Como ya os dije la semana pasada, a la manifa contra la cumbre hispanofrancesa acabarían yendo cuatro gatos, y Oriol Junqueras solo se presentaría para hacerse el ofendido ante los silbidos de algún puigdemontista pasado de vueltas. Por mucho que nos duela, cuando Pedro Sánchez compara la manifestación ultraderechista del sábado pasado en Madrid con la acampada de la ANC en las fuentes de Montjuïc, tiene más razón que un santo: porque, más allá de protestar por su propia supervivencia (me refiero a la del mismo presidente en la Moncloa), las dos movilizaciones solo se enmarcaban en disputas y miserias internas de la derecha española y del independentismo, respectivamente. Por fortuna, los juegos de niños de los indepes cada día interpelan a menos ciudadanos, y el partido de la abstención va creciendo imparable. Hacedme caso, que os ahorrará mucho tiempo.
Por el mismo motivo, resulta obvio que —a pesar del exceso de teatro de pacotilla en el cual asistimos últimamente— Esquerra y el PSC acabarán pactando los presupuestos, y el gobierno de Aragonès sobrevivirá políticamente hasta las municipales. Entiendo que Salvador Illa quiera hacer pagar caro su apoyo a las cuentas de Aragonès, y me parece incluso entrañable que sus condiciones para aprobarlos se basen en algo tan entrañable y sórdido como el proyecto del casino Hard Rock y la prolongación de la B-40, una carretera que no sé ni por donde pasa, porque uno de los pocos éxitos vitales de los cuales me congratulo es el de no transitar por según qué lugares (está también la condición de ampliar el aeropuerto; una maniobra que, como el mismo Illa sabe, depende muy poco del Gobierno, ya que las cosas realmente importantes siempre se deciden en Madrid). Un casino y una carretera: la metáfora del país es tan buena que no hay que decir mucho más.
Aragonès sabe que todo eso de los presupuestos llegará a buen puerto, y el desgaste por unas negociaciones que solo interesan a los redactores de política de los diarios catalanes le es mínimo.
De hecho, lo único que importa de esta negociación no es el tira y afloja falso entre Aragonès y Illa, sino la obsesión de Oriol Junqueras para seguir emulando a su ídolo Jordi Pujol. Advirtiendo a Pedro Sánchez de que una negativa del PSC podría afectar a la legislación española, el capataz de ERC se asegura entrar en el tablero político que realmente le interesa: el del Congreso. Junqueras sabe que Sánchez tiene un paquete de leyes de estilo zapaterista pendientes de aprobar (relativas a objetos tan dispares como la vivienda, la libertad de expresión y la salud de los animalillos), un capital político clave para el mandatario español de cara a las próximas generales. Evidentemente, Gabriel Rufián las acabará aprobando todas, porque el cónsul de ERC en Madrid es un hombre muy sensible con la conversión de España a un estado progre; pero lo más importante de todo es ver cómo el hambre de Junqueras también reclama poder morder el pastel madrileño.
Aragonès ha aceptado la estrategia de Junqueras, porque sabe que todo eso de los presupuestos llegará a buen puerto, y el desgaste por unas negociaciones que solo interesan a los redactores de política de los diarios catalanes le es mínimo; también porque el aislamiento de Junts dentro de la conversación general todavía radicaliza más el partido puigdemontista (por eso, insisto, Oriol Junqueras tuvo tanto de interés en filmarse como una estrella de un reality mientras los manifestantes de la ANC lo empujaban a pirarse de la manifa). Pero el compás de espera también beneficia a los socialistas, a quien una victoria de Jaume Collboni en las municipales de Barcelona podría impulsar todavía más hacia la Generalitat. De momento, Illa tiene el objeto más valioso y caro que necesita un político: gana tiempo. Al fin y al cabo, para poner nervioso a nuestro pequeño Muy Honorable, hoy por hoy solo necesita un simple casino y una carretera.
Así es la política catalana de nuestro presente, un asunto donde se puede sobrevivir negociando con jaulas de turistas que juegan a póquer y unos cuantos kilómetros de asfalto. Es para entusiasmarse.