Una lengua es un vehículo para comunicarse y por eso la mayoría de personas del mundo no tienen una relación sentimental con el idioma que hablan. Es, simplemente, el medio para expresarse. En términos generales, un estadounidense no tiene un amor especial a la lengua que habla cada día, como tampoco lo tiene un chino, un griego o un hondureño. Esto cambia, sin embargo, cuando la lengua está amenazada y no tiene el futuro garantizado. Entonces todo cambia, porque una nación sin lengua no es una nación; es una entidad folclórica, en el mejor de los casos. La lengua es la base de la identidad y la diferencia. Si no hablas una lengua distinta, no eres diferente. Por eso quien tiene la lengua amenazada desarrolla una militancia y un sufrimiento; es lo que Enric Larreula llamaba “dolor de lengua”.

La última década la hemos dedicado a construir un Estado y quizás hemos dejado de construir la nación. Yo no quiero un Estado independiente que sea como Irlanda, donde casi todo el mundo habla inglés. Es más importante hacer país que hacer Estado. Por eso, sin dejar de hacer Estado, debemos volver a hacer país, y urgentemente. Y el primer ámbito donde es necesario hacerlo es con la lengua. La Plataforma per la Llengua acaba de señalar el camino; ocho de cada diez catalanohablantes creen que para ser catalán es necesario hablar catalán. No puede ser más sencillo ni evidente; porque no es catalán quien vive y trabaja en Catalunya, o no solamente. Mi tío que vive en Chicago desde hace cuatro décadas y tiene la nacionalidad norteamericana siempre será catalán, hasta el día de su muerte, porque no puede ser otra cosa, incluso aunque no quisiera. No vive ni trabaja en Catalunya, pero es catalán; de la misma manera que hay cientos de miles de personas que viven y trabajan en Catalunya, y no son catalanes, porque simplemente no quieren formar parte de ella. Empezar a decirnos las verdades es una forma de empezar a avanzar.

El catalán debe dejar de ser sólo una lengua amable, seductora y sin aristas para convencer a nuevos hablantes, sino que también debe ser una lengua necesaria para vivir, estudiar y trabajar en Catalunya

En Quebec hace muchos años que se dieron cuenta de todo esto. En 1977, con el apoyo del 80% de los francófonos y con la oposición de la mayoría de la población anglófona, el gobierno de Quebec logró aprobar la llamada ley 101, mediante la cual el francés se convirtió en la única lengua oficial de la provincia. El inglés dejaba de ser la lengua dominante en algunos ámbitos o territorios concretos, y más de 80.000 anglófonos que se negaban a hablar francés acabaron marchando a otros lugares de Canadá. Bon voyage. Éste es el camino a seguir, también. El catalán debe dejar de ser sólo una lengua amable, seductora y sin aristas para convencer a nuevos hablantes, sino que también debe ser una lengua necesaria para vivir, estudiar y trabajar en Catalunya, aunque se haga antipática. Si yo me voy a vivir a Japón, no voy a pretender que la lengua japonesa me seduzca; tendré que aprenderla para poder vivir, socializar y trabajar. Quien no quiera entender ni hablar el catalán, debería tenerlo muy difícil para poder vivir y prosperar en nuestro país. Tiene muchos otros países a los que ir, si rechaza el catalán. El catalán debe imponerse, no debe convencer, porque el cementerio está lleno de buenas intenciones. El catalán no saldrá adelante con el corazón en la mano, sino con el roc a la faixa.

Este objetivo puede conseguirse aplicando leyes actuales que no se aplican, haciendo leyes nuevas y con un cambio social de actitud. Debemos pasar de la defensiva a la ofensiva. Es difícil, pero no imposible. No milito en el ejército de los desanimados, y menos aún en el de los derrotistas. Cuando cumplí 18 años, tomé cuatro decisiones de carácter, digamos, nacional. Una de ellas, sin duda la más importante, fue dejar de hablar en español en mi país. Y lo he hecho hasta la fecha, viviendo y trabajando en Barcelona la inmensa mayoría del tiempo. Nunca me han hecho cambiar de lengua y nunca he vivido una situación desagradable (excepto una vez en Mallorca, con un policía español). Cierto es que hay gente que no cambia de lengua, pero yo tampoco. Intento vivir en catalán siempre, llevando a mis hijas al cine donde proyectan la película que quieren en catalán, comprando productos etiquetados en catalán, comprando libros y diarios en catalán, mirando las series en catalán, y sólo yendo a hoteles y restaurantes que tienen la web en catalán. Un hotel o restaurante que no tiene web en catalán no se está dirigiendo a mí.

Termino. Cuando me fui a vivir a Bilbao para trabajar de corresponsal en el País Vasco, me matriculé en clases de euskera. Fue la primera decisión que tomé en cuanto puse ahí los pies y me pareció totalmente natural y coherente. Sin embargo, al cabo de unos meses de pelearme con la lengua más endemoniada del mundo, comentándolo con un director general del gobierno del lendakari Ibarretxe (pero miembro de Ezker Batua), me respondió que no hacía falta que lo hiciera, que se podía vivir perfectamente en Euskadi sin saber su lengua propia, y menos aún si vivía en Bilbao. Yo no quiero un país como el que describía ese señor. Yo quiero un país en el que quien no sepa mi lengua no pueda vivir en mi país.