Hemos llegado todos a tal punto de degradación mental que hemos acabado aceptando que la política se base en aquello que los políticos dicen que harán más que en lo que realmente hacen.
¿Por qué todos los que insultan por las redes sociales a tal o cual político al leer su última ocurrencia, después no lo acosan con el mismo entusiasmo para que cumpla sus promesas?
De hecho, criticamos a los políticos por hacer exactamente lo mismo que hace "la gente", como decimos siempre despectivamente. Como si "la gente" no fuésemos todos y cada uno de nosotros, incluido uno mismo, incluido yo mismo. ¿"La gente" no será un concepto que he inventado yo para proyectar todo aquello que soy y que no me gusta ser? O más bien, ¿que no me gusta que los otros comprueben finalmente que soy?
Los políticos no hacen ningún esfuerzo para llevar a la práctica aquello que prometen que harán y los ciudadanos, la gente, yo, no hago nada para aplicar en el día a día aquello con lo que me lleno la boca anunciando que soy o haré.
La hipocresía no cae en cascada de arriba abajo. Me temo que la hipocresía sea consustancial a nuestro carácter. Y el carácter es la representación exterior de nuestra esencia. De tu esencia. De mi esencia.
La gente no hace nada para aplicar en el día a día aquello con lo que se llena la boca anunciando que es o hará
Esta semana todos nos hemos sentido concernidos con el papel que la sociedad —tan globalizada, tecnificada y políticamente correcta— reserva a la mujer. Un papel bastante triste, todo sea dicho: víctima de asesinatos machistas, de discriminación laboral y con sobrecarga de responsabilidades reproductivas. Años y años de corrección política... y casi todo el trabajo por hacer.
Y digo que "todos" nos hemos sumado porque yo he sido el primero, así que no quiero rehuir responsabilidades. Nos deslumbramos con la épica del concepto y nos damos de narices contra las pequeñas miserias cotidianas.
El Twitter es un vertedero de estas mini-miserias. No hay nada como tener una pareja que es presentadora de televisión para percibir claramente el reverso tenebroso de la sociedad digital. Cuelgas en el Twitter la última parida soberanista y recibes en respuesta una avalancha de tuits del estilo "eso que dices explícaselo a tu mujer", "cómo permites que tu mujer diga lo que dice", o bien "¿eres tú el cínico o lo es ella?".
Recriminaciones de las cuales se desprende que la mujer no tiene derecho a pensar de otra manera que el marido. Y, más allá, que si lo hace, el marido tiene todo el derecho a llamarle la atención, barra reñirla, barra meterle una paliza.
Ni de la sociedad, ni de mi familia, ni de la educación que recibí. Culpa mía por no haber sido sensible, por no haber sido empático, por no haber reaccionado a tiempo ante esta flagrante injusticia social
Muchos de estos tuiteros, en su tuit line, se proclaman feministas, defensores de la igualdad de derechos hombre-mujer, y enemigos de la sociedad hetero-patriarcal. También hay mujeres. Muchas mujeres. Mujeres que quizás fueron a las manifestaciones del 8 de marzo a blandir el puño y gritar consignas.
Insisto, yo soy el primero que he caído en contradicciones. Yo he sido machista en muchas ocasiones. Algunas veces me he dado cuenta de ello. En otras lo he sido inconscientemente. Todas las veces ha sido por culpa mía. Ni de la sociedad, ni de mi familia, ni de la educación que recibí. Culpa mía por no haber sido sensible, por no haber sido empático, por no haber reaccionado a tiempo ante esta flagrante injusticia social.
He hecho muchas cosas mal en las relaciones de género, pero a mi pareja la quiero precisamente por ser como es y no de otra manera. Además, aprovecho para decir que la admiro como profesional, como testigo presencial que soy de los sacrificios que le supone a todos los niveles. Y la admiro doblemente ahora por el esfuerzo que tiene que hacer para mantener el equilibrio en medio del burdel en que hemos convertido entre todos (yo también) el país.
No hace falta decir que, si yo presentara su programa, no lo haría ni la mitad de bien ni podría guardar como ella la distancia necesaria para hablar de la cuestión.
Y ahora, ya me podéis insultar a mí también.