Aunque se diga con la boca pequeña, Catalunya es el gran tema de las elecciones europeas en la circunscripción española. La alegría socialista por la victoria de Salvador Illa es un reclamo electoral contra el PP, pero va cogiendo, poco a poco, un regusto amargo. Pedro Sánchez se encuentra en una posición inmejorable para atraer a los votantes de Núñez Feijóo y convertir al PSOE en el nuevo partido Alfa del Estado. Pero, aún y así, hay una desazón indefinible que atraviesa todos los partidos, excepto VOX.

El partido de Abascal no para de recibir apoyos internacionales, pero todo el mundo sabe —o intuye— que es porque la extrema derecha española no es exactamente como el resto de extremas derechas europeas. Por más que Iván Redondo asocie el peligro nazi con Alternativa por Alemania, el único peligro nazi que queda en Europa, si se quiere decir así, se encuentra en España, que es el único estado donde Hitler ganó la guerra. Si la derecha española fuera realmente europea, Pedro Sánchez haría muchos telediarios que ya sería historia, y eso suponiendo que hubiera llegado alguna vez a gobernar.

Tarde o temprano, el conflicto con Madrid se volverá a salir de madre, y da igual si Sánchez refuerza su poder o si Illa llega a ser presidente de la Generalitat con los votos de VOX y del PP.

Ni Europa ni los Estados Unidos se pueden permitir que España se desvíe del guion geopolítico y abrazan a VOX para controlarlo y debilitar al PP, mientras confían en que el PSOE hará su trabajo a Catalunya. Basta con hacer memoria y recordar el siglo XX (o el siglo XIX o el siglo XVIII) para saber que los grandes descalabros del orden europeo tienen tendencia a empezar en nuestra casa. Ahora que Occidente ha perdido el monopolio de la humanidad, Europa ya no se puede permitir que la península vuelva a caer en manos del viejo africanismo.

El presidente Aznar se pasó de listo sacando la ultraderecha del armario para asustar a los catalanes, igual que se equivocó tratando de colgar a ETA los muertos del 11-M. Madrid no está claro que sea realmente europeísta, pero Barcelona sí que lo es, siempre lo ha sido. Además, para enredar el asunto, Catalunya no había sido nunca tan española y tan independentista a la vez. Después de dar muchas vueltas, el sueño hispánico se va materializando en el trozo del suelo que lo creó, pero de una manera que nadie se esperaba.

El mismo PSC ha respondido a ERC que pedir el pacto fiscal es no tener los pies en el suelo, pero tanto Illa como Oriol Junqueras saben que es cuestión de tiempo que el espolio español cree un problema a los socialistas. Por más que el Estado intente enterrar la nación catalana con la inmigración, y por más que los partidos unionistas se aprovechen de la persecución del independentismo, los pobres no comen banderas, que diría Gabriel Rufián. Tarde o temprano, el conflicto con Madrid se volverá a salir de madre, y da igual si Sánchez refuerza su poder o si Illa llega a ser presidente de la Generalitat con los votos de VOX y del PP.

El PSOE manda en España porque Catalunya necesita comprar tiempo. Pero después de Sánchez no hay nada. Solo los Estados Unidos, que mira más hacia Marruecos que hacia España, y una Europa cada vez más presionada, que ayuda a la izquierda de Madrid para que la situación no se desbarate, a pesar de saber que la ciudad europeísta es Barcelona. Me da la impresión que cada vez estaremos más entre la España de VOX y un viejo mantra trumpista reformulado: Make the West Great Again. Con Catalunya cancelada puede parecer que son lo mismo, pero son caminos que no tienen nada que ver.