El CCCB acoge la exposición Suburbia, la construcción del sueño americano. Está centrada en la idea tan de clase media de una casa unifamiliar rodeada de césped, piscina y dos coches en el garaje, que Hollywood nos ha mostrado de forma permanente. Pero lo interesante es que permite reflexionar sobre qué país hemos construido. Urbanísticamente pero también culturalmente, socialmente, económicamente y medioambientalmente. E incluso a nivel de salud mental.
El clásico debate entre campo y ciudad ha hecho que se haya puesto poco interés en los suburbios —utilizando la expresión americana, aunque aquí lo llamamos urbanizaciones— de casas adosadas en Catalunya. La mancha de aceite de una misma realidad clonada por todas las comarcas, desarrollada gracias al coche, un discurso cultural homogéneo y la propaganda ideológica del American way of life, con la que hemos crecido gracias a las pelis de los 80, pero que, como se explica en la exposición, hunde sus raíces en la XXIV Feria Internacional de Muestras de Barcelona de 1956, en la que el pabellón de Estados Unidos ya exportaba esta idea.
La mezcla entre la casa unifamiliar americana con tradiciones locales, que van desde el rechazo a la ciudad industrial a aquello tan pequeñoburgués de “la caseta i l’hortet”, ha dado como resultado un monstruo que ha devorado el paisaje, multiplicando urbanizaciones de un mismo modelo residencial y comercial, acabando con espacios públicos empobrecidos y simplificados, ausencia de diversidad de ningún tipo y, poco se habla de esto, aislamiento social.
Los pueblos de verdad han quedado vampirizados y hechos una mierda por culpa de las urbanizaciones, ya sean de lujo o cutres
La primera oleada suburbana llegó con la construcción de urbanizaciones de segunda residencia entre la década de los 60 y mediados de los 70. Eran las “torres de fin de semana” que ofrecían contacto con la naturaleza y el mundo agrícola, siempre cerca de Barcelona. Pero a partir de finales del 80, el fenómeno alcanza una escala regional, con la construcción masiva de viviendas unifamiliares cada vez más alejadas de la capital, en torno a ciudades intermedias, con centros comerciales, multicines y polígonos. Y esas urbanizaciones de la torre del fin de semana se convirtieron ya en primera residencia.
Pero, claro, no deja de ser paradójico que esta urbanización dispersa, que hunde sus primeras raíces ideológicas en la crítica al humo de la ciudad industrial, sea hoy la responsable de toda una retahíla de impactos que aún resultan más lesivos para el territorio, como el consumo exagerado de suelo y agua o las emisiones de los coches. Los municipios que construyen más viviendas unifamiliares consumen más del doble de agua doméstica por habitante y día que las ciudades.
El 38% de los 311 municipios de la provincia de Barcelona tienen urbanizaciones con déficits urbanísticos, según consta en la exposición. Pero este no es el problema. El problema es que en Catalunya, a los suburbios de casitas, siempre los habíamos llamado… pueblos. Y estos pueblos de verdad han quedado vampirizados y hechos una mierda por culpa de estas urbanizaciones, ya sean de lujo o cutres, que han acabado trasladando a los antiguos aldeanos la falta de personalidad, vida económica, social y cultural.