Tal día como hoy del año 1530, hace 494 años, las expediciones privadas del catalán Llàtzer Font y del alemán Nikolaus Federmann salían —por separado— de Santa Marta (en aquel momento un pequeño poblado colonial hispánico situado en la orilla este de lago de Maracaibo, actualmente Venezuela); en busca de la ciudad de El Dorado, que según la leyenda europea estaba situada al suroeste, en algún lugar de las fuentes del río Amazonas (actualmente Ecuador). Estas expediciones eran totalmente privadas: estaban promovidas y financiadas por empresas que obtenían autorización de la corona hispánica para explorar, colonizar y explotar territorios ignotos. En aquel caso, la distancia que tenían que cubrir aquellas expediciones sería de unos 2.500 kilómetros.
Las expediciones de Font y de Federmann salieron, a la vez, de Santa Marta, pero enseguida se separaron e iniciaron una disputada carrera para encontrar El Dorado, una legendaria ciudad que, según la tradición europea, estaba totalmente construida con oro. Tanto Font como Federmann eran unos experimentados expedicionarios y las fortunas que financiaban aquellas empresas tenían plena confianza en el éxito de los suyos respectivos patrocinados. La expedición de Font estaba financiada por un conglomerado mercantil formado por los mismos Font (catalanes arraigados en las Canarias) y por la poderosa familia Benavent-Botti (catalanes y toscanos arraigados en Sevilla). Y la de Federmann estaba financiada por los influyentes banqueros Welser de Augsburgo (Baviera).
Ni la expedición de Font ni la de Federmann llegaron a encontrar nunca El Dorado y su fracaso provocó que fueron abandonados por sus patrocinadores. Incluso sufrieron la persecución de las autoridades coloniales hispánicas. Font fue falsamente acusado de confraternizar con las naciones indígenas, para que se rebelaran contra el poder hispánico. Y Federmann fue falsamente acusado de herejía por la divulgación de la confesión luterana entre los indígenas. Font tuvo que demostrar la falsedad de las acusaciones prestando servicios a la corona, reprimiendo a los encomenderos castellanos (grandes propietarios de tierras y de esclavos) que se habían rebelado contra la autoridad colonial. Pero, en cambio, Federmann murió en una prisión de la península Ibérica.