A estas alturas, y a pesar del informe sobre los archifamosos carteles del alzhéimer que ha promocionado la dirección de Esquerra, no hay un solo independentista que tenga claro quiénes fueron sus autores o inspiradores. De hecho, todavía diría más; a estas alturas, a la mayoría de electores independentistas les importa un pepino quién es el responsable último de toda esta sórdida cabriola electoralista. Porque aquí lo importante es subir a la montaña (ya sea Montserrat o una simple duna) y abstraerse del ruido de la anécdota para fijarse en la categoría. Eso implica constatar, en definitiva, que Esquerra quiso salvar la derrota de Ernest Maragall mediante una campaña de victimización de su candidato. Entiendo que su protagonista —y quién sabe si algún elector— necesite conocer a los responsables para dormir más tranquilo. Pero lo esencial, insisto, es fijarse en el mecanismo político, no en los matones.
Tras la tomadura de pelo del año 2017 y de la no aplicación de las leyes del referéndum y de la transitoriedad jurídica (eso que Marta Rovira, en su panegírico de despedida, definió de forma bastante simpática como no "saber acabar" el 1-O), la política catalana se centró únicamente en un proceso de victimización constante; la táctica pretendía hacer olvidar al electorado la responsabilidad individual de cada diputado de Junts pel Sí y de la CUP en el incumplimiento del compromiso parlamentario adquirido con el pueblo de Catalunya a base de hacer el llorica, y establecer así un trasvase entre la represión española (injusta, como siempre he mantenido) y la falsía de nuestros aparentes líderes. Esto empezó a hacerse en tiempo de los presos políticos, cuando nuestra tele pública enaltecía a diario el sufrimiento de sus familiares y el país se iba a la camita escuchando la canción de cuna de Joan BonaNit.
A falta de palabra y mínima decencia, todo el independentismo decidió excitar la lagrimita para seguir ganando votos
Todas las formaciones cayeron en este juego espantoso de chantaje emocional, e incluso la CUP, que no tenía a ningún líder bajo represalia directa, tuvo que inventarse el Erasmus en Suiza de Anna Gabriel para cazar la pequeña porción del discurso lacrimógeno de adoración a las víctimas. Todo esto de los carteles del alzhéimer es solo una consecuencia más de esta dinámica política; más hortera y chapucera, si queréis, pero procedente del idéntico matorral de malas hierbas. A servidor le hace mucha gracia que ahora todo el mundo llore con esta historia de Maragall y el alzhéimer, cuando los procesos de victimización de los presos políticos formaban parte de la misma y exacta tomadura de pelo a los electores. A falta de palabra y mínima decencia, todo el independentismo decidió excitar la lagrimita para seguir ganando votos; los carteles son el procés, y la mayoría de ciudadanos enaltecieron toda esta "trama b" sin grandes aspavientos.
De hecho, si el embrollo de Esquerra sirve de algo es para manifestar cómo un partido que hasta hace poco gobernaba a la Generalitat en solitario, ahora se encuentra peleándose para monopolizar el discurso de la víctima. Si el equipo de Marta Rovira se sacude la responsabilidad en los carteles contra Maragall, no es porque quiera aparentar que tiene las manos limpias de sangre, sino justamente porque sacarse de encima la autoría de esta campaña es una condición de posibilidad para seguir ejerciendo el discurso victimario. A Esquerra, en definitiva, no le molesta el hecho en cuestión, sino que el caso desnude tan netamente su táctica política (compartida por todos los otros partidos independentistas, insisto de nuevo). Por ello, Junqueras ha hecho muy santamente permaneciendo muy silente sobre este asunto, pues sabe que cuanto menos hable de ello, la sensación según la cual tiene algo que ver con el tema también será más matizada.
Dicho esto, cuando Junqueras gane el próximo congreso de Esquerra (y aplique una política de tierra quemada en el partido, a imitación de la de su amigo Pedro Sánchez) de esto de los cartelitos no se acordará ni puto dios en tan solo una semana. De hecho, no me extrañaría que Oriol fichara de nuevo a Tolo Moya con un merecido aumento de sueldo, por todas las molestias causadas.