¿Es pedir mucho que cuando alguien viene a vivir (y a trabajar) a nuestro país (Catalunya) esté obligado a aprender el catalán (la lengua propia de Catalunya)? Sé que esta pregunta os puede parecer absurda y ridícula, pero la realidad catalana siempre ha sido un chiste de mal gusto sin ningún sentido. Os lo pregunto porque con este simple cambio se acabó lo que se daba y los pobres catalanes (que estamos agotados de tener que defender nuestra lengua y cultura a diario) por fin podremos descansar y ser más divertidos. ¿O es que tenemos la autoestima tan hecha polvo por los hechos históricos que vivieron nuestros antepasados ​​que somos incapaces de hacer cumplir nuestras reglas porque pensamos que no nos merecemos que nos respeten? ¡Cuidado!, no vayáis a confundir ahora el racismo con hacerse respetar. En Catalunya siempre ha sido muy bienvenido todo el mundo; si algo tenemos los catalanes es que somos gente acogedora, a veces incluso demasiado, porque no nos atrevemos ni a hablarles en catalán por miedo a ofenderlos. ¿Ofenderlos? ¿Y ellos no nos están ofendiendo no hablando nuestra lengua en nuestro país? Lo diré a las claras: todos los países del mundo obligan a los recién llegados a hablar la lengua del país; y no pasa nada, nadie les acusa de supremacistas ni de fascistas. ¿Por qué los catalanes, por querer hacer lo mismo, somos unos nazis? La pregunta es retórica. Me parece muy bien que se decidiera bajar el nivel intelectual de la población a través de la ESO, pero basta ya de estupideces. Quien va a vivir a un sitio tiene que adaptarse a las normas de aquel sitio. Si tú vas a casa de alguien, no empezarás a hacer lo que te plazca, ¿verdad? El problema es que en Catalunya nadie con dos dedos de frente ha sido capaz de establecer reglas coherentes.

Los catalanes lo único que tenemos que hacer es hablar nuestra lengua y mantenerla en todos los contextos; el resto son decisiones que tienen que tomar los políticos

La lengua propia de Catalunya es el catalán —y, en la zona de la Vall d’Aran, el occitano (o el aranés, si lo preferís)—; cualquier otra lengua viene de fuera o nos ha sido impuesta. Si Catalunya y los catalanes tuviéramos autoestima y unos políticos coherentes, se obligaría a todo el mundo a saber hablar, escribir y leer en catalán (sobre todo si pretenden trabajar aquí) y a rotularlo todo en catalán. Vivo en un pueblo en el que casi nunca se oía hablar castellano y, ahora, incluso hay tiendas rotuladas en castellano. Y eso, quieras que no, te rompe el alma en mil pedazos. No se puede trabajar en Catalunya sin saber catalán, y punto. Y esto no es una actitud fascista, es tener autoestima, como la que tienen todos los estados. Un alemán encontraría completamente ridículo que alguien fuera a vivir y a trabajar a Alemania y no aprendiera el alemán. ¿Y qué hace la gente que va a vivir a Alemania? ¡Oh!, ¡sorpresa!, aprende el alemán.

Actualmente, los únicos que están haciendo algo por la lengua son los ciudadanos y organizaciones externas a la esfera política. ¿Qué hacen los políticos por la lengua aparte de prometer muchas cosas? Nada, el papanatas. Los catalanes estamos cansados ​​de hacer el trabajo que deberían estar haciendo los políticos y que nos hagan sentir culpables porque no lo hacemos suficientemente bien. Los catalanes lo único que tenemos que hacer es hablar nuestra lengua y mantenerla en todos los contextos; el resto son decisiones que tienen que tomar los políticos (aquellas que tanto nos han prometido). Para un recién llegado, lo más fácil es llegar a un país y continuar hablando su lengua de origen. Está claro que nos agradecerán que nos bajemos los pantalones lingüísticos y les hablemos siempre en castellano. Pero, ¿y nosotros?, ¿y nuestra lengua? ¿Qué país civilizado (como Suecia, Noruega, Finlandia y tantos otros) hace esto? Y encima hay más gente que habla catalán en el mundo que noruego. ¿Veis hasta dónde llega lo absurdo de todo esto? La ultraderecha gana votos en un territorio cuando los que se hacen llamar "gente de izquierdas" llevan demasiado tiempo abusando sistemáticamente de la población. Así que la culpa del aumento de los radicalismos no la tienen los ciudadanos, sino los que prometen mucho antes de las elecciones y después hacen todo lo contrario, y que, encima, intentan hacer creer al ciudadano (que le consideran tonto) que lo hacen por su bien y que, si las cosas no funcionan, es porque no ha votado suficientemente bien. ¡Basta!