Todo lo que ha pasado en los años posteriores al Primero de Octubre, desde la represión sistemática hasta la división del independentismo, pasando por el desconcierto y la decepción ciudadana, y remachando en los malos resultados electorales, no deja de ser, a pesar de su dureza, una gran lección colectiva. Sobre todo si esta larga travesía del desierto, con caída en el pozo incluida, se convierte, como parece, en una catarsis que permite liberar nuevamente las energías. De hecho, alguna cosa está pasando en esta dirección y los síntomas son esperanzadores.

De primero, la ciudadanía independentista vuelve a organizarse a través de múltiples entidades e iniciativas, y el ejemplo del colectivo Som 1 d'Octubre, que el 28 de septiembre se plantea organizar una gran fiesta coincidiendo con el 15.º aniversario de la primera consulta en Arenys de Munt, el décimo del 9-N y a las puertas del séptimo aniversario del Primero de Octubre, es un síntoma poderoso. Pasados los llantos, los reproches y las heridas, parece que hay mucha gente que regresa a la acción cívica para defender la independencia. A esta iniciativa y a las múltiples entidades pequeñas que se van forjando, hay que añadir la renovada buena salud de la relación entre las dos grandes entidades cívicas, Òmnium y Assemblea Nacional, ambas dirigidas por Xavier Antich y Lluís Llach, dos de los grandes referentes éticos del país. Es cierto que estamos en mantillas de un renovado movimiento de masas, como el que se fue cuajando a partir del 2012 y estalló en 2017. Pero también es un hecho que, pidiendo prestado al gran Martí i Pol, este rumor que se oye no es de viento… Un rumor y un resurgimiento que no es contradictorio con las amplias huidas de voto independentista, porque la abstención de este voto no significa una retirada del proyecto, sino una sacudida a sus dirigentes políticos. Por mucho que Sánchez, Illa, el PSOE y el PSC se desgañiten asegurando que hay fatiga independentista y que la gente ha pasado página, los síntomas son poderosos: el independentismo cívico está volviendo.

Por mucho que Sánchez, Illa, el PSOE y el PSC se desgañiten asegurando que hay fatiga independentista y que la gente ha pasado página, los síntomas son poderosos: el independentismo cívico está volviendo

Al mismo tiempo, también está pasando algo en el ámbito político, sobre todo a raíz de la enorme bajada de votos que ha sufrido Esquerra en las tres últimas elecciones, y que han situado el partido en el umbral de una enorme crisis. Más allá de cómo acabe la batalla interna y de cuáles sean los liderazgos —viejos o nuevos—, es un hecho que la estrategia de apaciguamiento independentista del junquerismo, con el refuerzo del eje ideológico en detrimento del eje nacional, ha fallado, y la necesidad de cambiar la estrategia se abre camino en amplios sectores republicanos. Esquerra ya sabe, a estas alturas, cómo llega a ahogar el abrazo del oso socialista, sobre todo cuando se regala de manera casi gratuita. Y también tendría que ver que abrazarse permanentemente con unos Comuns en franca retirada, tampoco resulta muy inteligente. Sin embargo, esta evidencia no resuelve automáticamente la división entre ERC y Junts, ni cura las heridas largamente acumuladas, ni acelera las sinergias para ir juntos, pero necesariamente obliga a ERC a cambiar de paradigma, si quiere sobrevivir. Y no hay otro horizonte para los republicanos que el retorno a posiciones nacionales, si no quieren convertirse en unos Comuns 2.0. Sea como sea, alguna cosa se está moviendo en Esquerra en la buena dirección, y el acuerdo para la presidencia en el Parlament es una muestra considerable.

Finalmente, la aplicación de la amnistía, que se hará efectiva por mucha rabieta que haga la justicia patriótica, también liberará ingentes energías en favor de la cuestión catalana, entre otras la principal: el retorno del president Puigdemont, que podrá ejercer su liderazgo en tierra catalana. Es un hecho que el trabajo que Puigdemont ha hecho desde el exilio ha sido de una enorme importancia para mantener vivo el conflicto catalán en Europa y la represión subsiguiente, pero la fuerza de su liderazgo es primordial para reforzar todo el movimiento. Y también lo es para empujar la necesaria unidad, aunque solo sea una unidad de estrategias.

Con la suma de todo, no es atrevido afirmar que se ha acabado el ciclo del Procés, con toda la carga de sufrimiento que ha significado, pero estamos al inicio de un nuevo ciclo independentista, del cual se están construyendo las bases. De alguna manera, superada la decepción, empezamos la catarsis, y la catarsis siempre es la fase previa al resurgimiento. Tiempo de tráfico. Tiempo de esperanza.