Yo no lo recuerdo bien porque era pequeño todavía, pero durante unos años se encendió una luz de esperanza en este país. Era cuando sonaba aquello de "libertad, sin ira libertad, guárdate tu miedo y tu ira porque hay libertad, y si no la hay, sin duda la habrá".
Pues señores de Jarcha, ustedes no se lo creerán, pero las dudas, 40 años después, todavía están. Las personas que defienden "palo largo y mando dura", como decía su canción, resisten, y a veces, incluso, parece que se hayan reproducido y extendido como una verdadera epidemia.
Cuando yo era pequeño había que alejar todavía la permanente amenaza militar. Después se tenía que neutralizar el chantaje moral de una Iglesia católica acostumbrada a tener una gran influencia política. Mal que bien, ambas tareas se cumplieron.
En tercer lugar, había que transmitir a buena parte de la clase política y el cuerpo electoral los valores de la Ilustración, que 200 años antes se habían asumido en todo nuestro entorno pero no en gran parte del territorio español.
Y todo apunta a que todavía nos hemos quedado atascados en la tercera fase. Es obvio que buena parte de la derecha y sus electores siguen teniendo hoy día una configuración mental muy similar a la de los Cien Mil Hijos de San Luis, que en defensa de un rey Borbón borraron cualquier rastro de liberalismo francés para restablecer, de los Pirineos hacia abajo, el absolutismo más feroz.
Es el mismo arrebato de integrismo monárquico que lleva a personas del siglo XXI a querer linchar a quien ose tocarles la figura de quien ellos consideran una semidivinidad ungida para encarnar la propia esencia de la españolidad. Y la Revolución Francesa a hacer puñetas: aquí, en España, a quien quieren cortar la cabeza es a quien critica a los reyes.
En cuarenta años de democracia ha habido muy pocos intentos de construir desde España un relato en positivo
El actual monarca tendrá muchas virtudes, pero como actor político no llega ni a la suela de los zapatos a su padre. El rey Juan Carlos ha tenido negras sombras durante su mandato, pero con respecto a Catalunya ha hecho algún gesto de un gran significado. Cuando el president Tarradellas volvió del exilio, el rey desoyó a los sectores más carcas del régimen, al ejército y, probablemente —ahora lo podemos sospechar—, a buena parte de la UCD, el PSOE y el PC, y rindió los honores que el viejo mandatario republicano se merecía. El rey emérito supo entonces poner las luces largas. Y su hijo, hasta ahora, en una época mucho más estable, ha encontrado solo el botón de las de cruce.
Cierto es que la postura del rey Felipe no ha surgido como una seta en medio del campo. La opinión pública en España se ha ido modelando poco a poco desde los partidos políticos tradicionales, desde el alto funcionariado, desde algunos medios de comunicación y desde un sector de la judicatura. De esta forma se ha desactivado cualquier posibilidad de llevar a una mesa política todos los conflictos que hoy están en las tarimas de los juzgados. Para conseguirlo, haría falta un esfuerzo didáctico de tal magnitud que nadie querrá ponerse.
Cada paso adelante de las fuerzas soberanistas ha encontrado como respuesta una vuelta de cerrojo más de un blindado sistema político. Los sucesivos gobiernos españoles han ido construyendo su discurso en función solo de la iniciativa periférica del momento. Como un padre que se limita a decir que no a todo lo que le piden sus hijos, sin más razonamientos.
En cuarenta años de democracia se han producido muy pocos intentos de construir desde España un relato en positivo. Desde el "Libertad sin ira" solo me vienen a la memoria el himno con letra de Marta Sánchez y los anuncios de Campofrío, que es una marca de chorizo.
Y eso debe querer decir que no vamos bien.