Hace quince días pronostiqué en este mismo diario que la campaña catalana serviría para resolver la pregunta “¿Puigdemont o PSOE?”. Ayer el presidente del gobierno español bajó a la arena para concretarlo en un Puigdemont o Sánchez. De quien ha creado su relato político a partir de un manual de resistencia, cuesta creer que por la presión que está recibiendo a nivel familiar lo deje. Si lo hace, será una constatación más de que el estado español se sustenta sobre una base franquista. Una base franquista que no tolera idea alguna que no sea la unidad, la uniformidad y la interpretación restrictiva de la Constitución. Y que fomenta por tierra mar y aire, es decir, política, judicial y mediáticamente la destrucción del adversario. Pedro Sánchez es uno de los firmantes de la aplicación del artículo 155 contra la autonomía de Catalunya, es un gran divulgador del discurso de división social en Catalunya y ha manifestado que quería llevar a Puigdemont a la cárcel, no nos despistemos. Pero por necesidad electoral de su “hacer de la necesidad virtud” ha salido declarado enemigo número uno del estado franquista. Y sí, quieren destruirlo. El movimiento de ayer pone en riesgo el análisis en clave catalana de las elecciones al Parlament.
En clave catalana, si Sánchez lo deja, si ve que no saldrá adelante y encuentra en el ataque a su mujer una buena excusa para retirarse, en Catalunya lo que le conviene es reforzar a quien sí le ha plantado cara al Estado, no a quien se ha rendido. Este primer escenario por ahora parece ser el que tiene menos posibilidades de cumplirse. Por tanto, vale la pena analizar el segundo, que también pone en riesgo el análisis en clave catalana de las elecciones al Parlament de Catalunya del próximo 12 de mayo.
Puigdemont se ha convertido en el único rival capaz de evitar que los socialistas ganen estas elecciones
Para salvar su investidura, Pedro Sánchez cambió todo su discurso respecto al derecho a decidir del pueblo de Catalunya y de la represión que España está infligiendo al movimiento independentista. Esto le ha generado desgaste. A nivel de votantes y a nivel interno. También a nivel social, mediático y de las estructuras del Estado. Por eso él necesita poder justificar todo ese camino con una victoria electoral en Catalunya que le permita decir que el procés ha terminado. Pudo resistir un mal resultado a las elecciones gallegas, sin un gran resultado ha mejorado un poco las posiciones en el País Vasco y cuando todo iba sobre lo previsto algunas alarmas demoscópicas se han encendido en Catalunya: el efecto Illa no va. Illa, a quien durante meses todos los círculos de poder de Madrid y de Barcelona han dado por hecho que sería el próximo president de la Generalitat, ha visto cómo la candidatura del president Puigdemont afectaba a sus opciones electorales. A este hecho, que no sabemos si es mucho o poco, se le ha sumado que ha tenido que pasar la semana del inicio de campaña compareciendo en Congreso y Senado sobre un posible asunto de corrupción en el Ministerio de Sanidad de cuando él era ministro.
Superando a ERC en todas las encuestas, el president Puigdemont se ha convertido en el único rival capaz de evitar que los socialistas ganen estas elecciones. Para Sánchez solo hay algo peor que perder, es que gane el president Puigdemont. Visto que nunca hace ningún movimiento que no se base en un gran estudio de lo que dicen las encuestas y en una gran dosis de táctica, este es el fin del asunto: o realmente entra en campaña para ganar lo que Illa parece que pierde o se retira antes de una gran derrota. De momento ha conseguido que la campaña catalana comience pendiente de lo que ocurrirá el lunes en Madrid. Veremos si los catalanes entienden que es de vital importancia votar en clave catalana, pensando en quién puede defender mejor los intereses de Catalunya.