchez. Los antisanchistas, aunque tuvieron muchas esperanzas puestas en un viraje de Junts que tumbara a Sánchez, ya dan por supuesto que esto no sucederá y que con más o menos aspavientos lo sujetarán hasta el final porque es lo que más le conviene también a Puigdemont. Mira que se han acercado y hablado, mas el gallego tampoco es de mucho arriesgar, e ir a cualquier parte con los indepes le causaría graves problemas con su ala dura. Los de Vox son tan imprevisibles que lo mismo te ofrecen la moción de censura para convocar elecciones que te dicen al rato que no aceptarán nada que venga del fugado, y se alejan de cualquier proyecto en ese sentido.

Nadie cree ya en nada que no sea un nocaut.

Así que la verdadera relevancia que obtendría Puigdemont sería, en todo caso, la derivada de lanzar ese gancho irreversible. Los socialistas, claro, creen que eso es imposible porque ¿cómo estaría mejor Puigdemont que en sus garras? Pretenden que nadie quiere ir ahora a elecciones y que ese es el mejor seguro para la estabilidad de Pedro Sánchez. Tampoco se entiende esta deducción, dado que las encuestas del fin de semana pasado le daban a Junts un escaño más, hasta ocho, en el caso de que se volvieran a celebrar generales ahora, mientras que a la izquierda no le daría para sumar, valga la broma, y Feijóo no lo tendría mal aunque con la maldición de Vox a su espalda.

Mientras eso no suceda, mientras no se convierta en aquel que da el golpe de gracia a Sánchez, el de verdad, el definitivo, lo intentarán ningunear ambos bandos. Los socialistas porque siguen creyendo que no tiene otro remedio que rendirse a ellos al final y ese sigue siendo el mensaje que algunos de Junts siguen dejando transparentar en sus encuentros en el foro, al afirmar que siguen negociando, los peperos porque creen que por mucho que explique, no se atreve o no le interesa poner punto final a esto. Sé que los de Junts no tienen ningún interés en arreglar la gobernabilidad de España, lo que no empece para que, ahora mismo, eso sea lo único que lograría permear el caldo espeso en el que nada la capital y hasta parte de la periferia.

Aullar ya no le impone a nadie, solo si el lobo muerde será temible.