De asuntos patéticos como el encargo de los famosos carteles relacionando a los hermanos Maragall y el Alzhéimer (organizado por las mafietes de Esquerra que, ahora dicen, pagaron 50.000 euros a sus artistas y distribuidores en concepto de guardar silencio) pasan en la mayoría de los partidos. En todas las formaciones hay guerra sucia y el sufrido contribuyente, nos guste o no, a menudo paga campañas de desprestigio (¡también de prestigio sobrevalorado, que todavía dan más rabia!) mucho más caras que la presente. El problema es que en Esquerra todo es un poco más de estar por casa; la sociovergencia siempre ha tenido una mafia como dios manda y del lado oscuro se ocupaban "Corleones" con entendederas. Pero los republicanos siempre han destinado al lado oscuro gente con pocos estudios, chavales a los que puedes convencer reservando mesa en el Via Veneto y para los que el poder es dictar las noticias a un pobre redactor de digital.

El problema llega cuando los genios de la comunicación de un partido como Esquerra también se ocupan de la gestión política del partido. Así ha ocurrido con individuos como Sergi Sabrià, que pasará a la historia de la política catalana para inventarse el cargo de viceconseller y, seguidamente, convertirse en el viceconseller más breve de nuestra triste, pobre y desdichada patria. Para no saber gran cosa, pobre hijo mío, Sabrià no tuvo gracia ni abandonando la silla, porque se dejó la garganta afirmando que él no tenía nada que ver con los cartelitos en cuestión, cuando el problema no era la autoría, sino su inacción a la hora de denunciarlos y averiguar quiénes eran los autores (de momento, toda la información que tenemos sobre el caso no nos la ha regalado el Govern, sino los investigadores de la prensa patria). Eso de dimitir diciendo que no has hecho nada, en el caso de Sabrià, cobra un sentido de literalidad estricta.

Entronizando al candidato socialista, los republicanos tendrán la capacidad de seguir siendo los principales interlocutores de Pedro Sánchez y, de paso, conseguirán jubilar definitivamente a Carles Puigdemont

Sea como sea, el vodevil que está protagonizando el Govern en funciones es digno de estudio. Con una habilidad vaticanista, Oriol Junqueras saltó oportunamente del barco del ocaso republicano en la Generalitat, tanto para ahorrarse las negociaciones sobre la financiación singular (consciente de que Salvador Illa no pedirá un concierto económico para Catalunya), como para evitar mancharse con todo este sainete infantil de la mafieta interna de su partido. Por aquellas cosas de la vida, mientras Esquerra va perdiendo coladas de prestigio, el futuro candidato a represidir el partido puede pasearse tranquilamente por Catalunya haciendo comidas de fraternidad y reivindicando tener las manos limpias de sangre. Tiene gracia, la política catalana; un personaje que se ha pasado una década dirigiendo ERC con mano de hierro, ahora va y se regala unas vacaciones para volver a presentarse a los militantes como el osito panda del cual tanto se reían.

Entre todo este lío, no me extraña que el españolismo del PSC (especialmente, el pesado de López Burniol) empiece a salir del armario para sugerir a Salvador Illa que pida los votos a PP y Vox de cara a la investidura, en nombre de los viejos tiempos del artículo 155. No creo que la pirueta ocurra, porque —entronizando al candidato socialista— los republicanos tendrán la capacidad de seguir siendo los principales interlocutores de Pedro Sánchez y, de paso, conseguirán jubilar definitivamente a Carles Puigdemont. Si esta opción es la ganadora y se reedita un partido progresista, Oriol Junqueras conseguiría destronar a su íntimo rival también desde el exilio de Esquerra, quién sabe si para acabar volviendo con más fuerza cuando el cadáver del presidente 130 ya esté casi amortizado. De Junqueras, todo el mundo se burla, pero hay que reconocerle que ha aprendido alguna que otra cosa de Pedro Sánchez.

Esta es la situación actual de la política catalana. Mafietas de tres al cuarto esparciendo cartelitos, señores que dimiten sin dimitir, y un electorado independentista que piensa mucho más en la playa que en la gobernanza del país. Luego habrá quien se sorprenda…