El otro día me decía un compañero de trabajo que "el catalán me suena payés", y yo lo miraba fijamente calculando mentalmente el efecto que tendría si le respondiera que más payés es hablar solo castellano y no saber ni una palabra de inglés, como en su caso. Pero ya sé qué me hubiera contestado, porque me lo sé de memoria: que su lengua es una lengua importante y que la mía, en cambio, es de segunda.
Tengamos claro que el gran problema de la lengua catalana no es que tenga menos hablantes que el castellano, sino que los españoles en general (excepto ilustres excepciones como Juan Manuel de Prada, catalanófilo activo) la consideran, en el mejor de los casos, una reliquia del pasado, y en lo peor, la obsesión de cuatro sectarios recalcitrantes. Y en cualquier caso, lo ven como una lengua de segunda.
He discutido de este tema con gente del PSOE, de Podemos, apolíticos, anarquistas i librepensadores —con los del PP o de Ciudadanos ya ni me tomo la molestia de discutir. En el fondo —lo manifiesten abiertamente o de forma subliminal— invertir esfuerzos en aprender catalán les parece una pérdida de tiempo, una excentricidad nostálgica o una manía antropológica. Y pretender que el catalán obtenga un estatus similar al del castellano es, directamente, una ocurrencia propia de atolondrados.
Considerar que el castellano es una lengua más importante que el euskera, el gallego, el catalán, el danés o el francés solo porque lo habla más gente es tan estúpido como decir que Australia es un país más importante que España porque es más extenso. La importancia es un valor cualitativo, no cuantitativo, y todos los hombres tienen con su lengua materna una relación igualmente genuina e intensa. No es más "importante" el vínculo de un chino con su lengua materna por mucho que sea la más hablada del mundo. No es más "importante" un norteamericano que un andorrano, por muchas diferencias que haya entre los dos países.
Porque, si alguna lengua se puede considerar más importante que las otras, esta es el inglés, que es la única que hoy en día se puede considerar verdaderamente universal. Las otras lenguas, todas sin distinción, son muy importantes para quien las tienen como lengua materna y muy inútiles —en cuanto a herramienta de comunicación universal— para quien no. Sin embargo, curiosamente, no he oído a ningún angloparlante despreciar otras lenguas considerándolas "de segunda" o "rarezas del pasado".
Los catalanohablantes sí somos usuarios de una lengua minorizada, es decir, que ha sufrido durante siglos una erosión constante y severa, no por efecto de una convivencia natural con otra lengua, sino por la acción política de un Estado que, independientemente de quien gobierne (militares o civiles, derechas o izquierdas) y con qué forma de gobierno lo haga (dictadura o monarquía, o ambas al mismo tiempo), ha intentado convertir el castellano en lengua única en todo su territorio.
Los españoles —y aquí sí se puede hablar de coincidencia plena entre las élites gobernantes y la ciudadanía— creen que el catalán es una rareza condenada a desaparecer y muchos de ellos piensan incluso que, mientras tanto, la eutanasia lingüística está plenamente justificada. Si no se produce un cambio de mentalidad al respecto en toda España, los catalanohablantes siempre estaremos cuestionados por hablar, enseñar y querer conservar nuestra lengua. La otra solución es que la lengua catalana, algún día, deje de ser un asunto interno español. Work in progress, por decirlo en una lengua universal.