No soy del Barça. Soy del Sabadell y basta, de toda la vida. Y ser del Sabadell significa no tener ninguna simpatía especial por el Barça, sobre todo por las malas pasadas que le había hecho en los años dorados y lejanos de cuando el club estaba en Primera División. Pero también significa no ser anticulé por sistema ni ser del Espanyol ni ser del Madrid. No conozco a Joan Laporta, más allá del contacto superficial y efímero de la época en la que fue diputado en el Parlament. Me cae especialmente mal Dani Olmo, no por ser de Terrassa, sino por las declaraciones que un día realizó diciendo que el equipo en el que jamás jugaría sería el Sabadell, y eso que su padre, Miquel Olmo, había sido entrenador. Me gusta Pau Víctor, formado en el fútbol base no del Barça, sino del Sabadell y del Girona, y celebraré que pueda triunfar en uno de los mejores equipos del mundo.
Dicho esto, da la impresión de que detrás del caso de la cancelación de las licencias de los dos jugadores por parte de LaLiga, avalada por la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), para impedir que pudieran seguir jugando en el club con el que tenían contrato, con la excusa de que este incumplía las reglas del fair play financiero, y la polémica que se ha derivado, hay una campaña orquestada para hacer daño al Barça y desprestigiarlo, una maniobra preparada para cargarse a Joan Laporta, una conchabanza montada para derribar a uno de los últimos bastiones que aún no ha sucumbido a la aplicación del artículo 155 de la Constitución. Porque no hay que olvidar qué representa el Barça para Catalunya, que Joan Laporta es independentista y que la imagen que el Barça exporta al mundo es la catalana —no la española— y la de catalanidad. Es normal, pues, que detrás de la nueva campaña de persecución sistemática e implacable —que no es la primera ni será la última— haya habido figuras del españolismo más rancio en el mundo del fútbol, representadas por el presidente de LaLiga, Javier Tebas, el presidente de la RFEF, Rafael Louzán, o, moviendo los hilos como siempre, el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez. Si de desestabilizar se trata, como es el caso, son los personajes más adecuados para llevar a cabo la tarea.
Lo que no es nada normal es que a toda esta tropa la hayan respaldado los cincuenta mil grupos, grupitos y grupúsculos de oposición que existen en Can Barça y determinados sectores políticos y económicos y ciertos medios de comunicación catalanes que le tienen puesta la proa a Joan Laporta precisamente por ser independentista, pero sobre todo porque nunca, ni antes ni ahora, se ha dejado dominar por nadie ni, por descontado, por ellos y los lobbys, a menudo con intereses oscuros, que los mueven. Si no es que todos ellos representan exactamente lo mismo y resulta que los compañeros catalanes de viaje no son más que las correas de transmisión del poder español establecido en Catalunya, como lo demuestra que ninguno de ellos se haya preocupado de poner la carga de la prueba donde correspondía —los que entienden del tema aseguran que tanto LaLiga como la RFEF han procedido ilegalmente, incluso prevaricado, al aplicar mal, adrede, el reglamento de la propia RFEF— y el culebrón solo les ha interesado, independientemente de cómo acabara, para poner el dedo en el ojo al actual presidente del Barça.
Basta con comprobar cómo se han tomado que finalmente el Consejo Superior de Deportes (CSD), el organismo público encargado de velar por la buena marcha de la actividad deportiva en el estado español, haya permitido la tramitación de las fichas de ambos jugadores, aunque solo sea de manera cautelar y, por tanto, provisional, para que puedan volver a jugar con normalidad. Esta sí que es una forma de hacer un flaco favor al prestigio de la entidad. Una decisión, la del CSD, que algunos han visto como una componenda política teledirigida por Pedro Sánchez para tener contento a Carles Puigdemont (sic). Todo con tal de no bajarse del burro y mantener encendida la llama de la polémica, porque lo que no harán nunca estas alimañas es reconocer que la han pifiado y aceptar que han perdido la batalla.
El Futbol Club Barcelona sabe muy bien qué significa que lo persigan, por ser catalán, pero especialmente por hacer bandera de ello
Otra cosa es que la reacción del presidente del Barça al conocer la noticia, con un corte de mangas y quizá alguna palabra subida de tono —que la RFEF aprovechará para continuar con el acoso y derribo y tratar de inhabilitarlo, mientras que LaLiga se ha apresurado a llevar la resolución del CSD a los tribunales—, no haya sido la más apropiada de cara a la galería, pero es humanamente comprensible por el asedio al que ha sido y está sometido. Durante su primer mandato, de 2003 a 2010, ya fue objeto de la misma persecución, pero que el de aquel periodo fuera el mejor Barça de toda la historia frenó cualquier intento de llevar las cosas más lejos. Y ahora todavía no le perdonan que alcanzara ese éxito y están dispuestos a hacer lo que sea para que no lo pueda repetir. La realidad, en todo caso, es distinta y de momento no parece que Joan Laporta esté en condiciones de reeditar la proeza de entonces, aunque ya se verá.
Y es que si bien cuando volvió a coger las riendas del club en 2021 se encontró con un agujero económico tan grande que ha lastrado toda su actuación y que es la causa de los quebraderos de cabeza que cada dos por tres le provoca LaLiga, ahora parece que ha logrado cuadrar su fair play financiero y ha podido acceder así a la llamada regla 1:1, en virtud de la cual el club, tras muchos años sin poder hacerlo, puede invertir por fin en fichajes la misma cantidad de dinero que ingrese o que ahorre. Desde el punto de vista deportivo, además, el regreso a las esencias de La Masía que un entrenador de fuera —Hansi Flick— ha sabido interpretar correctamente, mientras que otros de la casa —Xavi Hernández— no lo habían conseguido, es motivo de esperanza, como se ha podido comprobar con la Supercopa de España que le ha ganado al Real Madrid, y de qué manera, con una manita. A diferencia de la temporada anterior, en la que no consiguió ni un solo título, en esta tiene opciones en todas las competiciones en las que participa. Pero si, a pesar de todo esto, la conclusión fuera que en España no quieren al Barça, ningún problema, porque el resto de ligas de Europa, empezando por la Premier inglesa, se pelearían por tenerlo.
También es verdad que el trato que reciben los equipos grandes y los equipos modestos es diferente. Nadie duda de que si lo mismo le hubiera sucedido a un club sin renombre de una división inferior, este la habría palmado. Ahora bien, que tampoco nadie aproveche el caso para pretender dar según qué lecciones, porque si alguien sabe realmente cómo funciona la cosa es precisamente los que somos del Sabadell de toda la vida. El Centre d’Esports Sabadell fue el primer equipo al que se hizo descender, en 1993, por los impagos y las deudas acumuladas, y cuando dos años más tarde, en 1995, otros se encontraron en la misma situación —Sevilla y Celta— fueron, curiosamente, perdonados. Y de ahí que la Segunda División acabara teniendo 22 equipos y no 20, porque las autoridades deportivas responsables primero los hicieron descender, pero luego se desdijeron debido a la presión recibida.
El tiempo juzgará la gestión de Joan Laporta, como lo ha hecho y lo hará con el resto de presidentes del club. Pero por ahora lo que hay es un intento claro de desestabilizar al Barça, con cómplices allí y aquí. El Futbol Club Barcelona sabe muy bien qué significa que lo persigan, por ser catalán, pero especialmente por hacer bandera de ello. Y el resto de equipos catalanes igual. Porque no se trata de fútbol. No es el deporte. Parafraseando el eslogan que, a propósito de la economía, con tanto acierto en 1992 se inventó el jefe de campaña de Bill Clinton, James Carville, y que valió toda una presidencia de Estados Unidos, ni siquiera es la política, ¡es la catalanofobia, estúpido!