Después de reunirse con Jordi Pujol y redimir la figura del expresident hasta ahora apestado por corrupto, Salvador Illa continúa à la recherche de convergentes para embutirlos en el sotogovern de la Casa Grande del Socialismo (un término que satisfaría a mi adorado Nietzsche, pues fue oportunamente cincelado por gente como Agustí Colomines y Ferran Mascarell, ambos provenientes del universo Bandera Roja, para mayor gloria de Artur Mas). Ayer mismo sabíamos que, por iniciativa del conseller Sàmper, el gobierno del PSC acaba de fichar a uno de aquellos hombres que vegetaban en la papelera de la historia —David Bonvehí, antiguo líder del PDeCAT— quien de ahora en adelante ocupará la dirección general de Economía Social y Cooperativas. Se confirma, pues, el interés del presidente 133 en redimir a sus antiguos rivales para ampliar su base electoral y resucitar el cromosoma convergente en el interior de los juntaires.

Esta es una primera lectura de la incorporación de Bonvehí al Govern y, si seguimos la lógica ignaciana del nuevo Molt Honorable, la cabriola tiene toda la lógica del mundo. El procés destruyó aquello que durante muchos años denominamos catalanismo (en mi inmodesta opinión, de forma totalmente definitiva) y con el fin de retornar al pasado de la pax autonómica es normal que Illa se vea obligado a reavivar al fantasma de la sociovergencia, un movimiento que será la mar de bien recibido por las élites barcelonesas, los fomentos, los ecuestres y la madre que los matriculó a todos. Pero la dialéctica esconde un síntoma más profundo que hay que analizar, porque el líder del PSC podría haber intentado el mismo gesto trufando a su Govern de aquello que en el pleistoceno se llamaba "el alma catalanista" del partido; gesto que, solo faltaría, ya perpetró el president Maragall, pero que también tuvo que conceder el sucursalista Montilla.

Con el fin de retornar al pasado de la pax autonómica es normal que Illa se vea obligado a reavivar al fantasma de la sociovergencia, un movimiento que será la mar de bien recibido por las élites barcelonesas, los fomentos, los ecuestres y la madre que los matriculó a todos

El problema es justamente que, a causa del procés y de la aplicación del 155, el alma catalanista del PSC se ha diseminado entre los partidos independentistas hasta desaparecer casi del todo con la jubilación de Ernest Maragall. El PSC siempre ha sido un partido de obediencia española que ha jugado con el miedo de los catalanes (y con los prejuicios identitarios de la inmigración española en Catalunya), pero en la época del maragallismo tenía la decencia de disimularlo con gente como Quim Nadal que, cuando menos, tenía la delicadeza de saberse el nombre de nuestros escritores más ilustres y el de las calas más bellas del Empordà. Hoy por hoy, el PSC ya no tiene ningún tipo de intelligentsia que tenga raíces hondas en el país. El Gobierno de Illa es rebosante de alcaldes currantes, eso sí; pero le falta gente que pronuncie adecuadamente la ese sonora y que entone la segunda estrofa del Virolai sin tartamudear.

Eso explica que el establecimiento de la Casa Grande del Socialismo exija rapiñar nombres del antiguo universo convergente (quién sabe si a David Bonvehí podrá añadírsele muy pronto Marta Pascal, contrastada cronista deportiva), aunque la mayoría de estos provengan de las escurriduras que Artur Mas y Carles Puigdemont decidieron sacarse de encima para hacernos creer que querían hacer alguna cosa parecida a la independencia del país. Este hecho tampoco es neutral, porque de momento Illa solo ha podido fichar a altos funcionarios convergentes que matarían por una trona, aunque se la pidiera Santiago Abascal. Al límite, por mucho que el president 133 se esfuerce abanderando la concordia posterior a la amnistía y reforzando su perfil de político municipalista, el PSC no podrá desvincularse de la sombra del 155 para arraigarse en el territorio. La memoria es tozuda y no se enmienda realquilando zombis del catalanismo.

Dicho esto, al Molt Honorable le saldrán muy bien las cosas a corto plazo, porque este tipo de maquillaje anexionista te regala una pátina importante de político centrado. Con respecto a gente como Bonvehí, se podría recordar aquello de los políticos con bastante suerte para caer siempre de pie. Pero supongo que en esta nueva era del buen rollo, el humor negro no se estila.