Tres gestos de esta misma semana sin demasiada grandilocuencia, pequeños síntomas que nos avisan, con permiso del gran Monzó, de la magnitud de la tragedia. De hecho, los hay de más ambiciosos y evidentes, como la apresurada visita del president Illa al amo coronado, y su gestualidad servil, caminando unos pasos por detrás, como buen siervo de la colonia. O el enésimo intento de hurtarnos la escasa soberanía que tenemos, ahora con la excusa de la ley de alquileres. ¿No deberíamos conocer ya su trampa, utilizada una y otra vez? Hacen una ley mala, que no resuelve nada, pero aprovecha para recortar competencias, lo envuelven con una pretendida pátina progre, solidaria, bla, bla y cuando no lo votas, eres reaccionario, amigo del PP y el resto del diccionario demagógico.
Con respecto a esta cuestión, merece la pena detenerse un momento, porque todo lo que ha pasado en torno al no de Junts a la ley, ha sido delirante. Es una ley pésima, que llega a la barbaridad de legalizar los pisos patera, y que, incluso, permite a los inquilinos realquilar sus habitaciones alquiladas sin ni pedir permiso al propietario. Encima, el PSOE se negó en redondo a admitir ninguna propuesta: “no se podía cambiar ni una sola coma”, le dijeron a Míriam Nogueras, y as usual, la ley invadía competencias de Catalunya. Y cuando Junts hace lo había que hacer, negarse, los acólitos del régimen —y los esforzados catalanitos republicanos— cargaron contra los únicos que habían intentado mantener una cierta coherencia. Por cierto, incomprensible que la ANC se enzarce sobre este tema: ¿quiere la independencia, pero aplaude una ley que nos recorta todavía más la migrada soberanía? Cosas extrañas, en este país extraño.
Illa tiene la misión histórica de convertir la Generalitat en una sucursal de España, y a fe mía que se ha puesto a ello con ganas
Más allá de los grandes titulares, la semana ha brindado pequeños subtítulos que, sumados, son toda una editorial. El primero, perpetrado por el president Illa, plenamente consciente de la carga de profundidad del simbolismo: la retirada del busto de Macià que, desde la restauración de la Generalitat permanecía en un rincón del despacho presidencial. Illa lo ha hecho desaparecer, cosa que no deja de ser una ironía, porque justamente ostenta la presidencia gracias al partido que fundó Macià. Si el 'avi' levantara la cabeza|... Al mismo tiempo, con la misma celeridad que hacía desaparecer a Macià, colocaba la bandera española al lado de la catalana, no fuera que ni en el despacho de la presidencia se olvidara de que somos una colonia. Como buen nacionalista español de la escuela Borrell —el PSC más radicalmente anticatalanista—, Illa conoce el valor de los símbolos y actúa en consecuencia.
El segundo gesto, el discurso de la nueva consellera de cultura, Sònia Hernández Almodóvar, en la gran noche Literaria en Girona. Lejos de entender la profunda significación de los Premios Bertrana en la cultura catalana, que, en una nación herida como la nuestra, prácticamente son una estructura de estado, la flamante consellera se paseó por el atril como si estuviera en una celebración de “coros y danzas”, pasados por la “singularidad” catalana. No entendió nada, y seguramente no le hacía falta, porque no está en el cargo para consolidar nuestra cultura, sino que para diluirla en el magma español que todo lo devora y nada que no sea castellano le interesa. Fue uno de aquellos discursos plastificados, vacíos de alma, cargado de lugares comunes, tan alejado de la carga simbólica de la noche, que lo podría haber perpetrado una inteligencia artificial, más artificial que inteligente. Si esta es la consellera que tiene que ayudar a consolidar nuestra cultura, que Dios nos coja confesados.
Y el último, el flamante conseller de Unió Europea i Acció Exterior, el ínclito Jaume Duch, que cuando era portavoz y director de comunicación de la Unión Europea, lideró una auténtica cruzada contra el Primero de Octubre, contra el exilio catalán y contra los derechos nacionales de Catalunya. No fue pasivo, sino tan activo que parecía uno esforzado émulo de Llarena. También en este caso, y siguiendo las nuevas indicaciones del nuevo Govern de la Generalitat, transmutado en una especie de gobierno de Diputación grande, Duch ha dejado claro que la acción exterior de Catalunya nos reducirá a una región más o menos simpática, adecuadamente callada y notoriamente domesticada.
Y todo esto en una sola semana, con la celeridad propia de quien tiene prisa por no dejar ni un cimiento en pie. Al fin y al cabo, Illa tiene la misión histórica de convertir la Generalitat en una sucursal de España, y a fe mía que se ha puesto a ello con ganas.
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