Ahora que estamos en plena Semana Santa es un momento oportuno para hablar de vino. En la última cena de Jesús con los apóstoles en Jerusalén, durante la santa cena, bebieron vino, y de hecho es un elemento tan constante en la Biblia que se menciona en más de doscientas ocasiones. Son días, por tanto, de beber vino en el recogimiento, sin mucha fiesta; siempre con moderación, con los más próximos. Sin embargo, también es una buena ocasión para hablar de vino a raíz de la amenaza de guerra comercial con Estados Unidos, causada por la subida de los aranceles que promete el presidente Donald Trump. Este incremento afecta directamente al sector agroalimentario catalán, que exporta mucho y desde hace muchos años al mercado americano. Es probable que la subida de los aranceles, si finalmente entra en vigor, suponga un encarecimiento del vino y del cava en Estados Unidos, y, por tanto, un descenso del consumo allí. EEUU es el tercer mercado exterior de las bodegas catalanas y por esta razón no es un mercado menor. En consecuencia, los productores catalanes tendrán que buscar otros mercados, pero hay un mercado con un potencial enorme aún por cubrir, y este no es otro que el mercado catalán.

Aunque parezca mentira, más de la mitad de las botellas de vino que se venden en Catalunya no son de vinos catalanes. Es sorprendente que cueste tanto encontrar datos actualizados, pero los más recientes que he encontrado, del año 2020, indican que la cuota de mercado de los vinos catalanes en Catalunya era entonces del 41%. Ciertamente, es una cifra lamentable e insuficiente, pero hay que tener en cuenta que solo diez años antes, en 2010, esta cuota era solo del 27%. Me dicen que la cifra, hoy, ha subido un poco, pero todavía no llegamos al 45%. La progresión del vino catalán en el mercado catalán es evidente y constante, pero todavía estamos lejos de tener un mercado normalizado y maduro que valore el producto propio en su justa medida. Los vinos catalanes ya no son ese vino de barrica oscura de la bodega donde alguien había escrito, con tiza, las palabras Priorat o Penedès. Yo iba de pequeño con una garrafita a llenarla de vino para comer o cenar, y en casa todos sabíamos que no era el mejor vino del mundo. Pero las cosas han cambiado mucho y el vino catalán es hoy de los mejores del mundo. Gran parte del problema radica en que algunas grandes superficies comerciales no tienen o marginan los vinos catalanes, y, por tanto, cuesta mucho comprar vinos catalanes. En las tiendas especializadas y en muchos restaurantes la cosa es distinta, pero mucha gente aún compra los vinos en las grandes cadenas. Hasta que esto cambie será muy difícil subir significativamente la cuota de mercado.

¿Por qué todavía vamos a buenos restaurantes de nuestro país y pedimos un vino forastero?

Si miramos estrictamente las denominaciones de origen más vendidas en Catalunya, veremos que la DOC Rioja es la más vendida en nuestro país, con aproximadamente un 20% del mercado. ¿Cuántos de nosotros no hemos ido a una comida o cena con compañeros de trabajo y alguien ha dicho al camarero “tráenos un Rioja”, como si fuera necesariamente un sinónimo de buen vino? ¿Cuántos no hemos estado comiendo o cenando con amigos y, a la hora de pedir un vino blanco, nos han servido un verdejo o un albariño? Incluso en la gran canción “4-3-3” de Els Amics de les Arts dejan claro que no hay nada mejor que un Martín Códax para triunfar en una cita con una chica. ¿Estamos tontos?

El otro día cenamos en Casa Sansa, el mítico restaurante de cocina catalana abierto en 1848 en Perpinyà (en la Catalunya Nord, ahora que ya tenemos un delegado que sabe perfectamente donde está destinado). En su carta de vinos, prácticamente la totalidad de vinos eran locales, sobre todo del Rosselló. Apenas había algún vino francés. Era una carta en catalán de vinos normales de un restaurante normal, sin complejos y que ponía en valor el producto autóctono, que es bueno y de calidad. Los dueños del local dan por hecho que si alguien come y bebe en su restaurante debe querer probar los productos locales; al igual que, si visitamos Japón, no iremos a un restaurante italiano y, si viajamos a Italia, no iremos a un restaurante coreano. ¿Por qué, pues, en Catalunya todavía hacemos cosas extrañas? ¿Por qué todavía vamos a buenos restaurantes de nuestro país y pedimos un vino forastero? ¿Nos hace sentir más cosmopolitas? Más bien diría que nos hace “cosmopaletos”, como decía aquel. Quizá ya lo decía Joan Sales, hace muchos años: "Desde hace 500 años los catalanes hemos sido unos imbéciles. ¿Se trata de dejar de ser catalanes? No, se trata de dejar de ser imbéciles". Comprad y bebed vinos catalanes, por el amor de Dios. No solo ayudaréis a los viticultores catalanes ante la amenaza arancelaria de EEUU, sino que beberéis vinos excelentes de casa y apoyaréis una cultura, un paisaje y una industria que forman parte del propio espíritu de Catalunya. Feliz Pascua a todo el mundo.