Si Antoni Gaudí, Joaquim Mir, Joan Miró o Salvador Dalí hubieran nacido en Catalunya hace medio siglo, apenas habrían podido aspirar a hacer el indio en un pódcast como el de La Sotana o a constituir un grupo musical como Estopa. Puede parecer una sandez, pero pienso lo mismo respeto a Josep Pla, Prat de la Riba, Vicens Vives o Jordi Pujol. Ninguna de las figuras que todavía sirven para describir el país habría encontrado en el paisaje de hace 50 años rastros de continuidad y de pureza suficientes para elevarse. El genio de Ferran Adrià salió de un rincón de L'Empordà protegido por unos extranjeros durante la dictadura.

A diferencia de lo que pasa en el resto de España, en Catalunya cada vez es más difícil reconocer el pasado en el paisaje y, por lo tanto, transcender o inspirarse a través suyo. Como pasa en el País Valencià, todo el mundo es consciente de las heridas que la inmigración del siglo XX ha infligido a la mentalidad y a la fisonomía del país, pero muy pocos han osado pensar, y mucho menos hablar y sacar conclusiones políticas de ello. Cuando la tierra está en venta, todo se prostituye. Cuando la historia y el presente se contradicen, la gente se vuelve demasiado idealista o bien demasiado práctica. Si tu entorno cotidiano es feo, es difícil que te gustes a ti mismo y, por lo tanto, que dejes de buscar excusas para quejarte. 

Siempre que el Estado chafa Catalunya, las élites del país buscan maneras de hacer dinero fácil con los inmigrantes y la hunden todavía más para demostrar su fidelidad a España. Pasó durante la dictadura de Primo de Rivera, pasó durante el franquismo y vuelve a pasar ahora. La diferencia es que, después de casi un siglo de colonización y de saqueo, los catalanes están al límite de la devastación material y espiritual. No me sorprendió nada que los carteles de la manifestación de este fin de semana contra los precios de los alquileres fueran todos en catalán. Convertir a los catalanes en murcianos ha sido el sueño húmedo de España.

La diferencia entre la Catalunya del PSC y el país de Jordi Pujol, es el paisaje. Pujol todavía venía de la Catalunya industrial que encontró inspiración en la tierra para poner la economía y el arte al servicio de un proyecto de país; Salvador Illa tiene mentalidad de extrarradio, es la despersonalización del suburbio gestionada con americana y corbata. El negocio inmobiliario, y la obsesión por la propiedad privada, eran la última reminiscencia de la Catalunya emprendedora que forzó el Estado a democratizarse. Desde la Transición, ahorrar y comprar pisos era la última forma de capitalismo que se permitía en una Catalunya ahogada por el expolio y las oleadas migratorias.  

El mismo PSC que en 1980 empujaba a los inmigrantes a berrear contra la burguesía catalana, ahora empuja los jóvenes del país a gritar contra los supuestos rentistas, para legitimar su programa colonial

Ahora es lógico que el Régimen de Vichy quiera cargarse esta fuente de empoderamiento, aprovechando la nueva invasión migratoria que vive el país. Desde que se aplicó el 155, toda la política catalana se ha conducido con la intención de destruir las pocas estructuras morales y materiales que podrían ayudar a los catalanes a volver a levantarse. La autonomía se ha vuelto una especie de pequeña autarquía española dirigida por gente cada vez más gris y más grosera. Preguntadle a Ramon Gras cómo se siente después de cuatro años intentando colaborar con las instituciones y las élites del país para modernizar la trama urbana del área metropolitana. Preguntadle quién tenía razón cuando le decía que con el Régimen de Vichy no había nada que hacer.

Es muy triste ver cómo el mismo PSC que el 1980 empujaba a los inmigrantes a berrear contra la burguesía catalana, ahora empuja los jóvenes del país a gritar contra los supuestos rentistas, para legitimar su programa colonial. Cualquier plan de vivienda se tiene que pensar a 25 o 30 años vista, contemplando demoliciones de buena parte del Hospitalet y otros Frankensteins próximos a Barcelona; teniendo en cuenta la estructura nacional, y no solo los datos demográficos. Que nuestros jóvenes compartan piso no es la peor cosa que nos puede pasar en una época en la cual cada vez hay más personas que viven solas, y en un país que soporta el peso de unas migraciones sin parangón al continente.

Estamos convirtiendo Catalunya en un agujero negro, y espero que nos demos cuenta a tiempo que vivir en una sociedad disfuncional, que no tiene solución ni esperanza, es mucho peor que tener que emigrar a otro país o pagar un alquiler alto. El espíritu capitalista ha sido la única actitud que ha protegido a los catalanes de los expolios españoles, solo hay que leer un poco de historia o pasear por Barcelona. Catalunya no tiene capacidad para absorber a más gente, ni fuerza para ser la locomotora económica de España, como promete el president Illa para hacer ver que tiene legitimidad democrática y un programa de progreso. 

La vivienda que falta en Catalunya se puede construir en la llamada España vacía. Y si los inmigrantes o los jóvenes del país la colonizan y la vuelven productiva, aquí lo celebraremos y nos quedaremos tan anchos. Tenemos que liberar el genio creativo como sea y no permitir bajo ningún concepto, por más bonito y humanitario que nos lo pinten, que nos igualen hacia abajo. La igualdad española nos perjudica y es mentira. Y pedir más pisos es aceptar la destrucción del país.