Para ir al viaje con la escuela, mi hija necesitaba el DNI y renovar el pasaporte. La experiencia ha sido traumática, y no por el servicio, que debo decir que ha sido excelente, sino por el concepto. Por el hecho. Nunca habría imaginado que, décadas después de tantas cosas (y de tantas ilusiones), tuviera que dar por sentado que mi hija debería hacerse un DNI falso. Evidentemente, ella sabe que, como en mi caso, se trata de una identidad falsa, un trámite para poder desarrollarse en sociedad, como las gafas de Clark Kent o la cámara fotográfica de Peter Parker. Pero por falsa que sea es oficial, es la única oficial, y me hace morir de vergüenza que a estas alturas de la película aún tengan que expedirnos carnets de supuesta españolidad unos agentes que, amables y eficientes como sean (uno nos contaba maravillas de su tierra, Almería), con sus uniformes solo podían decirme “a por ellos”, “la República no existe” y “¿qué pone en tu DNI?”.
Me cuesta hacerme a la idea de que todavía hoy mi identidad sea un problema
Me cuesta perdonarme esta vergüenza, este trauma. Nada ha cambiado. En cincuenta años, en este terreno y en términos oficiales, nada. La misma semana pasada, como he expresado por X, fui multado por llevar en la matrícula de mi moto una pegatina que expresaba mi identidad verdadera. Encima de la falsa, claro, pero sin alterar en nada la perfecta identificación del vehículo. Ya dije que el recurso está presentado y que tengo ganas de que llegue muy arriba, para esclarecer cuáles son las “instrucciones” que me decía el agente que habían recibido al respecto, pero me cuesta hacerme a la idea de que todavía hoy mi identidad sea un problema. Una causa de multa. Hemos conseguido antes que se reconozca la identidad de los transgéneros o de los transexuales que admitir simplemente la identidad nacional, más que evidente, de muchos ciudadanos en este país. Ni por la vía de la unilateralidad ni por la vía del diálogo ni del peix al cove ni de las infinitas mesas de negociación en torno a mayorías plurinacionales, pluriculturales y pluriconvivenciales que se hayan formado. Estamos en el año 2025, mi hija debe llevar una falsa bandera en el bolsillo y yo tengo que hacer recursos contra la Guardia Urbana porque el alcalde o alguna autoridad ha decidido que la bandera multicolor o la palestina merecen más respeto institucional que una estelada o un CAT.
Si realmente nos encontramos ante un momento reformista en el Estado (que yo no lo creo), en esto también debe notarse. Deben saber que una "mayoría plurinacional" es imposible de concebir teniendo como tabúes las identidades, los sentimientos, las selecciones deportivas, los carnets, la representatividad en el mundo, la consolidación legal de nuestro hecho nacional. Mientras esto no se haga, Catalunya solo podrá existir como conflicto (o como peculiaridad cultural regional, por supuesto). Ya pueden poner financiaciones singulares o plurales, o competencias en inmigración (que admito que sería un gran paso), o las pensiones más elevadas y los transportes públicos más gratuitos, o incluso las pistas más largas en el aeropuerto del Prat. Antes que una pista larga, queremos poner nombre a nuestro aeropuerto. Queremos decidir sobre muchas cosas, pero sobre todo queremos decidir sobre el nombre de cada cosa. El nombre, en efecto, hace la cosa. Ni yo soy español ni el aeropuerto Joan Miró será nunca el artificial Josep Terradellas, como lo demuestra el hecho de que antes que esto la gente prefiere seguir llamándolo el Prat. Las cosas tienen que ser lo que son, y no lo que se pretende que sean en un despacho de Madrid o en un pinar de Gavà.
Resulta que los acuerdos que ahora se están negociando tienen que ser históricos, transicionales, constituyentes. Pues que lo sean. Ya sé que desde el punto de vista independentista nos encontramos en tiempo muerto, y casi diría que en un tiempo de desgaste mutuo donde los “diálogos” con Madrid ocultan (demasiado, en mi opinión) el auge de la pasada confrontación. Pero si se quiere ir al espíritu de esta fase de pacto, a la raíz de todo lo que ha pasado y que va a pasar, es necesario que se sepa que muchos de nosotros nunca estaremos cómodos en una comisaría donde se nos invite a ser lo que no somos. Ni con una “roja”, por mucho que gane muchos mundiales y que nos quiera besar la boca. No es no, y no hasta que se entienda que no vamos a parar de exigir respeto y resultados, tanto a los responsables políticos de allí como a los de aquí.
Mientras, la reflexión de siempre: si somos 10.000 los que pegamos el CAT, no habrá forma ni cojones de multarnos a todos. Ahora los recursos se ganan, por la vía legal, y pese a las molestias. Pero ya hemos aprendido que las cosas se ganan de verdad haciendo política. Es decir, también en la calle, y todos los días.