Hay que reivindicar los hechos como tribunal de la verdad. Y hay que distinguirlos de las diferentes percepciones y opiniones que se puede tener de ellos. Se tiene que diferenciar el conocimiento de la opinión. Ahora bien, tampoco podemos menospreciar las opiniones, ya que la gran mayoría de las creencias que orientan nuestras decisiones se fundamentan en percepciones de la realidad y no siempre en los hechos. Así, para hacer buenas políticas públicas hace falta el conocimiento que proviene de los hechos, pero no se puede prescindir de las opiniones mayoritarias. Todo a vuelco de la situación del catalán y lo que podemos avistar de su futuro a medio plazo.
Hay tres indicadores que determinan la salud de una lengua: el conocimiento, el uso y el reconocimiento jurídico e institucional. En cada uno de estos indicadores hay que conjugar varias variables como la edad y la localización de los conocedores y de los usuarios. También, las tendencias de crecimiento o decrecimiento en cada una de estas variables y muchas otras consideraciones que conoce y explica muy bien el conseller de política lingüística, Francesc Xavier Vila.
Sobre el conocimiento, los hechos son que se aprueba. Ahora bien, una cosa es el conocimiento funcional y la otra es la competencia lingüística que permite decir que se conoce lo suficiente la lengua para poder disfrutar plenamente del catalán. No lo tendría tan claro.
Queda mucho trabajo por hacer y no mucho tiempo. El mejor ejemplo es mantener el catalán, especialmente aquellos que más ejemplares tendrían que ser
Muy distinto, sin embargo, es el tema del uso. No solo los datos de los hechos, sino que la percepción cada vez más generalizada entre los catalanohablantes es que se retrocede. Puede haber algún ámbito en el que no sea así, pero en la gran mayoría de los ámbitos el uso de la lengua catalana disminuye. La ilusión que nos hemos vendido los catalanohablantes de que el catalán es, y tendría que ser, la lengua común de la diversidad lingüística de los ciudadanos de los territorios de habla catalana no es verdad. Podemos repetírnosla para coger moral, pero no es la realidad. La interferencia del castellano es abrumadora. Mantenernos en la lengua catalana es una herramienta imprescindible para no retroceder en el uso, pero eso implica una conciencia, un compromiso y un esfuerzo que muchos de los ciudadanos ni tienen ni practican. Haría muy bien el conseller en predicar esto al resto de compañeros y compañeras del Govern, entre otras recomendaciones que él sabiamente nos hace al conjunto de la ciudadanía catalanohablante.
Y con respecto al reconocimiento jurídico e institucional queda mucho por recorrer a pesar de las pequeñas conquistas: poder usar el catalán en las instituciones judiciales; instituciones europeas —por cierto, ahora ya no se habla de oficialidad sino de uso de la lengua catalana, cosa que está varios peldaños por debajo—, existencia de un departament específico, que esperemos que no quede solo como relleno; etc. Uno de los pasos que podría ayudar en este sentido sería que las instituciones estatales dejaran de usar dos entradas para el catalán y el valenciano y usar solo una, si se quiere con el nombre compuesto de catalán/valenciano, pero que quede bien claro que es la misma lengua a pesar de la diversidad nominal. Y como este hecho, muchos otros reconocimientos que nos permitieran decir con hechos y percepciones que no hay un Estado en contra. El estatus jurídico e institucional de una lengua es fundamental para avanzar en su uso social.
No hay que ser pesimista, pero tampoco dejar de ser realista. Los hechos y las percepciones no nos sitúan en la buena salud de la lengua catalana. Todavía estamos a tiempo, pero para hacer realidad la ilusión —en los dos sentidos del término, anhelo y fantasía— de que el catalán es la lengua compartida en las relaciones sociales de los ciudadanos de Catalunya y de todos los Países catalanes, porque así lo quieren o se les empuja, queda mucho. Queda mucho trabajo por hacer y no mucho tiempo. Como en todo, el sermón sin el ejemplo no sirve. El mejor ejemplo es mantener el catalán y especialmente aquellos que más ejemplares tendrían que ser.