Querido Bob Pop,
El otro día, cuando te oí decir en el APM? que es 'clasista' pedir a los recién llegados que aprendan catalán, unas violentas ganas de reventar el televisor con un martillo se apoderaron de mí. Como fui un niño criado en el pujolismo kumbayá y el fundador de Sony no tiene la culpa de tu supremacismo castellano, sin embargo, finalmente he querido limitarme a explicarte todo aquello que todavía no has entendido. Mira, cuando hace veinte años viniste a Catalunya desde Madrid, yo era un pobre adolescente que dedicó un trabajo escolar a un ejercicio importante: escribir una carta al Servei Català de Salut pidiendo que me cambiaran el nombre en la tarjeta sanitaria. El día que de pequeño había ido con mi padre a hacérmela, años antes, resulta que la señora que nos atendió no decía ni una palabra de catalán, por eso él se dirigió también a ella en castellano.
Este gesto errático de mi padre, que sin embargo para ti es la antítesis del 'clasismo', resulta que es también el privilegio que te ha permitido vivir dos décadas en nuestro país sin ningún tipo de problema. Mi problema, en cambio, es que aquella buena mujer me renombró como José Maria, que no es mi nombre. El trabajo de redacción lo aprobé, sí, pero nadie me cambió el nombre en la tarjeta y dos décadas después, con treinta y seis años y por culpa de cierta desidia burocrática, todavía me llamo sanitariamente José Maria. Llevo toda la vida, pues, haciendo cola en Urgencias o esperando turno en el consultorio médico oyendo por megafonía que gritan a alguien que no soy yo. Quizás a ti no te llaman Bob Pop, sino Roberto Enríquez, pero cuando menos dicen tu nombre correctamente. A mí, en cambio, me ningunean lo más primario de mi identidad: el nombre con el cual mis padres me bautizaron.
Lógicamente también llevo toda la vida recibiendo visitas médicas sin poder explicar en mi lengua que tengo dolores gástricos o que me he hecho una luxación en el hombro. Los catalanes nos hemos acostumbrado a no tener el derecho de ser atendidos en nuestra lengua en aquellos entornos donde más vulnerables somos, pero es que encima tenemos que soportar a menudo un mal peor: que gente como tú nos diga 'clasistas' cuándo le preguntamos al médico o el celador de turno cómo es que vive en Igualada, Tarragona o Sant Just Desvern y no ha aprendido la lengua del país. Todo esto no te lo explico para lincharte, Bob, sino para ayudarte a no hacer más el ridículo en prime time. Me caes bien, te tengo que confesar que me encantan tus fulares y además siempre te he tenido cariño porque mi abuelo, desgraciadamente como tú, también sufrió esclerosis múltiple.
Se llamaba Joaquim Roig, pero en su DNI decía Joaquín y hasta el día de su muerte debió deletrear las letras de su apellido, como también me pasa a mí todavía hoy. Siempre me explicaba lo mismo: que cuando hizo la mili, un sargento de Toledo desistió de decirle Roig y acabó diciéndole Joaquín Rojo. Quizás te parecerá exagerado, pero créeme: que nadie reconozca el nombre que tienes es propio de los ciudadanos que vivimos en un país ocupado. Por eso es bastante patético, viniendo de alguien teóricamente culto como tú, que digas estas tonterías propias de una persona que no tiene ni remota idea de nuestro pasado. Ahora bien, si has tardado veinte tristes años a aprender la lengua propia del sitio donde vives, supongo que tardarás veinte más a abrir algún libro y leer la historia de estos 'clasistas' empeñados a hacer una cosa tan normal como poder vivir en catalán en Catalunya.
Por si quieres ahorrarte la pereza, tendrías que saber cuatro cosas básicas. No lo sé, por ejemplo que hace ciento cincuenta años hablar catalán en las instituciones, la universidad o la prensa era tan 'clasista' que directamente era inexistente: las cosas de bien había que hacerlas en castellano, no fuera que parecieras un pagesot que solo servía para hacer trajinar los machos. Por suerte la cosa cambió, pero también deberías saber que después de la Guerra Civil, cuando en Barcelona los falangistas se apropiaron a punta de pistola de algunas de las grandes empresas del país, las clases altas también decidieron no decir ni una palabra de catalán en cuanto salieran por la puerta de su casa; la gente con clase debía hablar en cristiano y el catalán era la lengua de la sirvienta, que venía del pueblo y sabía matar conejos con las manos. Pero por suerte, también eso cambió, ya que quizás los catalanes somos tibios, autocomplacientes y quejumbrosos, pero tenemos más capacidad de resistencia que el acero.
Te lo creas o no, resulta que en los años setenta el catalán fue el ascensor social que permitió precisamente lo contrario de lo que dices: romper las fronteras del clasismo e integrar socialmente a los que habían llegado a Catalunya buscando una vida mejor. La encontraron, y tuvieron tan claro que querían arraigar aquí que fueron ellos, en Santa Coloma de Gramenet, los primeros a reclamar una educación en catalán para sus hijos. Supongo que para ti los padres de la inmersión lingüística también debieron ser unos 'clasistas', sin embargo, como incluso lo debió ser Carme, la mujer del famoso conductor del 47 que secuestró un autobús para reclamar el servicio en Torre Baró. En un fragmento de la peli sobre él que seguro que has visto, un señor le pregunta a Manolo Vital cómo aprendió catalán, y él responde de manera concisa: por amor y con amor. Ojalá tú pudieras decir lo mismo, Bob, pero claro, para hacerlo tendrías que dejar de vanagloriarte de haber querido aprender catalán solo cuando has visto que podías ganar cuatro duros haciendo un programa en 3Cat. Es decir, tendrías que dejar de vanagloriarte de ser aquello que realmente eres: un mezquino.
Atentamente,
P.