Ha ido haciendo camino y repitiéndose aquí y allá la metáfora de la "ruleta rusa" para intentar describir, de radiografiar, la manera de negociar la ley de amnistía de Carles Puigdemont, y por extensión, por derivación, de Junts per Catalunya. La metáfora de la ruleta rusa nace fruto, en primer lugar, de la perplejidad. De la perplejidad que entre los periodistas, los analistas y los políticos causa el comportamiento, y en concreto la forma de negociar, de Puigdemont. Resulta muy complicado para un observador externo —que en este punto significa prácticamente todo el mundo, menos el expresident— entender la lógica detrás de sus movimientos. Sin duda, el president Puigdemont calcula de forma distinta a la gran mayoría de los demás políticos de hoy y de ayer, en gran parte debido a sus muy concretas circunstancias personales. Eso es lo que hace enrevesado prever qué acabará haciendo o a qué motivos responde su comportamiento. Sin embargo, el expresident cuenta —además de un grupo de incondicionales dispuestos a aplaudir y celebrar cualquier cosa que diga o haga, la entiendan más, menos o nada— con el respeto admirativo de mucha gente, de muchos catalanes. Gente que en estos momentos quizás ya no comulga como antes con él, pero que, a pesar de ello, no deja de reconocerle determinados méritos y se siente unida a él por un vínculo sentimental, un hilo invisible pero firme de lealtad.
La ruleta rusa es, como saben, un juego macabro. Una pistola, una bala y el tambor del revólver que gira. Es un juego para locos, suicidas y gente que nada tiene que perder, porque se rifa la muerte. En este punto es cuando la metáfora empieza a chirriar. Porque en el asunto de la ley de amnistía, Puigdemont tiene, indiscutiblemente, mucho que perder. Aunque no se ajusta, pues, a la realidad, en este punto la metáfora favorece a Puigdemont. Me explico: cuanto más se difunda la metáfora y penetre en la mente de políticos, periodistas y analistas, más ventaja psicológica tendrá Puigdemont sobre aquellos a quienes intenta arrancar concesiones. Todo el mundo aspira a que al otro lado de la mesa de negociación haya un interlocutor que actúe guiado por una lógica más o menos previsible. Nunca alguien capaz de jugar a la ruleta rusa, nunca alguien desatinado. Lo que da más miedo es tener que vérselas con un chalado, que eso es justamente lo que viene a decir la metáfora de la ruleta rusa sobre el de Amer.
Puigdemont tiene mucho que perder en el actual toma y daca sobre la ley de amnistía
Puigdemont tiene mucho que perder en el actual toma y daca sobre la ley de amnistía. Lo primero de todo, y seguramente lo más importante, lo que señalábamos anteriormente: el respeto y la admiración de muchos catalanes, el hilo de lealtad que une a toda esa gente con el president. Existe, también vinculado a eso, el peligro de la pérdida de sentido o —como gusta decir ahora— el peligro de que el relato que Puigdemont ha ido construyendo con esfuerzo se acabe volviendo estéril, absurdo. En un callejón sin salida. Que se vaya por el sumidero. Y después, obviamente, está el hecho más práctico de la amnistía. Por razones familiares y personales, Puigdemont desea, necesita, la amnistía.
La prueba de que el expresident no es ni un loco, ni un suicida y tiene, realmente, mucho que perder, que no está jugando a la ruleta rusa, es justamente el modo en que ha conducido la negociación de la propia ley de amnistía. Puigdemont, después de decir que sí, se inquietó y no supo mantener la sangre fría, lo que le ha llevado a establecer una especie de delirante partida de dominó con los jueces García-Castellón y Aguirre. Así, por ejemplo, Puigdemont ha acabado haciendo lo imposible por incluir el terrorismo en la amnistía, a pesar de que él sabe, y sabe todo el mundo, que en las movilizaciones del Tsunami Democràtic no hubo terrorismo. Es una partida que, además, no puede ganar, porque los jueces siempre dispondrán de la última ficha, y porque manosear demasiado la ley puede conducir a la tragedia, es decir, a que no superara el filtro del Tribunal Constitucional.