El temporal pasará y algún día los ciudadanos de este país podremos votar libremente en un referéndum de autodeterminación sin ninguna amenaza de presente ni de futuro. Lo escribo sin haber consumido psicotrópicos. Pero después de leer la última carta de Jordi Cuixart desde dentro de Soto del Real, uno se reafirma en que ahora no se puede aflojar. Carta de lectura recomendada para los de tendencia autocompasiva, por cierto.
Somos muchos los que queremos pensar que en la Europa del siglo XXI no tiene sentido que un ciudadano escocés tenga el derecho a ser tratado como un ciudadano libre en un país democrático, y en cambio, los súbditos catalanes sean considerados como un trozo de grasa al que se le puede dar golpes de porra, acusar de rebeldes y encerrar por el resto de su vida en una mazmorra. ¿Qué sentido tiene que algunas personas sean acusadas de rebelión en un país y en otro salgan en libertad al cabo de una semana de ser detenidas? Me gustaría mucho conocer la opinión de un extraterrestre al respecto.
Es decir que —supongo que como muchos otros— todavía tengo la esperanza de estar viviendo en una pesadilla y de despertar de golpe y darme cuenta de que ya no estoy en las cuevas del sado inquisitorial sino en un país que, por fin, ha asimilado los valores de la Ilustración y que ya no permanece estancado en el antiguo régimen absolutista.
¿Y cómo sabremos que hemos despertado de la pesadilla y que ya somos ciudadanos libres en un Estado democrático, que tenga la certificación ISO de las democracias occidentales? Será muy fácil, porque de golpe nadie negará a ningún pueblo el derecho a existir y a considerarse libre, no habrá más lenguas de primera y de segunda, y el Parlament será tan soberano y respetado como cualquier otro. Se dejarán de criminalizar las ideas y ya no se acusará a las personas de querer dividir la sociedad por el solo hecho de posicionarse en un sentido u otro. Y, sobre todo, ya no encerrarán en la prisión a los responsables públicos que quieran aplicar pacíficamente un mandato democrático. Y mucho menos los que se manifiesten pacíficamente.
El día que todo eso suceda y que, por lo tanto, podamos votar como se hace en los países democráticos homologados, tendremos que hacer otro gran esfuerzo. Al día siguiente del referéndum de autodeterminación, sea cuál sea el resultado, tendremos que acercarnos a nuestros vecinos, familiares y amigos y, voten lo que voten, unionistas del 155 e independentistas, hacer lo posible para caminar juntos. Entonces hará falta rehacer puentes, buscar espacios de reconciliación, y poner ungüento sobre las llagas.
Los cantos de sirena reconciliadores, ahora, forman parte del engaño porque no responden a una auténtica voluntad de resolver las cosas
Ahora no estamos en ese momento. Todavía no podemos relacionarnos con naturalidad con personas que niegan nuestra esencia, nuestros derechos o incluso —algunos de ellos— insultan nuestra inteligencia. Hasta que no se nos demuestre que no habrá más ciudadanos de primera y de segunda, que la administración administra para todos y no sólo para algunos, que la policía es de todos y no de los unos contra los otros, que el ejército es de parte, que los altos tribunales son imparciales, y que la Constitución no es un arma de guerra para unos y la tumba de las libertades de los otros, hasta que todo eso no llegue, no volverán las sonrisas. Jordi Cuixart pide sonrisas desde la prisión, y eso lo honra. Pero aquí fuera da mucha rabia pensar en los que están dentro.
Mientras las cartas estén marcadas, mientras el terreno de juego esté inclinado, no es tiempo de reconciliaciones ni de buenas palabras. Los cantos de sirena reconciliadores, ahora, forman parte del engaño porque no responden a una auténtica voluntad de resolver las cosas. Forman parte de una estrategia más para que dejemos de hacer lo que estamos haciendo, que no es más que defender lo que somos y lo que queremos ser. Miquel Iceta pedía reconciliación. Para conseguirlo, tendría que empezar por crear las condiciones, que quiere decir hacer una política diametralmente opuesta a la que está haciendo.
Ahora no es el momento de bajar el pistón, de replegarse, de levantar la bandera blanca. En Madrid no están tan seguros, a pesar de lo que pueda parecer. Piensan que rozaron el desastre el 1 de octubre y que lo salvaron gracias a la ofensiva judicial posterior. E interpretan como un éxito que algunos de los dirigentes políticos "se hayan rilado", se hayan acobardado, en sus estrategias de defensa. Pero son incapaces de gestionar la internacionalización del conflicto.
Y tienen mucho miedo de los famosos mercados, aquellos que —según ellos mismos dicen— son los que mandan en realidad y que los obligan a tomar medidas que no desean. Los mercados no son unionistas ni independentistas, son pesetistas. Quieren estabilidad para que se paguen las deudas. Y la receta que les ofrece Rajoy, de momento, está dando al problema catalán unas proporciones catastróficas.