Ahora que el independentismo está en plena revisión de qué ha hecho bien y qué ha hecho mal, hay un aspecto que, si quiere, podría tener en cuenta: y es el de recordar que el objetivo es una Catalunya independiente, no una Catalunya perfecta. Entre otras cosas porque se conseguirá antes lo primero que lo segundo, como todos los países independientes del mundo.
Se ha caído demasiado a menudo en la trampa de la pureza ética. Y por eso, una parte del independentismo ha tenido la necesidad, casi obsesiva, de dibujar un escenario impoluto, idílico, perfecto. Cabe decir que muchas veces se ha caído en esta trampa por una mezcla de intencionalidad contraria, de ingenuidad propia, y —no lo neguemos— de esta tendencia del catalanismo a preservar la estética a cualquier precio. En cambio, el españolismo no ha tenido —ni tendrá— miramientos.
Ni Illa ni Borrell se cuestionaron su presencia a la manifestación de 2017 por la presencia de Vox
El 8 de octubre de 2017, el españolismo se manifestó unido por las calles de Barcelona. Fue todo el mundo: militantes y dirigentes del PSC, Ciudadanos, PP, Vox, la Falange, Sociedad Civil Catalana, todas las entidades bilingüistas, intelectuales de izquierdas como Carlos Jiménez Villarejo, intelectuales de derechas como Mario Vargas Llosa y también Álvaro de Marichalar. Ah, y Javier Tebas, presidente de la Liga española. De aquella manifestación hay dos imágenes icónicas: el selfie en el que salen juntos Enric Millo, Miquel Iceta, Xavier García-Albiol y Dolors Montserrat; y la foto en la que el actual president de la Generalitat, Salvador Illa, comparte escenario con los convocantes. Que yo recuerde, las críticas por la presencia de la ultraderecha a la manifestación fueron externas al movimiento unionista. Ni Illa ni Borrell se cuestionaron en ningún momento su presencia a la marcha por la coincidencia con Vox o la Falange: había un objetivo superior a las diferencias ideológicas: la unidad de España. Punto.
Se ha sido demasiado quisquilloso, como si el independentismo fuera un carné ético por puntos
A la inversa, en cambio, dentro del independentismo ha habido un exceso de ser quisquilloso. No solo con quién va y quién no va a una manifestación, sino con cualquier aspecto que pudiera manchar una especie de expediente inmaculado, como si el independentismo fuera una especie de carné ético por puntos, del que te los iban restando a medida que detenían a independentistas corruptos, que haberlos haylos; independentistas maltratadores, que haberlos haylos, o expresiones homófobas en las redes por parte de independentistas, que haberlas haylas. La cuestión es que también hay españolistas corruptos, españolistas maltratadores y españolistas homófobos y a pesar de ello nadie del españolismo ha dicho que se desapuntaba de la unidad de España. Era aquella época del "conmigo que no cuenten". Este "conmigo que no cuenten" aparecía siempre que salía la noticia de un registro en el domicilio de algún Pujol, cuando un tuitero con 158 seguidores llamaba 'nyordo' o debates ideológicos más profundos. Mientras aquí íbamos contando gente que no quería ser contada, en España había Bárcenas, turismo de masas, paro juvenil por las nubes, ultraderecha en los gobiernos autonómicos y vallas de Melilla con cuchillas, y no había ni un solo españolista que dijera "conmigo que no cuenten".
Mientras el adversario te ponía minas antipersona, tú sufrías por no pisar callos
Y para ser justos, quizás habría que matizar que esta debilidad por ser los primeros de la clase ha sido más de relato que de realidad, más mediática que efectiva, más de cúpula que de base. Al independentista de a pie le afectaban mucho menos estas manchas que a algunos dirigentes, que vivían pendientes permanentemente del qué dirán. Pero eran los dirigentes los que tomaban las decisiones. Y en algunos casos, presos de este complejo, actuaban tratando de no herir sensibilidades. El adversario te ponía minas antipersona y tú sufrías por no pisar callos.
Con eso no quiero decir, y me parece que es evidente, que se haga la vista gorda a la corrupción, se sea racista o contemplativo con la ultraderecha (lo veis, he tenido que hacer esta aclaración por si las moscas). Y claro que hay que aprovechar la construcción de un nuevo Estado para hacerlo más moderno, con una nueva legislación más adaptada a nuestros tiempos, una nueva administración más flexible y, con una economía mejor, definir políticas sociales que desemboquen en una sociedad mejor. Pero será mejor, no será perfecta. Porque lamento decir que en una Catalunya independiente habrá racistas, habrá corruptos, habrá ladrones y, lo peor de todo, habrá gente que seguirá escuchando reguetón. Es decir, será un país normal.