Cuando llegué a Morellàs, el martes pasado, yo no sabía que aquella clase de catalán para adultos acabaría siendo esta columna. Hacía escasas cinco horas que la justicia francesa había impedido el uso del catalán en los plenos municipales de Catalunya Nord, pero una alumna que se llamaba Claudine y debía tener más de setenta años me explicó que va a clase porque habla catalán desde que nació, pero todavía no lo sabe escribir. ¿Qué sentido tiene querer aprender una lengua que la justicia del país donde vives considera inválida para la vida pública, pues? La pregunta puede parecer cruda y catastrofista, pero si alguna cosa he aprendido en estas últimas semanas en Catalunya Nord entrevistando a varias personas es que hablar catalán ya no es algo vergonzoso.

Claudine es una de las nueve alumnas de Carme, una gallega políglota que hace de profesora en los cursos de lengua organizados por Òmnium Cultural. Al entrar en el aula, me obligó a participar al 'Què de nou?', la rueda de presentaciones que cada martes les sirve para explicar, en catalán, cómo les ha ido la semana. "Me llamo Pep, como mi bisabuelo Josep, que era del Capcir y emigró al sur, en el Penedès, ahora hace poco más de cien años", les dije antes de explicarles que estábamos allí "para grabar un documental sobre la situación del catalán en Catalunya Nord". Todos me respondieron al unísono con un "Hola, Pep"!, pero cuando todavía no había tenido tiempo de avisarles de que ellos tenían que hacer como si no estuviéramos allí, una de las señoras levantó la voz para resumir la respuesta sobre la situación del catalán en esas tierras: ¡"Está prohibido"!, exclamó.

No le falta razón. Lo dijo ella allí y lo dijeron al día siguiente las portadas de los diarios, ya que el Tribunal Administrativo de Montpellier ha decretado que los reglamentos de cinco consistorios norcatalanes que permiten el uso del catalán son inconstitucionales porque vulneran "la primacía de la lengua francesa". El primero a vulnerar esta primacía fue Pere Manzanares, el teniente de alcaldía de Elna que decidió hablar catalán en un pleno municipal por primera vez, ahora hará dos años. Después se sumaron más ayuntamientos, como el de Els Banys i Palaldà, pero su alcaldesa Marie Costa dejó bien claro en la rueda de prensa del pasado martes que ninguna sentencia la impedirá hablar su lengua. También dijo que el próximo pleno consistorial lo harán en inglés, a ver si el Prefecto se lo prohíbe. Cuándo lo comenté en la clase, todo el mundo rio y uno de los alumnos, un londinense que vive en Ceret desde hace años, hizo uso de la maravillosa ironía inglesa para preguntar a la profesora si con su nivel actual de catalán podría hacer de traductor instantáneo de este pleno en Els Banys i Palaldà.

Fuera de cachondeos, la sensación es que diga lo que diga un juzgado, alguna cosa está cambiando. La República de Francia va repitiendo desde hace más de un siglo que todo lo que no sea hablar francés es cosa de incivilizados, de gente sin cultura y de gente sucia, pero aquella famosa frase de 'Parlez français, soyez propres' pintada en la pared de la escuela de Aiguatèbia, en el Conflent, ya no da la misma impresión que décadas atrás. Nos lo recordó Brigitte, de hecho, una alumna a quien su madre hablaba catalán de pequeña pero que siempre creció sabiendo que aquella lengua era una lengua privada. Para ir a ver el médico, para rellenar un formulario de correos o para comprar en los grandes almacenes se tenía que hablar francés. El resto era solo un patués con el cual guiar al ganado, cantar nanas en casa o decir cuatro frases hechas en momentos puntuales, "por eso de pequeña, en la escuela, una vez escribí que tenía la muela corcada en vez de decir cariée y el maestro se enfadó mucho, me dijo que no sabía escribir en francés y me obligó a enseñar aquella catalanada a mi padre a fin de que me castigara", nos explicó.

Debió ser en los años cincuenta, pensé, después de dos guerras mundiales donde miles de enfants catalanes murieron por Francia. Eso, sumado a una Catalunya del sur retrasada, ahogada y oprimida por una dictadura fascista, provocó que una generación de catalanes del norte, casi de forma natural e involuntaria, optaran por ser limpios y dejaran de transmitir la lengua catalana a sus hijos. "Tengo sesenta años y de pequeño recuerdo que la gente del pueblo me decía bonjour cuándo me veía por la calle, pero después sentía como entraban en casa y decían adiu", recordó Alfred. Vecino de Morellàs mismo, daba clase acompañado de su mujer japonesa, que lógicamente todavía vive plenamente lost in translation pero se atreve a pronunciar correctamente el nombre de la canción que utilizan por el taller de comprensión oral: La caputxeta roja, de Joan-Pau Giné.

"Un día queremos que nos pongas a Lluís Llach", dijo Brigitte, que confesó escucharlo desde hace años en casa mientras una alumna parisina que vive en el Voló me pidió el nombre del documental y yo le confesé que todavía no tiene título, pero que se me moriría de ganas de ponerle "Venim del nord, venim del sud". Antes de despedirme y agradecerles aquel rato maravilloso, también les expliqué que "los catalanes del sur no me creerán si les digo que hay gente de Tokio, Londres o París que aprende catalán en Catalunya Nord". No me creeréis, lectores, porque vosotros también estáis hartos de pasear por Perpinyà y tener la sensación que nadie habla catalán, cosa que es lastimosamente cierta: según la última encuesta de usos lingüísticos hecha por la Generalitat, el Consejo Departamental y la Universidad de Perpinyà, solo el 5% de la gente en Catalunya Nord utiliza normalmente el catalán, pero el 35% lo sabe hablar y el 61% lo entiende. El dato más importante, sin embargo, es que un 77% de la población querría entenderlo y querría que sus hijos también lo hablaran.

El dato me hace pensar en un episodio mítico de la serie The Young Pope donde el cardenal Voiello aparece en una estancia del Vaticano con la equipación del Nápoles, dos monjas se sorprenden de la fila que hace y le preguntan si no le da vergüenza ir vestido así. ¿"Vergüenza? ¡Ser napolitano no es ninguna vergüenza"!, dice el cardenal, por eso este dato, el más relevante de todos, es el que nos religa con el montón de padres que deciden escolarizar a sus hijos en La Bressola, con el centenar de alumnos de la escuela pública Arrels, con los millares de críos que estudian en las líneas bilingües francés-catalán, con los más de cuatrocientos alumnos de cursos de catalán para adultos de Òmnium, con los millares de usuarios de la aplicación Adiu.cat y con los más de treinta años de existencia de Radio Arrels. También con Gregóry Marty mismo, el alcalde de Portvendres que cambió el reglamento del Ayuntamiento que preside para permitir el uso del catalán, aunque él confiese públicamente que no lo habla. Es decir, el dato dice que el catalán, aquella lengua considerada siempre privada y todavía hoy en demasiado desuso, no es una lengua de la cual avergonzarse. Quizás por eso Claudine, aquella señora mayor, dijo que "cuando tengo que decir 'cuatro veinte', mi cabeza todavía piensa vuitanta".

No es lo mismo ochenta que cuatro veces veinte, me dije, porque una lengua es un conjunto de signos orales y escritos que sirven para comunicarse, pero también es una visión concreta del mundo. En el caso de los catalanes del sur, una visión amenazada del mundo. En el caso de los del norte, una visión prohibida. "Pas que mai morirem, mientras hablemos catalán," le respondió Alfred. Por eso salí de la clase con la sensación de que personas como ellos estaban allí porque aquella lengua, nuestra lengua, los religa con sus padres y sus abuelos. Con su niñez. Con sus sueños inocentes. Con los recuerdos de la gente que nunca dejamos de amar, incluso cuando ya no están. Quizás yo también estaba allí por lo mismo, ya que yo tampoco he dejado de amar nunca a mi bisabuelo Josep, aunque no lo pudiera conocer, por eso cuando este verano descubrí en el cementerio de Santa Llocaia la tumba de su padre, mi tatarabuelo Lluís, me puse a llorar de emoción delante el nicho en francés de un señor que no conocí nunca pero que llevaba el apellido de mi abuela. Un señor que tampoco decía 'cuatro veinte', sino vuitanta. Un señor que nunca sabrá que su tataranieto habla, escribe y vive en catalán, que es lo que harán muchos tataranietos de los catalanes del norte dentro de cien años, estoy seguro, ya que hay raíces tan profundas que ni la República francesa, tan experta en la materia, podrá nunca guillotinar.