Sois los únicos políticos y activistas catalanes que os habéis jugado el físico desde el final del franquismo, y sois los únicos, castigados y perseguidos por vuestras ideas, y esto ha hecho que nos sintamos orgullosos de vosotros, más allá de las coincidencias ideológicas o de las discrepancias, más allá de las simpatías o antipatías personales. Sois la prueba viviente de que la política también es honorable, honrada. Que es enormemente arriesgada cuando se pretende hacer algo más que administrar y entretener a burócratas, cuando se quiere hacer algo más que charlar y se proyecta, realmente, transformar nuestro sistema imperfecto, democracia muy mejorable. Vuestros nombres los escribo con respeto porque con vuestro compromiso, con vuestra vida, habéis dado vida para muchos años a la causa de Cataluña, nos habéis dado tranquilidad Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Jordi Turull, Carles Mundó, Raül Romeva, Toni Comín, Meritxell Borràs, Clara Ponsatí, Joaquim Forn, Josep Rull, Lluís Puig, Meritxell Serret, Dolors Bassa, Jordi Cuixart y Jordi Sànchez. Mientras otros constatan que la política es un ejercicio de impotencia, de resignación, de cobardía, vuestros nombres limpian, y ya lo necesitábamos como agua purificadora, la ignominia que produce a cualquier persona informada la mención de personas como Jordi Pujol, Narcís Sierra, Jorge Fernández Díaz, entre muchos otros, incluso también insignificantes, como Santi Vila.
Entre los representantes políticos, los activistas sociales y los electores anónimos que constituyen el común de la gente independentista hubo, y hay, desde siempre, una mutua y permanente desconfianza. Vosotros lo habéis empezado a mitigar. La gente del común siempre tiene miedo de que los políticos les engañen, de que les traicionen los electos, y de eso tiene abundantes experiencias recientes. Este fenómeno se suele llamar el “descrédito de la política”. Pero también existe, en paralelo, el recelo de los dirigentes hacia los votantes. Un representante político me decía el otro día, en privado, que su experiencia de las multitudes es, en el fondo, terrorífica, los ve como una masa informe e intimidatoria, brutal y primaria, que como el público en el Coliseo de Roma, tan pronto puede levantar el dedo y darte la vida, puede ser pacífico y razonable, pero también puede bajar caprichosamente el pulgar y condenarte a la muerte más cruel o desatarse en una espiral de barbarie y de irracionalidad. Artur Mas lo dijo de manera más elegante en una entrevista hace años, cuando afirmaba que tenía miedo de ir avanzando hacia el enfrentamiento con España, de jugársela en pro de la independencia y que, en un determinado momento, girarse, y constatar que detrás suyo ya no quedara nadie, casi nadie, para apoyarle, que el ejército pacífico de Cataluña hubiera desertado o se hubiera ido tranquilamente a comer. Sin tener en cuenta esta dinámica de mutuo recelo entre representados y representantes no se pueden comprender algunos de los vaivenes del movimiento independentista.
Sólo vuestro heroísmo real, vivo, de los encarcelados y los exiliados, está movilizando de verdad al electorado independentista, y está expulsando, por la vía de los hechos consumados, la aplicación práctica del artículo 155. A pesar del reciente comportamiento miope de los partidos políticos soberanistas. La Generalitat no se ha dejado intervenir por la vía de la no colaboración. Porque los auténticos y legítimos representantes sois vosotros. Los altos funcionarios del Estado Español desplazados a Barcelona no están haciendo nada útil, por ahora, por la causa españolista, porque saben que no pueden. Se reúnen con los funcionarios catalanes a escondidas, en hoteles, en bares, incluso en parkings, vergonzosamente, sin atreverse a mucho. Por videoconferencia no se puede gobernar Cataluña y lo saben, ahora ya lo han visto. Del mismo modo que saben en Madrid que el independentismo rechaza el enfrentamiento violento con las fuerzas de la represión policial y de la Guardia Civil también han visto que la sociedad catalana, en su conjunto, considera que el Gobierno legítimo de Cataluña sois vosotros, los dirigentes represaliados, y sobre todo, porque habéis deshecho con vuestra conducta, por un tiempo, la mutua desconfianza entre políticos y votantes. Esperemos que dure.