Querida señora Díaz Ayuso, de ahora en adelante Isabel, aunque no tengo, ni tendré, la confianza de una eminencia política como usted. Lo hago, si me permite, para ahorrar caracteres en un texto que tiene las palabras contadas.
Usted, Isabel, tiene todo aquello en lo que sueñan los políticos de nueva generación: buena imagen, buenos asesores de imagen y a Miguel Ángel Rodríguez, alias MAR, como eficaz jefe de gabinete. Sé que me dirá que me olvido de sus innegables dotes comunicativas, y también políticas, pero es un olvido surgido de la duda. Cuando la escucho, veo más a una política que recita que a una persona que piensa lo que está diciendo aunque esté de acuerdo con las palabras que recita. Y sabiendo quién es su jefe de gabinete, a menudo la percibo como Monchito, Macario y Rockefeller en versión femenina, aquellos tres muñecos que empuñaba el ventrílocuo José Luis Moreno. MAR fue capaz de convertir a un mediocre como Aznar en un estadista mundialmente mediocre, y eso dice mucho de las capacidades de su jefe de gabinete, capaz de transformar las piedras en oro, también llamadas "el oro de los burros".
Cuando la escucho, tengo la sensación de que a usted le cantan el discurso. Eso también les pasaba a los actores venezolanos cuando rodaban los famosos culebrones. No sé si se acuerda, Isabel, que algunos de estos mediocres actores solían repetir palabras cuando recitaban el texto delante de la cámara y supe, unos años más tarde, que el problema era del micrófono que llevaban disimulado en el oído. Algunas palabras no les llegaban nítidas y las repetían para asegurarlas. Si fuera una buena actriz, querida Isabel, no parecería una actriz de culebrón, pero, con 45 años, todavía está a tiempo de asistir a las clases de la profesora y actriz Cristina Rota. Le aviso: esta argentina establecida en Madrid estuvo casada con un desaparecido por la dictadura militar argentina. Quizás es demasiado de izquierdas para usted, con un marido que fue asesinado por haber sido un vulgar marxista.
Como ya intuirá, usted no se me cae ni bien ni mal, sino todo lo contrario, aunque, cuando la escucho, siento ciertas ganas de enviarla a freír espárragos. Será por su tono de superioridad moral, tan típico de quien tiene los tres poderes del Estado como rottweilers guardianes. Conozco bien Madrid, y usted tiene la típica chulería castiza que va por el mundo con mentalidad colonialista escondida tras un paternalismo asfixiante.
Es una política del nuevo milenio, capaz de disimular sus carencias intelectuales gracias a la custodia de las cloacas del Estado
Usted es madrileña de pedigrí. Creo que es del barrio de Chamberí y miembro de una familia dedicada al negocio farmacéutico, aunque le gusta clamar aquella frase tan manida y repetida como una gota china que dice que en "Madrid nadie es de Madrid". Un eslogan que queda bien, pero que es mentira, porque usted hace nacionalismo madrileño entendiendo que Madrid es España como un hecho diferenciador hacia comunidades que económica y culturalmente le molestan. Para usted, ambos nacionalismos son siameses, el español y el madrileño, por el bien de su comunidad, el epicentro del Universo, una comunidad, todo sea dicho, inventada para chupar y crecer a costa del Estado sin tener que cargar a sus espaldas el peso demográfico y económico de la antigua Castilla la Nueva, conocida, a partir de los años ochenta, como Castilla-La Mancha. Una verdadera rémora.
Usted dice cosas ridículas. Como por ejemplo, que cuando viene a Catalunya para repartir chalecos antibalas, los independentistas catalanes le piden que no los abandone. Sé que hay catalanes masoquistas, pero creo que usted los necesita más que los independentistas a usted, aunque, siendo un fiel seguidor de sus declaraciones incendiarias, casi paranoicas, tengo la sensación de que le gustaría convertir Catalunya en una nueva Gaza. Así es el amor en tiempo del cólera, una enfermedad que ha derivado, en su caso, en una catalanofobia típica de la gente que sufre el trastorno obsesivo-compulsivo hacia Catalunya. Tiene periodistas que la idolatran, como Ana Rosa y la Griso, que le ríen las gracias como buenas cortesanas y hacen de amplificadores de falsedades sin argumentos como que Catalunya es un territorio inhabitable y que los empresarios huyen a Madrid, buscando un Shangri-La, añado yo, con alma de casino. Por su obsesión hacia Catalunya, le recomendaría unos cuantos especialistas, pero intuyo que a MAR ya le va bien tener en custodia a una persona como usted para recuperar el poder en la sombra, perdido después de pasar un largo tiempo en el ostracismo mediático.
Lo que sí que le admiro es su meteórica carrera política. En 9 años, de 2010 a 2019, pasó de community manager del Pecas, el perro de Esperanza Aguirre, su mentora moral, a presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid. Su astucia en aproximarse al fuego que más calienta y apartarse cuando ya solo quedan las brasas, la demostró con Pablo Casado, el político que confió en usted y que se zampó cuando ya la habían convertido en el arquetipo del populismo femenino. Sin duda, es una política del nuevo milenio, capaz de disimular sus carencias intelectuales gracias a la custodia de las cloacas del Estado. Como producto prefabricado por la ambición, es probable que un día llegue electoralmente allí donde está ahora el sanchismo, sin embargo, si se da el caso, y consigue ser presidenta del Gobierno convirtiendo en brasa el fuego gallego y derrotando a Perro Sánchez —de perros usted sabe un montón—, habrá un instante en que el pinganillo dejará de funcionar y demostrará que Isabel, la Díaz Ayuso, la que se viste de Juana de Arco chulapona, es solo una mala actriz de culebrones que tuvo la suerte de aflorar cuando el país vivía en la indigencia moral. Europa todavía no es Madrid, pero con usted y MAR, todo llegará. El PP la necesita como antídoto a Vox, en una versión política de La ultraderecha se viste de Prada.
De todos modos y como no imagino mi vida sin el confort de sus palabras, me gustaría decirle adiós con las famosas palabras de Xavier Trias, pero le diré, simplemente: a tomar viento.