En una reunión de negociación del Estatut d’Autonomia entre la parte catalana —representantes del Parlament— y el gobierno español, un amigo que estaba allí me contó que a la hora de elegir lugar en la mesa, Miquel Iceta se sentó junto al PSOE. "No os engañéis. Sabed dónde estamos los socialistas catalanes, compañeros", dijo quien sería primer secretario del partido a sus compañeros de Parlament, sin la necesidad ni siquiera de abrir la boca. Los demás no sabían ni qué decir. Pero es que Iceta, perro viejo, conocía sobradamente la máxima socialista. La que nadie dice, pero todo el mundo sabe: "es que lo queréis todo, y todo no puede ser: o Catalunya o PSOE, pero todo a la vez no puede ser". Pocos años después, el president Montilla avisaría al Estado.

En 2007, Montilla advirtió de "desafección" de Catalunya hacia España por "maltrato inversor". Denunciaba "la sensación de abandono que sufre la sociedad catalana" y que "el maltrato inversor puede estropear el motor económico de España". Pedía "una respuesta política clara, sólida y convincente" y que "se cumplan los compromisos del Estado si se quiere evitar un alejamiento de Catalunya que podría ser irreversible". Y alabó el coraje de Zapatero para ponerse a trabajar. Zapatero prometió una inversión de 4.000 millones de euros, pero solo ejecutó 560. Años más tarde, Rajoy también haría una promesa similar: 4.200 millones, de los que ejecutó 260,4, según datos del Ministerio de Hacienda.

Digan lo que digan, en España se respira anticatalanismo. De la extrema derecha a la extrema izquierda

Promesas de lluvia de millones aparte, gobierne quien gobierne, siempre tiene un comportamiento similar respecto a Catalunya. Con Madrid también, pero al revés. De 1990 a 2018, el Estado ha invertido 3.700 millones en las redes de cercanías, el 17% en Catalunya, el 48% en Madrid. En 2020, de 282 millones previstos, ejecutó 93; en 2021, de 262, 90, y en el año 2022, de los 274 previstos, 193. Rodalies es un drama. Según PIMEC, hemos perdido más de 3.000 millones en productividad. Según la Cambra, más de 120.000 jornadas laborales. Por eso, tal y como preveía el president Montilla, a partir del año 2010, el catalanismo se soberanizó. No dejó de reclamar inversiones por dejadez o ineptitud. Tras 40 años de incumplimientos, emprendió la vía independentista.

Como respuesta, España emprendió la senda de la represión, que todavía dura. Y después de varios años de dolor del independentismo, y de errores —digámoslo todo—, el PSC se ha encontrado en la Generalitat difundiendo el nuevo mantra de la buena gestión. Pues mira, no. El problema de las infraestructuras no es de gestión, sino de un déficit histórico de inversiones. La mala financiación de Catalunya no es un problema de gestión, sino la historia de una asfixia premeditada: el déficit fiscal. Un déficit fiscal que, según la web de la Generalitat, bajo el lema "el gobierno de todos", dice que el déficit fiscal actual de Catalunya con el Estado es de casi 22.000 millones de euros en 2021, casi el 10% de nuestro producto interior bruto.

Después de tantos años de maltrato, los catalanes no se conformarán con un "trato exquisito" o con decirles que "debemos tener paciencia". Porque ya se ha demostrado que no es verdad. Porque, digan lo que digan, en España se respira anticatalanismo. De la extrema derecha a la extrema izquierda. Sean inversiones o sean competencias sobre inmigración, no puede ser. Hacer lo justo para Catalunya implica perder las próximas elecciones en Madrid. Y ese es el dilema, no la gestión: Catalunya o PSOE. Todo no puede ser.